viernes, 26 de mayo de 2017

9/11 – 11/9

Los desafíos me encienden, aunque no me sienta obligado a hacerlo termino comentando la experiencia de observar lo expuesto en un museo, galería o muestra. Siempre he dicho que si una exposición motiva, nada me detiene para decir algo, pero si por el contrario no me ancla, pasará desapercibida pues no mueve una sola neurona para sentarme a escribir lo que pienso o aprecio de lo visto, aún así no me gusta auto-denominarme crítico de arte pues no lo soy. Cuando me enteré en redes sociales acerca de esta muestra con un título tan Sui generis, advertí el fuego del reto, y la visité al día siguiente de la inauguración. Al caminar y ponerme delante de cada propuesta, pensé en diálogos entre los espacios y las voces que emergen de las obras, me pareció avanzar entre los vericuetos del laberinto, alce la mirada, viré de lado, y las piezas infundieron, por un lado contención, y por otro fuerza para reflexionar sobre el título, los autores, y el arte de estas décadas del siglo XXI y el tercer milenio.

Vista de Sala 1. Foto de Adriana Artavia, cortesía del MADC.

El título del proyecto en Sala 1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), 9/11 – 11/9, exposición colectiva del 10 de mayo al 22 de julio 2017, curada por Daniel Soto, fijó mi atención en los umbrales del presente siglo -del cual ya hemos avanzado casi dos décadas-, con aquellos acontecimientos de la caída de las torres gemelas de World Trade Center en Nueva York, aquel fatídico once de setiembre de 2001; cavilé acerca del terrorismo, Isis, talibanes, Alcaeda. Es cuando el espacio del Museo se vuelve cuadrilátero, desencadena el combate, en mi caso personal el acto de caminar la muestra me sume en un momento de extrema concentración y veo encabritar las aguas del río de la interpretación del arte. Por lo general ocurre una regresión a algunos eventos vivenciales que en algún momento de la vida me afectaron y marcaron poniendo un piolín en la memoria personal. 

Vista de Sala 1. Foto de Adriana Artavia, cortesía del MADC.

Me engulle la espiral del tiempo y de pronto recuerdo eventos acaecidos que no se borran tan fácilmente, cuando desde lo alto de la visión o film de los recuerdos, en el presente caso me vi al interno de un autobús -cuando yo era estudiante en la ciudad de Roma-, y al transitar por la elegante “Via del Tritone”, sentí el estallido de una bomba terrorista puesta en una agencia de viajes y cercanías de la Embajada Americana, el bus se detuvo en tanto el tránsito colapsó, solo se movían las patrullas de la policía, vehículos de la cruz roja o bomberos, y al estar ahí eclipsado por la conmoción, sin poder salir, con aquel calor que provocan las personas apretujadas y encerradas en el infierno de la escena, me percaté de que todos ponían sus ojos sobre mi humanidad, sus miradas eran dagas y aguerridos comentarios que como torpedos se escapaban de entre las comisuras de sus labios y gestos de enfado, fue cuando me di cuenta que yo era el único extranjero entre ellos, quizás me creerían irakí, iraní, libio, sirio, palestino, yihadistas, de hezbollah, o de cualquier país de esos en la mira de Trump, incluso escuché a una anciana decir sin quitar el proyectil de sus ojos hacia mí: “esos extranjeros son los responsables de robarnos la paz”. Con eso vivencié la cuantía de las tensiones de ser migrante, aunque en mi caso me encontraba ahí con papeles en regla.

Vista de Sala 1. Foto de Adriana Artavia, cortesía del MADC.

De esta manera evocativa y cavilante comprendí el contenido de los textos escritos por el curador en sus esbozos teóricos, conceptuales y curatoriales, focalizando las problemáticas en las cuales el grupo de jóvenes artistas seleccionados para este proyecto, crearon sus obras, visualicé en la gran pantalla de la imaginación los escenarios donde enfocan sus visores estos artistas, dirigen sus investigaciones, sus deseos de externar por medio de un objeto que es portador del arte, su propia comprensión de la práctica artísticas en tiempos de fieras miradas y antagonismos políticos, sociales, religiosos, culturales, migratorios, de eternas luchas hegemónicas que se reescriben en la historia con nuevos nombres.

Albertine Stahl, “El año de la cámara digital para retratos personales”, 2017. Foto LFQ.

Aclaro que no haré una lectura pieza por pieza como una crónica de la visita al Museo, lo que traeré a mi comentario es la memoria del detenerme delante de cada una de las piezas y sus autores para reflexionar e imbricar el análisis de esos estamentos teóricos y expresivos. Pero tampoco puedo dejar de comentar acerca de los anclajes en el mar de los pensamientos de una persona mayor, como yo, que crecí en otros entornos o estructuras del arte y la cultura, que debí adecuarme a estos nuevos lenguajes y focalizaciones del fenómeno artístico que llamamos arte contemporáneo. Nunca como en ese día que visité el MADC, se encabritaron tanto mis percepciones, sin embargo me dispuse a observar cada obra, cada ficha, cada revelación, como la espera para poder salir fuera de aquel autobús entre vidrieras colapsadas, humo y aullidos de pitoretas y sirenas que marcaban la conmoción en una ciudad conmovida por el terror.

Pamela Hernández, “¿Qué es la felicidad?”, 2016-2017. Foto LFQ.

Los expositores y sus obras
Albertine Stahl, “El año de la cámara digital para retratos personales”, 2017. Christian Salablanca, “Kira al medio día”, 2015, y “Que nuestro placer de ser comidos sea más grande que el de otros”, 2017. Anna Matteucci Wo Ching, “De lejos”, 2016 – 2017. Róger Muñoz Rivas, Estudios 2015-2017, “Qué asco la naturaleza”. Mariela Richmond, silla “Sin título”, diseñada para la obra “La noche árabe” 2016, Colección Compañía Nacional de Teatro. Pamela Hernández, “¿Qué es la felicidad?”, 2016-2017. “Black Star Line”, 2017, de Marton Robinson. Diana Barquero, “Micropaisajes” 2017. Sara Mata “Verde Lluvioso”, “Amarillo Amanecer”, “Violeta Celaje”, 2017. Adolfo Ramírez, “Sin título”, 2016-2017. Emmanuel Zúñiga, “Proyección”, 2015; “Amarillo cadmio claro + Violeta magenta sobre Verde cobalto oscuro + Carmín permanente, 2017; Verde cobalto oscuro + Carmín permanente, sobre Amarillo cadmio claro + Violeta magenta”, 2017; Módulo cromático por complementarios” 2017;  Módulo en gris háptico, 2017; Pruebas de color y densidad, 2016 – 2017, Exploración técnica, Técnica mixta: acuarela, collage, fotografía análoga, paleta, bitácora y negativos fotográficos intervenidos con rapidógrafo. Todas son voces de estas décadas, hablan de interiorizaciones y comprensiones del fenómeno y práctica creativa de un mundo en tensión pero donde se produce, se expresa, se debate.

Diana Barquero, “Micropaisajes” 2017. Foto LFQ.

Prosigo: Alejandra Ramírez, Serie “A” 2016; Preludio sobre Lori, de la serie “B”, 2017. Wilson Ilama, Naïf Diorama, video digital, 2016-2017. Sergio Rojas, “Cómo mirar a un rey” (de la serie LagoLeón), 2017. Róger Muñoz Rivas, “En el nombre de los vegetales”, 2017. Andy Retana, “American Standard” Transferencia sobre porcelana comercial reutilizada y lustre de oro, 2017. Mariela Richmond, Alarma “Sin título”, diseñada para la obra “Desaire de elevadores”, 2015, Colaboración de Joan Villaperros. Andrés Gudiño, “Sin título”, 2017, con aquel agujero en la pared de una escenografía, incrementando la tensión, el deseo del bouyerista, el morbo pintado de rosa.

Andrés Gudiño, “Sin título”, 2017. Foto LFQ.

Todos estos nombres propios, fechas, títulos de obra, martillaban en mi conciencia y pensamiento, clamaban por mi atención. Como dije cada artista con sus registros implican el lenguaje del hoy, las técnicas, los procesos y uso de tecnología, recordarán con aliento o con odio la escuela, los profesores, el grupo de colegas y amigos, la teoría y crítica del arte, su posicionamiento estético, ideológico, religioso, los discursos de mayorías o minorías o de ubicarse al margen, inclusión o exclusión, argumentos que atañen al científico social, la hermenéutica, la tropología, la semiótica, la sexualidad, la territorialidad, Foucault, Augé, todo el marco de significados que ahí en el Museo, emergían y volvían a consumirse en las aguas. Cada pieza traía su propia esquirla, era portadora de la tensión e incertidumbre de movernos en la urbe actual. Cada una de esas piezas era portadora de su propio infierno, el de la colectividad, el propio nuestro, de quién detenta el poder con las armas, roba, secuestra y se vuelve sicario, pero también es el espacio donde acrecienta el fuego de quien ama y regenera ese “mundo” para paliarlo de las tantas y nocivas contingencias.
“Crecieron durante los 90´s -comenta Daniel Soto en sus reflexiones de curador-, vieron en vivo la caída de las Torres Gemelas, usaron un iPod para escuchar su música y el triunfo de Trump les genera incertidumbre”.
En ciertos recodos del laberinto museo, intuí que hacía falta curaduría, que no todo estaba resuelto, pero topé con otro texto de Daniel que lo explica: “El gesto inició como una revisión de dossier y entrevistas, pero desembocó en una exposición no comisariada; esto significa que las obras no fueron seleccionadas por parte de la curaduría, sino propuestas por los artistas y desarrolladas en conjunto, bajo un modelo de formación e investigación...”.

Sara Mata, “Amarillo Amanecer”, 2017. Foto cortesía del MADC.

¿Qué me deja la visita al Museo?
Importante preguntárselo siempre. Permanece el fogoso desafío de los jóvenes por defender su arte, por levantar la mano en la llanura de hacer cultura y hacerse visibles. Creo que el asunto de edad no calza con la realidad y la experiencia de algunos aventajados, como Salablanca, Gudiño, Pamela Hernández, la misma Barquero que aún exhibe en El Tanque, Sara Mata, Robinson, son nombres que asoman con frecuencia en el panorama cultura de San José, en Teorética, Despacio, el MAC o el MADC. Sin embargo el ejercicio es bueno, el espacio es óptimo para retarse entre sí y sobre todo retarnos a nosotros los espectadores ante un tiempo que quizás ellos necesiten mayor distancia para comprender en qué aguas nadan.











domingo, 21 de mayo de 2017

Diego Fournier: Dualidad en la gráfica actual

Los bordes entre arte y diseño en las producciones creativas de la contemporaneidad se desvanecen o transparentan y se vuelven porosos entre sí, el artista/diseñador da pasos entre ambas lindes a veces manifestando su traviesa actitud de transgredir las reglas del juego tan propia del arte joven, y en otras, actuando con la racionalidad del proyectista experimentado quien explora cavando entre las estratificaciones del lenguaje, relacionando lo que se esconde entre las palabras o los signos para la comprensión de aquellos significados con los cuales construye su concepto, y lo hace desde otros emplazamientos teóricos y posicionamientos estéticos catapultado por su necesidad de originalidad o de constante innovación. 

Diego Fournier. La Revancha del Mandril y otros Tapices, en Sala 1.1 del MADC. Foto LFQ.

Es quizás en esas zonas de la creatividad que, en tanto caminante intento deducir un comentario creíble y fundamentado de lo observado, al encontrar eso que atrapa mi sensibilidad: el espíritu de quien busca, crea o conforma imaginarios y alumbra esas prácticas que en el museo encontramos por doquier, basta continuar por esos “pasadizos” de la gran Sala 1 del MADC para encontrar estos nuevos diálogos en 9/11 – 11/9, pero cuyo comentario aún está por escribirse.

Diego Fournier. La Revancha del Mandril y otros Tapices, en Sala 1.1 del MADC. Foto LFQ.

La Revancha del Mandril y otros Tapices
Esta propuesta del Diego Fournier en la Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), curada por Daniel Soto, entreteje un ardid para atrapar el pensamiento del espectador, someterlo a un fuego cruzado entre los lenguajes del arte y las estrategias de comunicación visual que intentan cargar de emocionalidad al producto, que va desde un tapiz de pared, a un empaque, al cartel, a la tela para encuadernar un libro o para tapizar un sillón, una alfombra, la corbata, camisa o las zapatillas deportivas que adoran los jóvenes de estos tiempos y se vuelven signos de pertenencia. 

Diego Fournier. La Revancha del Mandril y otros Tapices, cuadernos de bocetos, Foto LFQ.

La figura del madril africano (Mamífero primate de la familia cercopitécidos (Mandrillus sphinx), tema que Fournier explora su lado lúdico y gesto fogoso, con ese hocico alargado, ojos hundidos y un mechón sobre la cabeza, rasgos contrastantes y caricaturescos, con lo cual alude a la “revancha” de esta propuesta: la eterna lucha por el poder o la hegemonía, por mantener la “banana” en la mano –signo de penetración económica o política pero también del deseo y el morbo-, tensión existente en la profunda selva y símil del vivir en una sociedad como la actual ante tantos desequilibrios y tácticas centristas en los nuevos ejes de dominación, como los existentes en nuestros propios ámbitos regionales y bajo nuestras narices cuando quienes más sufren, son los más débiles y necesitados y no esos gorilas detentores del poder.

Diego Fournier. La Revancha del Mandril y otros Tapices, en Sala 1.1 del MADC

 Lo que veo en lo expuesto
Como ilustrador y creador de imágenes inspiradas en el “cartoons” o tiras cómicas, hemos seguidos la huella de sus pasos en la Bienal del Cartel de México 2016, la Bienal del Cartel de Bolivia 2015, y la Bienal Iberoamericana de Diseño de Madrid 2014, escenarios donde se debate la validación de esos lenguajes y prácticas de la gráfica internacional de estas primeras décadas del siglo veintiuno.

Diego Fournier. La Revancha del Mandril y otros Tapices, en Sala 1.1 del MADC


Su trabajo se distingue por el trazo o gestualidad y ensambles en estructuras compositivas múltiples, sugerentes y traviesas como la misma multiplicidad, que atrapan de inmediato la atención de la mirada del espectador o visitante a la sala, la cual rastrea constantemente ese carácter de provocaciones, y que en la muestra nos sume en el sacro templo de la iconicidad: Ingresar a ese espacio del museo, tanto como entrar al estudio/taller del individuo creativo, al laboratorio de ideas del artista o diseñador actual, desencadena -por lo menos en mis percepciones de comentarista de arte que suelo comportarme como el científico social cavando y anotando ese carácter de registros e inventarios en mi blog “Árbol de Miradas”-, abre la evocación de andar los vericuetos de quizás una tumba faraónica como la de Sennefer en Tébas (dignatario de la XVIII Dinastía) donde en el techo se aprecia un patrón de repetición de un ramo de uvas, o cualquier otra arquitectura funeraria, como la estancia de Pacal en el complejo de Palenque, la excelsa ciudad de la cultura Maya donde se aprecia al Axis Mundi, la gran Ceiba pentadra que dirige la fuerza y enormidad de sus ramajes hacia todas las direcciones cósmicas, espacio místico donde también descubrir los tesoros, en este caso del gráfico/animador: protegidos bajo la seguridad de una vitrina encontramos los cuadernos de bocetos donde el artista Diego Fournier construye esos personajes, sus anotaciones y escritos orientadores teóricos y conceptuales para preñar el contenido, pre-visualiza con soltura sus acciones en esas estructuras de repetición que animan la cromática y texturas con que recubre las paredes con ignotos “glifos” que sugieren lecturas de escrituras ideogramáticas aplicadas en los murales mayas. Ese toque de suspenso en los signos ensamblados en estas figuras con juegos figura/fondo me sumen en dicha centralización de las emociones que conlleva una labor disciplinada, pero que arriesga a cada paso como lo hace el artista hoy bajo los aleros del recinto museo.

sábado, 20 de mayo de 2017

Construir el Árbol

Hoy en día en arte es fundamental motivar la actitud para construir, no para destruir, y hacerlo a partir de los mismos desechos de la industria y el comercio, implican a la creatividad humana, fundamental para transformar esta cultura. Es misión de los museos, los educadores y los mismos artistas formar esta actitud, que cuestionen el cambio de nuestras conductas y prácticas de conservación, pero sobre todo que fortalezcan nuestro amor hacia la naturaleza.

Grupo de estudiantes del Colegio Científico de la provincia de Limón. Foto LFQ.


Expo Museos 2017-05-2
Ese fue el pensamiento que motivó el taller “Construir el Árbol”, dentro del programa de Expo Museos 2017, realizado con éxito y con mucho público el 18 y 19 de mayo en la Casa del Cuño, organizado por el Ministerio de Cultura e ICOM para celebrar el Día Internacional de los Museos. El taller, impartido por las encargadas del departamento de Educación del Museo de Arte Costarricense, Vivían Solano y Maribel Rodríguez, además de LFQ de Museo del Árbol (museo virtual que también estuvo presente en la feria). La dinámica motivó a un grupo de estudiantes del Colegio Científico de Limón a pensar construir un árbol a partir de desechos, en este caso tubos de cartón, de esos que funcionan para arrollar papel o telas, además de ligas de hule, papel craft y pinturas con lo cual generar lo que recubriría la superficie de los tubos y así regenerar un paisaje de memorias del árbol: hojas, frutos, semillas, flores, lianas, musgos, epífitas y trepaderas, pero todo hecho con desechos.

Grupo de estudiantes del Colegio Científico de la provincia de Limón. Foto LFQ.


Conceptualizar la metáfora
La motivación inicial parte de que cada uno de estos tubos hechos de papel, fue un árbol, y que abría que buscarle una nueva vida con su reutilización, pues lo peor que puede ocurrir es que los subproductos industriales vayan a dar directamente a la basura, lleguen a contaminar más, considerando además que la fabricación del papel es una de las industrias más agresivas contra el planeta; de manera de que a partir de esa realidad regeneró la metáfora de “construir”, y a partir de los símbolos configurar la presencia de esas criaturas que dan vida a los bosques, las montañas, los campos y las ciudades. Hace unos años entrevisté al destacado arquitecto costarricense Benjamín García Saxe, y le pregunté cómo resolver la fealdad de nuestras ciudades actuales, y las estrategias de urbanismo actuales; su respuesta fue “menos autos y más árboles”.


Taller Construir el Árbol, Expo Museos 2017, Casa del Cuño

El reto
Para los estudiantes de un colegio científico se les presentaba un importante desafío, ¿cómo llegar a esa representación simbólica tan cercana al arte con tubos de cartón –que repito: un día fueron árboles-, y una ligas de hule que se estiran con las cuales fijarías las articulaciones de los ramajes. Esta fue la actitud problematizadora de reingeniería básica que atañe a una estructura natural con sus tensiones y soluciones de equilibrio implícitas. Pero sumó además la excelente actitud con que asumieron estar en el taller por parte de los muchachos, con su ímpetu juvenil y fogosidad fueron probando hasta llegar a la solución y a demostrar sus capacidades. Un segundo grupo se dedicó a crear el ropaje del árbol como dije hojas, semillas, frutos, flores, lianas, bejucos y otros elementos que complementaban la construcción simbólica. Uno de los profesores que les acompañó hablaba de “decorar”, cosa que refuté de inmediato pues construir es hacer crecer una idea con creatividad y el talento propio de todas las personas, no se trata de adornar. La motivación al cambio de las conductas sociales en torno a la conservación de la naturaleza no necesita de adornos sino de ideas que nos cuestionen y cambien nuestras actitudes actuales.

Taller Construir el Árbol, Expo Museos 2017, Casa del Cuño

Estudiantes de una escuela de León Cortés


En un segundo momento tocó el tiempo para otro grupo de niños de una Escuela del Cantón León Cortés, que vinieron de aquellos parajes montañosos y cafetaleros a un espacio de fuerte intensión creativa como son los museos, a llevarse un nuevo aprendizaje en este caso de cómo construir una criatura –abundantes en su propio paisaje-, pero obteniéndolo con riqueza de emociones, texturas, corte y pegue pero de intención creativa, no el corte y pegue en las búsquedas de internet que se realizan y que son tan nocivas como no hacer nada.


Lo realmente importante del taller quizás no está en los frutos, 
sino en el proceso y lo que cada estudiante derivó, 
lo que aprendió o le permitió cuestionarse 
de nuestras actitudes hacia la Madre Tierra.

Qué nos queda de esta experiencia

Refiere a la función del museo de mediar en el aprendizaje y acercamiento a la cultura a través del pensamiento crítico y la búsqueda por evitar el impacto al planeta de los subproductos de la industria y el mercado, exaltando la figura del árbol que tiene la función de renovar los procesos atmósféricos, y que cada mañana tengamos aire renovado, una criatura que fija los nocivos elementos como el nitrógeno que éste a través de las raíces fija a la tierra, y esas moléculas de oxígeno renovado suben a la atmósfera conformando las nubes para que tengamos agua, y aminorar el impacto del efecto invernadero; además de que forman el paisaje, motivan nuestra espiritualidad y emocionalidad, nos dan frutos, flores, alimentos, madera, calor, y sobre todo amor el cual hacemos nuestro en la medida de darle un abrazo a los árboles que tengamos cerca y decirle que todos sin igual, en tanto criaturas de lo creado, compartimos vida.

jueves, 4 de mayo de 2017

Bocaracá: La Serpiente Dorada

Los artistas visuales en tanto eternos migrantes en búsqueda de lenguajes, encuadres, materiales, técnicas, modos de expresión y comunicación con los demás, y lo que constituye propiedad, añoranza, extrañamiento, territorio buscado, tierra prometida y custodiada por tremendos gigantes, para apropiarse de esos límites deben vencerlos con actitud titánica: la de hacer arte y producción cultural en tiempos de crisis. A veces los artistas parecen hallar lo buscado, atravesar la frontera, sin embargo de pronto todo se pone de nuevo cuesta arriba y deben abandonar lo conquistado, pues se vuelve contra sí. Aquello que hacemos a la vez nos hace. Mucha de mi reflexión la estimuló la lectura del texto de Zigmunt Bauman que pegó Rafael Ottón Solís en el muro de entrada a su instalación, muestra “Bocaracá, La Serpiente Dorada”, Galería Nacional, abierta hasta el 18 de mayo 2017, y por otro la lectura del manifiesto crítico de Florencia Urbina, el cual discurre mediado por la tecnología LED.
Rafael Ottón Solís, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Rafael Ottón Solís, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Cuando ingresé la primera vez a esa sala -la noche de la inauguración-, hallé unas velas encendidas cuyos residuos cuajaban como sabia del árbol de la sangre (el Crecenthia cujete o el Crecenthia alata conocido en el país como el jícaro), desperdigado en la cuadrícula del pavimento, y una hermosísima fotografía de dicho territorio buscado y marcado por el calzado de quien la engatilló; eran los suyos, los zapatos de Rafael Otton, el artista y miembro de Bocaracá. La segunda vez que entré, en vez de velas encendidas encontré a un grupo de estudiantes de la escuela de Artes de la Universidad Nacional, pero con una llamarada sobre sus cabezas (como los discípulos del taumaturgo galileo en Pentecostés), eran sus pensamientos encendidos “a fuego cruzado”, en tanto que cada uno ahí sentado tenían la tarea de construir su propia interpretación de esos rastros del migrante en la penumbra bajo la sombra de los árboles en la montaña o entre las aguas, como la profundidad de aquella fotografía y la pluralidad de matices de las tantas flamas consumidas en el entramado del sitio.

Florencia Urbina, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Esta fue la segunda ocasión que visité la muestra, la primera y como suele suceder, no vi mucho al caminar entre tanta gente que, como expresa Urbina “llegan a lucirse, a comer o a beber vino”; aspecto que me recordó la práctica de sentir el arte, de conectarse a esas vibraciones puesta por el artista en sus pensamientos, en esos silbidos, abucheos o aplausos que cuajaron en la piel de la obra y por ende en nuestra propia piel de espectadores al estar a solas y en silencio, sentados meditando -como a unos pasos de ahí lo hacían aquellos chicos intentando entablar o descifrar la comunicación, si se puede llamar así a esa experiencia cuando el observador y la obra se entienden, y cuaja algo entre sí, en ese ir y venir de la mirada y la lectura de las aguas del río del arte.  Precisamente ingresé a sentir la propuesta de Florencia Urbina “Whistle Blower, constituida por una pintura de personajes a su estilo de trazo, encuadre y tratamiento, tanto como el manejo simbólico del color, pero lo que más me provocó, en lo que clavé la mirada fue al darme vuelta y estar delante de aquellas frases en el pasamensajes LED, que corrían como el segundero del reloj, frases que buscaban golpear a contrapelo de la provocación, del cuestionamiento, obligándome a preguntarme en cuál calzábamos como espectadores, o en mi caso como comentarista de la muestra, indagando cuál daba en el punto certero, y comprendí esa fogosidad de la artista desde su práctica artística, desde su posición como creadora y mujer, a quien consideré como andar con una “piedrita en el zapato”; ella cuestiona y esta vez la percibí con mayor fuerza, con mucho más insistencia de confrontarnos a esas situaciones de la vida diaria -política, sociedad, educación, cultura, creencias-, posicionamientos y reveses de nuestra manera de ser e idiosincrasia, y mucho más que eso en tanto atañen a la comprensión personal del fenómeno artístico contemporáneo el cual se nutre de todos esos discursos.

Mario Maffioli. muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

De inmediato entré en la sala de fondo donde exhibe Mario Maffioli un conjunto de pinturas de esos pájaros negros que llamamos “sanates”, y que sin serlo, parecen “buitres” (como los agresores que se comen las semillas en los sembradíos, como los usureros que inflan sus arcas a costa del humilde, entre otros matices de interpretación). Y recordé el film de suspenso dirigido por Alfred Hitchcock, “Los pájaros”, 1963, que me alejó del sueño la noche que lo vi en tanto que mis emociones se vieron encabritadas por el terror, cuando la naturaleza se vuelve contra nosotros, y nos parece estar delante de aquellas pinturas orientales donde ésta es enorme y los humanos diminutos; precisamente recordé una de las charlas de don Paco Amighetti hablando de la pintura china y japonesa, perpetuando a dicha naturaleza que evoca y respeta. De manera que al apreciar toda aquella cromática de los acrílicos multicolores y bulliciosos, de las texturas y gestos gelatinosos pintados por Maffioli, yo en cambio elegí una pieza, la mas sobria, titulada “Asecho”, de arenosos grises y renegridos gestos desdibujados por aquella tensión y la violencia con que suele agredirnos la madre de todos ante nuestros propios ensañamientos contra ella, y de nuevo me senté en silencio a “meterme” con aquel cuadro, solo así podía captar sus vibraciones y sentido profundo, sentir el no-tiempo o noción atemporal o sin métrica, ni mayor prisa que presenciar los pájaros y el rumor del miedo.

Miguel Hernández, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Por ahí ingresé también a apreciar aquellos signos humeantes de Miguel Hernández, de otras aves, de otras contingencias y otros trazos hechos en este caso con el carbón del humo, con la destreza del maestro dentro de un sentido compositivo intensificado en el punto ampliado al máximo, o de la oquedad reducida al mínimo atravesando la dimensión del negro y el blanco. Otra poesía, otra luz, otra vibración emanada del silencio. La visita a esta sala me sumió en otra reflexión acerca del significado de un relato de un granjero que perdió el reloj el cual guardaba gran valor sentimental; luego de revolcar el heno buscándolo sin encontrarlo, llamó a unos chiquillos que corrían por el campo, y al ofrecerles la recompensa con algarabía entraron revolcando hasta el mínimo centímetro cuadrado del lugar, pero sin éxito. Finalmente se percató que uno de los chicos se había quedado afuera, y lo invitó a buscar su reloj. Pasados algunos minutos vio salir al muchacho con la preciado prenda, increpándolo para que le dijera cómo la había hallado; el chico relató entonces que se sentó a solas en medio del granero, y al estar en silencio fue que escuchó a unos pasos las pulsaciones de aquel tic tac.

Pedro Arrieta, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Leonel Hernández, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.


Al subir a las salas del segundo nivel me encontré con las pinturas de dos miembros ya fallecidos del grupo, Pedro Arrieta y Leonel Hernández. Del primero aprecié los paisajes simbólico de tectónicas, atmósferas cromáticas y composiciones elaboradas por capas superpuestas como en la deriva. Por otro aprecié los personajes del segundo, en síntesis donde en espacios neutros pervive el gesto humano, la fuerza de una raza que este artista catapultó a los escenarios del arte, como aquel dibujo de la señora Robinson sentada quizás en el corredor de su casa con la mirada puesta en el pasar el tiempo, con todo y sus contradicciones y contingencias intrínsecas.

Roberto Lizano, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Siguiendo mi andanza por las salas de la Galería Nacional hallé el arte de Roberto Lizano, siempre vivaz, creativo, imaginativo, jocoso, juguetón, buscando en cosas sencillas grandes oportunidades para expresar lo que emprende cada día de su búsqueda, como los papeles cortados cuyas estructuras multiplican y se convierten en nuevos muros para la expresión y deleitar al visitante al museo con sus sugerencias con un punto, una línea y/o un plano, activando en nuestra memoria al arte de los maestros del inicios del siglo anterior, o los retratos de personajes que quizás en algún momento del día él se topó en las vías de la urbe, esos espacios del anonimato o no lugares tal y como apreciara Marc Augé, por las cuales merodea Lizano captando imágenes, rasgos y miradas.

Luis Chacón, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

De Luis Chacón me encontré con dos salas afinadas por los lenguajes del tiempo, pero no del reloj sino el atmosférico, el de todos los días: el cálido de la luces amarillo-naranjas, ocres, dorados y rojos bermellones pintados en unos papeles tratados con sus técnicas acostumbradas de pringados y chorretes, y el otro hacia los fríos azules y grises violáceos encausados e intensificados por los Leds con que se permitió afectar el espacio expositivo, con transparencias, sombras y reflejos que proyectaban además la geometría de esos formatos. He referido en este texto al reloj y su métrica o no-métrica temporal, al designio insospechado de la muerte, al sentido del silencio, al escuchar y reflexionar, a la provocación y al desahogo ante las contingencias del vivir actual. Estas dos instalaciones de Chacón afectan nuestras percepciones en tanto que estimulan el espacio, la sensorialidad, las rugosidades donde se graba la memoria, las transparencias, el uso del color para estimular las sinestesias y clavar la espinita de la duda de si en arte se puede dar aún un algo más.

Ana Isabel Martén, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Los “Ecosistemas de Cristal” de Ana Isabel Martén son dos videos elaborados a partir de construcciones virtuales y animaciones de sólidos geométricos básicos, con sus procesos obtenidos por cortes e intersecciones rotatorias en el espacio, con otras nociones temporales o atemporales pero que filtran hacia connotaciones como lo ecológico y la vida de los sistemas simbólicos.
Fabio Herrera, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.

Al fondo en esa gran sala del segundo piso, Fabio Herrera demuestra sus tantos talentos de pintor de grandes y anchos trazos y planos de color en grandes formatos, de sensibles timbres y contrastes. En particular me ancló su pieza “La muerte es la única socialista que tenemos. Una para cada uno”. Se trata de una pieza y planteamiento cargado de enigmas, de suspenso y quizás hasta terror -como el recordado filme de Hitchcock o como la muerte de Pedro y Leonel que aún extrañamos-, ahí divagan esas muecas de trazo negro, me recuerdan el festín de la santa muerte de Posada, los trazos de un Basquiat, de Penck, y de ese Herrera que no acaba nunca de sorprender.

Ya para terminar con mi comentario diría que ese cruce de miradas entre las salas atrajo a mis evocaciones al grupo entero de Bocaracá años atrás, quizás el mismo reunido en torno a la muestra en los Museos del Banco Central curado por Ileana Alvarado (1988-2003), o aquel que años antes impulsó el crítico y poeta norteamericano Ricardo Pau-Llosa. Volví a lanzar mi mirada hacia ese espacio a oscuras, como forzando a mis ideas a comprender al artista, al eterno refugiado y al desplazado por el azar de la deriva en su búsqueda por las aguas del río que lo llevan hacia donde él no sabe, pero que tampoco nadie lo sabe, pues si supiéramos a dónde nos conduce, por lo menos en mi caso personal yo doblaría en la primera esquina para consumirme de nuevo en las aguas de la incertidumbre de tal deriva del arte. Por lo general afirmo que no confío en lo que se, en tanto es cambiante, y cuando advierto certeza de algo se envuelve en otro desafío que termina por desestabilizarme, así es la vida del migrante, quien va sin reloj, sin brújula, sin mapa del camino para así descubrir y aprender siempre.


Tal y como aprecié en un anterior comentario que publiqué en mi blog Árbol de Miradas, es importante que los museos se den la mano entre sí, y que muestras como esta circulen, lleguen a más espacios que los usuales, como el Museo Municipal de Cartago, el Museo de San Ramón y en otras provincias fuera de los circuitos capitalcentristas, para aumentar las miradas, las voces, las visiones y lo que se devuelve venga nutrido por la experiencia de visitar un museo e intentar comprender los contenidos de las muestras. Quizás para concluir con este comentario, el cual me tomó tiempo en decidirme a escribirlo, delante de la presiones de la actualidad, pero llegué de nuevo a la Galería Nacional a recorrer sus salas y a sentarme en silencio, sin reloj, sin celular, sin insistencias, y creo que aprecié la muestra de manera diferente. Me puse en modo de auto-reclamo y retorné, como vuelve el día después de la noche, de la cavilación en la fría madrugada cuando apenas asoma el sol y enciende los motores de quien migra. La serpiente, amarilla, ocre, dorada, a pesar de las críticas, a pesar de las bajas o de miembros que se fueron y la muerte, como se afirma en los decires populares: está vivita y coleando.