lunes, 26 de agosto de 2019

“No hay más que un nombre” Pliegues (in)ciertos en el acontecer del istmo

Los artistas Gala Berger y Marton Robinson, con “No hay más que un nombre”, 2019, Centro Cultural de España, ponen en foco estamentos de identidad, acontecer histórico y gráficas que visualizan la “República Federal de Centro América” de la primera mitad de siglo XIX, analizado sus formas culturales, sociedad y política. El arte contemporáneo observa el lenguaje para comprender otros modelos de reconocimiento, e indagar en la memoria qué sabemos de sus antagonismos y potencialidades, que también forjaron a nuestras maneras de actuación como centroamericanos.

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.
Ver al pasado / catapultar al presente
Centro América, una faja entre dos mares que reúnen amplias masas continentales, establecimiento y origen de culturas como la Mexica y Maya, al norte, e Inca, al Sur, entre otras subregiones étnicas y culturales que sostienen la idea de un gran territorio, son blanco de estudio y mirilla para analizare las contingencias de su desarrollo. Sin embargo, también fluyen altas dosis de sombras o nublados de desconocimiento, subvirtiendo lo que sabemos o no de su conocimiento territorial.

Ha sido referida como “estrecho dudoso”, título del trascendental proyecto expositivo de Virgnia Pérez-Ratton y Tamara Díaz, 2006, expuesto en varios espacios estatales o privados de San José, capital costarricense. Pero también, encontramos anotaciones en sus registros que hablan de “nublados del día”, engendro de contradicciones que oscurecen no solo el acontecer, sino su actual percepción, casi finalizada la segunda década del siglo XXI y tercer milenio, y a doscientos años de independencia.

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

Develación histórica
Los artistas Gala y Marthon corren la cortina para adentrar en su historia: En el siglo IX y X de esta era, mientras Europa alzaba las catedrales góticas, edificaciones civiles y militares encaminándose hacia el Renacimiento, en nuestro continente se habían edificado pirámides y constructos urbanos, como las aztecas y mayas de singularidad arquitectónica. Sin embargo, el germen de la paradoja hacía mella en su civilización: De la región central y sur mexicana, bajaban migraciones por el litoral del Pacífico centroamericano, llegando al norte de Costa Rica. Hablamos de la gran Mesoamérica. 

Aquellas sociedades experimentaron pugnas y remezones, achacadas a calamidades naturales; pero no deja de asomar el suspenso, telón de fondo a una situación aún no explicada por la ciencia, que ocurrió en el vientre de estas culturas, obligando a abandonar las antiguas ciudades y tesoros artísticos.

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Maron Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

El historiador Luis Ferrero Acosta, en Costa Rica Precolombina, Editorial Costa Rica, 2000 (sexta reimpresión), refiere a las riquezas ecológicas encontradas por las hordas migratorias:
“Estas se efectuaron por el corredor transitable que era la costa del Pacífico de América Central, donde se encontraron condiciones ecológicas más favorables que las de la costa Atlántica. Aquella tiene fértiles llanuras aluvionales cruzadas por numerosos arroyos que descienden de las montañas. Entradas, lagunas, manglares y bosquecillos puntean la costa. Aguaceros leves, clima cálido, con gran potencial agrícola, y riqueza mineral caracterizan esta zona”.(Ferrero, L, 2000. P 98).

Territorios del no saber
Considerar estos argumentos históricos, permite esculcar el engendro de lo incierto: Dudas, desplazamientos, angustias, componentes activas de la vida en esos rumbos inmemoriales; que fueron persistentes, incluso, durante los procesos de colonización. Trasciende que aquella faja, explorada por los europeos en el siglo XVI, buscando paso hacia India, al revés de como lo hicieron, entre otros el explorador Marco Polo, quien, en 1272, al regresar a Venecia procedente de Oriente, narró la existencia de tesoros inconmensurables. Eso abrió el capítulo de buscar otros pasos por el Atlántico hacia las “indias”; de ahí que al ancestro originario sea nombrado “índio”, o “indígena”, sin que sospechara siquiera el por qué del mote y perplejidad por la imposición colonial.

La mencionada curadora Pérez-Ratton, en “Travesía por un Estrecho Dudoso”, 2012, introdujo estas territorialidades, recordando a Carlos V, rey de España, quien ordenó explorar las costas caribeñas del istmo, buscando paso hacia Oriente, y en tanto que históricamente, estas tierras han sido “objeto del deseo”, título de la reciente muestra-homenaje: “Centroamérica: Deseo de Lugar”, Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), México, curada por Miguel Ángel López.

En un epígrafe inicial al texto curatorial, Virginia, en el catálogo de Estrecho Dudoso, publica un pensamiento esclarecedor de este contexto que buscamos dilucidar para comprender la propuesta de ambos artistas contemporáneos, quienes exponen tan singular abordaje en 2019. La curadora acotó:
“… algo que sucede en un tiempo y en un espacio particular, que navega entre límites, barreras e intersticios, inmerso en una época de profunda duda e incertidumbre, pero que mira y reflexiona hacia la esperanza y la lucha positiva por la posibilidad de un mundo mejor y contra el espíritu de rendición”.(Pérez-Ratton, 2006. P.12)

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.
Matices y aconteceres 
La América Central y en particular Costa Rica, advirtió estas matrices inciertas, desde el establecimiento de sus primeras ciudades. Cuando el colonizador Juan Vázquez de Coronado, fundó en 1563 la ciudad de Cartago, su primer emplazamiento lo ubicó en la confluencia de los ríos Purires y Coris, actual población de El Tejar del Guarco, en memoria del cacique de esos territorios al pie del volcán Irazú. Ese trazado sufrió el embate de las contingencias, frecuentes inundaciones, motivando a llamarla “ciudad del lodo”. Fue trasladada años después a áreas más elevadas donde demarcó el entramado definitivo, aunque aún, en los inviernos, suele inundarse provocando caos, desvelos y sinsabores.

Arribados al período de independencia centroamericana, 1821, cuando finalmente el acta de independencia llegó a aquella vieja metrópoli cartaginesa, sus ciudadanos no sabían cómo proceder, y establecieron una noción provisional, hasta que se despejaran “los nublados del día”. Ese carácter de lo provisional, influenció su devenir: Lo establecido “mientras tanto”, es un signo disfuncional de mediocridad, entreteje conductas dependientes del poder cambiante, transitorio, de doble cara pero nunca firme.

De 1821 a 1856, el país fue afectado por lo que no se sabe ni se tiene sospecha, elevando una ansiedad centroamericanista, con el establecimiento de la República Federal de Centroamérica, central a esta exposición de Berger y Robinson, quienes analizan esos transitorios de la historia local, idiosincrasia y matices culturales acrecentados durante su corta existencia.

Instaurada la Asamblea Constituyente de las Provincias, el 22 de noviembre de 1824, enmendó cinco estados capitaneados por Guatemala, e integrados por El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Impele a Francisco Morazán, a posicionarse en ese intervalo temporal que dista entre la independencia de las patrias centroamericanas, y las gestas de defensa de su soberanía, ante las tácticas de los invasores filibusteros que anteponían una cortina de humo en sus pretensiones esclavistas.

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

La historia aprecia que el istmo fue asediado por las intensiones del “Destino Manifiesto”, con William Walker en el escenario, quien consideró a los habitantes de esta faja terrestre incapaces de auto gobernarse. Fue repelido con “La Campaña Nacional de 1856”, una de las gestas de mayor aplomo en el país. El general surista fue fusilado al atravesar la frontera hondureña, tras ser vencido en Rivas por las tropas nacionales, primero en la hacienda Santa Rosa Guanacaste, y luego en Rivas Nicaragua, consumado en la batalla de San Jacinto, un 14 de setiembre de 1856, a 46 kilómetros al noreste de Managua, capital nicaragüense.

El historiador Víctor Hugo Acuña, en el texto “Noticias del Filibustero” del libro Estrecho Dudoso, 2006, refiere:
“No es contradictorio recordar esta guerra como momento clave de la formación de la nación costarricense, sin olvidar su dimensión centroamericana ya que desde julio de 1856 y hasta el final de la guerra en Nicaragua pelearon ejércitos de Guatemala, El Salvador, y Honduras. Es conocido, pero suele olvidarse, que estos ejércitos adolecieron de muchas fallas y errores. Esa fue una guerra centroamericana pero no tiene mucho sentido recordarla de manera mitificada silenciando el lado oscuro de la participación de los ejércitos centroamericanos”.(Acuña, V.H. 2006. P.173)

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

La propuesta en el CCE en Escalante
Interesan estos aspectos históricos para contextualizar el significado de un telón que separa la muestra en el Centro Cultural de España, marcado con el escudo de la federación de naciones centroamericanas, y la cruda realidad, no hablando solo de telones, cortinas, pliegues y murallas (psicológicas, ideológicas, sociológicas, virtuales e imaginarias), sino muros levantados en nuestros bordes continentales, representando instigación a la discordia, incomprensión, desaliento, desatino, perversidad, y miedo. Todos estamos arto informados del tratamiento con que repelen a los connacionales, al llegar a los bordes entre México y Estados Unidos. Sabemos de los miles de compatriotas centroamericanos, ancianos, niños, mujeres y hombres, que caminan por las carreteras hasta llegar a la serpiente ferrosa que lindera una noción que compunge y viola los derechos de los habitantes.

Los artistas intentan identificar, lo que pudiera ser un “prototipo de ciudadano, de aquella extinta República, con una instalación constituida por esculturas-collages de Gala Berger; y videos de Marton Robinson, quienes exploran, quizás como se hizo en el pasado, el desasosiego advertido este estrecho de tierra, sus subjetividades, identidades, mestizajes, narrativas, y tensiones a una memoria corroída por la violencia, segregación y xenofobia.

Exhiben símbolos que fueron instrumentos de poder, como el escudo, bandera, monedas y otros valores del sueño de Morazán, para hilar, anudar y adentrar en la historia regional. Inician con dos gráficas, en una de los cuales asoma la búsqueda de nociones raciales, arrojando datos de cuántos orientales, negros, poblaron o pueblan esta faja territorial; o, los grados de democracia confiable o no, pero que en tanto herramientas políticas filtran nuevos instrumentos de dominación.

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

Yo me pregunto ¿sí proceden?, o, ¿qué aporta sus cuestionamientos que puedan paliar la historia regional, o la realidad actual? ¿Qué tiene que ver ese “fantasma” hecho de malla metálica, hojas y proyecciones, con las tensiones migratorias actuales, y que afirman que este trazo terrestre entre el Caribe y el Pacífico y ha sido sendero de eternos migrantes y que reafirman las nociones y contradicciones Norte-Sur? Como espectador y analista del arte de estas décadas, lo visto me sondea en el vientre una hambre histórica y escozor al palpar nuestras realidades. En el momento de acercarme a la figura transparente y levitando, asomó, en una de las imágenes del video, una gran boca que parecía tragarla, visión precisa de lo que ocurre en esas complejas relaciones de poder, que antepone la bestia: lo incierto y sofisticadas prácticas del mercado.

Como carácter de lo político, en particular, me encanta observar, un arte que representa algo así que llevar una piedrita en el zapato, incomoda, pero desafía en el camino. La muestra tiene esos dos frentes divididos por el telón, y un tránsito provisto de narrativas para reflexionar -los videos de Marton y esculturas de Gala-, o meditar no solo en el pasado sino en el presente de pugnas y adversidades sufridas por los “paisanos” del área, cuento de nunca acabar.

Actualidad de la propuesta
Un sueño “morazánico” de federación de estados, no se quedó ahí, persiste en percepciones globales para redescubrir y enunciar los postulados de una única patria. Se aprecia en los programas de cooperación de la comunidad europea hacia la región, o los mismos tratados comerciales entre Centroamérica, México y Estados Unidos. Y aunque desde acá nos veamos como panameños, costarricenses, nicaragüenses, hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, beliceños, con especificidades culturales, raciales, étnicas, posicionamientos políticos e ideológicos propios, persiste un poder que solo mira un tesoro a conquistar y extender sus prácticas de dominación.

Lo apreciamos además en la entronización del mercado globalizado y transculturización, reconocido como filibusterismo moderno, el cual hoy nos llega por la boca y el estómago: los restaurantes de comidas rápidas. Se advierte ese modelo de vida tan tentador, mediático que demanda productos electrónicos y tecnológicos, para reinventar nuestras vidas, pero al costo de la dependencia económica y social, con nuevas nociones hegemónicas. Son abordajes que nutren las propuestas de los artistas locales, como lo hiciera el célebre Joaquín Rodríguez del Paso en la primera parte de este siglo y antes de su prematura muerte en 2016; o lo hace Oscar Figueroa con sus muertos ferrocarrileros y evocaciones a las patrias bananeras; o Stephanie Williams con Cuadra Cero quien vuelve a referir a don Juanito Mora, a Cornelius Vandebilit, y el esclavismo pretendido por Walker. Esto, entre otros y recientes abordajes, como la fogosa propuesta de Sofía Villena al borde sur del istmo: “La fractura en la espina de la bestia”, refiriéndose al tapón del Darién (El Tanque, 2019, MADC).

“No hay más que un nombre” de Gala Berger y Marton Robinson 
en el CCE. Foto cortesía de la artista.

Pliegues a la memoria
El telón que divide el espacio expositivo, antesala de datos y caracteres de la identidad e historia, estimulando recordar o conocer la primera parte del siglo XIX, también muralla, por cuyos intersticios nos movemos nosotros migrantes recorriendo la propuesta, y advertir miedo, terror de meternos en la entraña de lo propio, un vacío y sombras que producen algún vértigo al dar los primeros pasos después de atravesar el telón: Ingresar a la insondable caverna de una historia de dominación y mestizaje. Es un tamiz que cuela el adentro y el afuera, lo violento y desgarrador de la realidad; el adentro seguro y cálido de las figuraciones conceptuales, metáforas en cuya atmósfera y silencio, gravita la escultura blanda de Berger y el centellear trazos de luz, trueno reivindicatorio de los videos de Robinson, vectores que nos sacan de la modorra del día a día y del andar los imaginarios y simbólica de esta región. 

La noción dividida de la cortina o pliegues de la memoria -y con esto termino esta aproximación a la propuesta del Centro Cultura Español, agosto de 2019-, aunque no existe muralla física, se vuelve imaginaria, entramos o salimos como ocurre en los procesos migratorios de las fronteras nacionales, y me recuerda el dibujo de la artista argentina Liliana Porter, con que Tamara Díaz ilustró el final de su texto en Estrecho Dudoso: “Where are you”, 2000, litografía en la cual un conejo grande dialoga con otro pequeño, a su vez subido en un banquito para ganar estatura -la confrontación Norte Sur-, pero separados por el pliegue del papel.


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