lunes, 19 de agosto de 2019

Aguerridas pinturas del colectivo De Cerca y otros abordajes

La angustia en el arte contemporáneo

El día a día es aguerrido y violento, si apreciamos algunas de las manifestaciones actuales en el terreno de la cultura contemporánea, advertiremos signos de ansiedad, angustia y hasta terror. En el arte joven y, en particular, en la pintura, se pintan rostros cuyas miradas delatan horror, como lo que exhibe el colectivo De Cerca, en Kalú y Kiosco SJ, Barrio Escalante, Oriente de la capital. 

Y, si trazáramos un puente hacia la zona Occidental de San José, precisamente al Museo de Arte Costarricense, que aloja la muestra “Lapsus Sinister. La angustia en la colección del MAC”, curada por Byron González, advertiremos signos que develan un similar intersticio, cuando el artista resiente esos poderes que se ensañan contra la sociedad, que están grabados en la psique y conducta del habitante.

Roberto Carter. Figura mirando un cohete en el espacio, 2016.
Acrílico sobre tela. 140,5 x 114 cms.

Guerra no aparente
La reyerta se gesta bajo aquel tripero tecnológico donde el adversario detenta con afilados aguijones, pero igual compunge. Y ya que hablamos de trazar puentes, demos una mirada al arte internacional, a la obra del escultor malayo Chao Harn Kae, quien invita a un jardín de ensoñaciones, con faunos, ninfas y centauros, pero cuyos rostros admiten miedo. Muy de cerca aprecio también el trabajo de otro escultor ceramista de la India, Amit Ganjoo, quien destapa la caparazón protectora con que encierra sus personajes, y, como quitarse una careta, devela a un ser descarnado, horrorizado por el exterior, las noticias del mundo.

Apreciando el trabajo de otros artistas nacionales, a Priscilla Monge, ya abordaba con sus Sentencias de Muerte, 1994, la paradójica: bordar lo que finiquita el contrato de la existencia. Emilia Villegas, con su pintura Juguete rabioso, 1996 -ambas expuestas en MESóTica II: centroamérica re-generación-, pintó a un personaje que “torea” a un objeto rabioso: al corazón humano. El ya desaparecido Rudy Espinoza en dibujos y grabados confrontó a la bestia, un ave rapaz, o al coyote que se afirma en la espera delante de una puerta o ventana -pieza expuesta en Lapsus Sinister.


Fabrizio Durán. Caras, acuarela.

Crípticidad y pensamiento crítico
Los sujetos y objetos artísticos son cajas de resonancias de la adversidad. El barro fue para fabricar utensilios domésticos dentro de un plan funcional o utilitario. Hoy día, son instrumentos de guerrear, y aunque se interprete que la cosa no es con nosotros, sus tensiones afectan a la sociedad. Las miradas de los personajes que pintan estos chicos del colectivo De Cerca, referencian los rostros pintados, entre otros, por Diego Arias Asch, donde pareciera que no ocurre nada, que todo está “puravidísima”, sin embargo, la controversia invade, extorsiona, acosa. No están lejanos del arte del outsider, Héctor Burke, quien colisiona en las paredes de esa cueva cerebral donde emergen retratos, miradas y gestos con un espasmo ancestral, un dolor de la raza que se ahoga en las profundidades del ego.

Hace unos cinco años, antes del deceso del gran Joaquín Rodríguez del Paso, en una entrevista le pregunté: ¿Qué o cómo impacta a la cultura y en especial al arte en estos tiempos de aguda crisis que no es solo económica, sino política, religiosa, cultural? 
Pues algunos, respondió Joaquín, -y, sobre todo los más jóvenes-, optaron por desentenderse de estos asuntos en sus propuestas. Inclusive existen movimientos como el “cheverismo”, que opta por ignorar la situación político-social en Centro América, o al menos darle un giro tal, que no aparece rastro de ninguna problemática de este tipo en sus propuestas, aunque ellos afirmen que si los abordan”. (La Fatal No.2, 2015)

Pía Chavarría. Caras, acuarela.

La cara del adversario
Esta guerra la atiza el mercado, entroniza tácticas de ataque con armas sicológicas, intelectuales, conceptuales. Nos ponen contra la espada y la pared, a quien no se comporte como consumidor; somos controladas por los monitores del comercio mundial, y si esos registros de venta no se mueven, vamos a ser ninguneados y puestos al margen. 

Las cadenas alimenticias ensayan prácticas neo-filibusteras, se ensañan para que consumamos “comida chatarra”, pero de pronto nos percatamos de otro mal de estos tiempos, la obesidad, y esa condición provoca mayores angustias. La mujer regordeta asemeja a las venus esteatopigias de la escultura del Paleolítico y Neolítico; cuando el sentido de belleza era ese, objetos del deseo exaltando las capacidades reproductivas. Hoy en día, sobre todo las bandas más jóvenes de la feminidad, sus cuerpos se someten a rigurosos regímenes para no parecer a la Venus de Lespugue, pero caen en depresión, al abstenerse de ir al “mall”, y enfermas de bulimia. 


Roberto Carter. Mujer en el bosque. Acrílico sobre lienzo, 140 x 114 cms.

La idea liberatoria de la felicidad, según Bauman, explica esa táctica de poder: “Pero sí que sé que, sea cual sea tu rol en la sociedad actual, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda. El reverso de la moneda es que, al ir a las tiendas para comprar felicidad, nos olvidamos de otras formas de ser felices como trabajar juntos, meditar o estudiar”. (Bauman, S. Entrevistado por Gonzalo Suárez, 2016)

El afuero violento, descarnado, inseguro, vrsel adentro cálido, nuestro, pero hasta la comodidad y calidez del hogar llegan las tácticas de dominación, la publicidad, nos convencen comprar lo que no necesitamos; también lo hace internet, los celulares, la ciudad está atestada de contaminación visual y sónica publicitaria, productora de basura que envenena al planeta. Aunque no veamos cañonetas, tanques, ni helicópteros artillados, las armas de esa guerra son las ideas, el pensamiento; son tácticas mentales adiestradas por los estrategas del marketing y la globalización. 

Fabio Cerdas. La Niña, 1979. Dibujo a plumilla, colección del MAC.

Lapsus Sinister en el MAC
Me refiero a estas contingencias, pues el arte reclama a la memoria, y en el museo mismo, yo como espectador, sostuve estas sensaciones de terror, aunque no niego que también emoción. Aquel teatro de las oscuras sombras donde recrudecen las luchas del bien contra el mal, me atraía, consciente o inconscientemente, ansiaba volver al gran útero del mundo, para ponerme a salvo: el adentro de nuestro hogar, donde sentir seguridad.

Juan Manuel Sánchez; “Figura indígena”. 1932 cerca. 
Talla en piedra, colección del MAC.

Byron González, en el texto curatorial de esta muestra actual en el Museo de Arte Costarricense, plantea una intensa investigación para sostener su proyecto, me imagino que aquella bóveda del acopio, “caverna del mundo”, lo estimula a entrar en las teorías del psicoanálisis para explicar nuestras actuaciones delante al pathos, cuyo borde es un hilo impreciso y muy delgado. El curador sustentó la muestra en ejes como “El origen de la angustia”, “Las dimensiones de la angustia”, “Un lugar siniestro”, “El que permanece oculto”, “La represión del deseo”, “Las fuerzas ocultas”, y “El fin de la angustia o regreso al origen”. Se trata de una estructura que apuntala, vinculando la armazón conceptual con los títulos de las esculturas, pinturas, grabados, dibujos, muchos de los cuales son desconocidos y sus creadores también. No dejo de evocar la plumilla “La Niña”, 1979, del cartaginés Fabio Cerdas, miembro, en los setenta, del Grupo La Puebla de los Pardos.

Amit Ganjoo. Terracotta. S/F. cerámica. Foto cortesía del escultor.

Amistad 
Otro de los artistas que me interesan enlazar a este comentario, es al escultor de la India, Amit Ganjoo, quien define los frutos de su práctica como una “oda a la amistad”, abrasando, según sus palabras: “Una filosofía espiritual de la vida (de Vasudev kuthambakkam), predica que observa que “todo el mundo es una familia”. O sea que habla de amistad, aunque seamos desconocidos, tal y como ocurre en redes sociales. Sin embargo, y en tanto la amistad enuncia su opuesto, el enemigo siempre estará a la zaga, subvirtiendo con el aguijón de la discordia.

Amit Ganjoo. Terracotta. S/F. cerámica. Foto cortesía del escultor.

Amit Ganjoo. Friendship. cerámica. Foto cortesía del escultor.

Amit adoptó la forma de la botella, no un simple contenedor de líquidos sino de historias. A este punto hago un paréntesis para referirme a otro simbolismo de la botella, cuando se le pone dentro un papel escrito con palabras que claman desesperadamente por auxilio, y es lanzado al océano (otro signo de lo incierto). En las esculturas de Ganjoo, a la superficie exterior emerge lo que está adentro, con un gesto desafiante, pero en otras, es una ventana que deja ver el rostro del personaje quien aúlla para dejar sentir el presagio, la desesperación y pulsión de la memoria.

Chao Harn Kae. Cerámicas. Foto cortesía de Chao's Ceramic.

Chao Harn Kae: Reminiscencias del barro
El artista Chao Harn Kae se sirve del barro, materias origen del planeta-, para crear esculturas que son como el recuerdo impreciso de una imagen pretérita, cuya poesía retorna a la memoria por la mano del artista alfarero, y esa imagen es un bosque poblado de centauros, ninfas y faunos. Son criaturas que combinan rasgos humanos, caras, manos, orejas, ojos, bocas, narices, y en ocasiones poseen partes de cuerpos, que experimentaron no solo pasar por el fuego para alcanzar el temple del material cerámico, sino simbólicamente evocan el fuego de las vicisitudes de la vida actual. 

Chao Harn Kae. Cerámicas. Foto cortesía de Chao's Ceramic.

En esas criaturas modeladas por Chao Harn Kae, prevalecen gestos de la mirada, en ojos y manos. No son cualquier mano la que modela Chao, ni cualquier ojo ni mirada; poseen una impresionante profundidad, la cual engulle hacia sus adentros poblados de poesía, pero también miedo. Esas miradas son un tamiz que bloquea la violencia del mundo, protegiendo la interioridad cargándola de la bondad de un hombre bueno, quien busca, investiga, experimenta, y en tanto sabe de las propiedades y carácter del material que trabaja, brota, fluye, resignifica en la obra artística.

El colectivo De Cerca
Pía Chavarría, Fabrizio Durán, Jonathan Dennis, Ignacio Quirós, Roberto Carter, curados por Konstantina Stiamatiades, pintan rostros en apariencia tranquilos, pero hierve una queja que devela en las miradas. Son ojos de terror, de angustia, de resquemor. 

Pía Chavarría. Caras, acuarela.

Una de las piezas que más me anclaron de lo expuesto por Roberto Carter, es una figura femenina obesa: Mujer en el bosque, 2016, acrílico sobre lienzo, 140 x 114 cm. Uno, en tanto espectador, presiente la angustia de un cuerpo que se mueve intranquilo, con dificultad, atrofiado. Es una mole que me recuerda la pintura del mexicano Ricardo Martínez, que en los años ochenta pintaba doncellas mayas como si fueran pirámides; eran un monstruo divino, pero no parecían terroríficas, a pesar de la monumentalidad de su porte, y referían a la cultura, al miedo ancestral por los procesos colonizadores que se ensañaron contra el arte de los pueblos originarios mesoamericanos y del resto del continente.


Fabrizio Durán. Caras, acuarela.

Lo que intento explicar es que el arte vuelve a los sujetos divertidos, lúdicos, en apariencia sin preocupación, y me conectan con las esculturas de la connacional Leda Astorga, que, tras su apariencia jovial y feliz, surte la ponzoña y por detrás brincan los diablillos haciendo travesuras. 

Las piezas de Pía Chavarría, y las de Fabrizio Duirán, son retratos ataviados de fuerte tectónica, me recuerdan las pinturas de los informalistas franceses de la segunda parte del siglo pasado, Jean Dubufet y Jean Fautrier, pero también “la Visita”, o “Mujer III”, 1953, de Willen de Kooning. Son portadores de una carga de emotividad encendida hasta hacernos preguntar con asuntos de la modernidad actual, y la electrónica, ¿dónde se activa la felicidad?, ¿existe la recarga?, ¿cuál es la clave de acceso a ese mundo que nos estira los rostros y nos hace ver tan cabizbajos?

Pía Chavarría. Caras, óleo.

El borde entre la angustia y la felicidad -y con esto cierro este abordaje-, es en suma poroso, todo depende del artista al seleccionar sus medios materiales, técnicos, como también los conceptuales, que dependen de su intelecto, y su postura delante al mundo, delante a una crisis que no toca fondo. Sin embargo, esos cuadros son como el antojadizo boomerang, que tras lanzarlo se devuelve, y a veces, si no sabemos cómo frenarlo entre las manos, golpea.


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