jueves, 13 de diciembre de 2018

Chimbombazo: Actos de reparación

El espacio C.R.A.C.Art, en barrio Aranjuéz, San José, auspició un singular evento organizado por el Centro Cultural de España en Costa Rica, frutos del programa “Residencia de Artistas en Tránsito”, que durante estas semanas removió la adormecida cultura tica, con el grupo conformado por Federico Alvarado, Fredman Barahona, Paulette Franceríes, Ricardo Huezo, Alessadro Valerio y Darling López.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.


Chimbombas amarillas
En torno a un símbolo hecho de globos inflados (Chimbombas, en la jerga nicaragüense), acolochados, a punto de soltarse, con antelación –tal y como actúan los signos en la comunicación-, nos puso en aviso de que ahí sucedería un algo más que apreciar el trabajo del grupo, reunido para la investigación y manifestación de los lenguajes del arte contemporáneo. Ése -el referido árbol de la vida que el colectivo ensambló en forma de árbol-, es un símbolo más de aquellos terribles mamarrachos que la vicepredidente de Nicaragua Rosario Murrillo, colocó por toda Managua, como si con se rito propiciatorio paliara los males que aqueja a nuestra vecina república, y que con los primeros actos de protesta de los auto convocados, en abril 2018, fueron depuestos, demostrando el odio que el pueblo nica resiente, a la cúpula dictatorial que los gobierna.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Y eso es precisamente lo que me encanta del arte de los jóvenes emergentes, en ese caso de artistas que han crecido en torno a Espira Espora,y la acción de Patricia Belli. Cuando uno entra a la sala, es incapaz de saborear siquiera algo de la sopa del arte que ahí se cocina, pero en la medida de confrontarse a cada pieza expuesta, fluyen los aromas de los ingredientes y empieza a ceder la interrogante., la sustancia.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

De entrada, un corte transversal de tronco -al cual se trazó la temible silueta de los árboles de la Rosario, volcada-, me brinda un hilo que debí tejer en la medida de situarme en la propuesta, como una brecha desde la cual advertir la escaramuza del arte. En frente a la “chuleta” del tronco, dos pinturas de pequeño formato -y que no doy nombres pues, al parecer, la firma es del conjunto de residentes a esa resistencia pacífica al conflicto ante las prácticas de poder. La primera erige la memoria de Sandino alardeado por trazos pastosos y color, como pasando por el crisol de la creatividad la insigne memoria del caudillo; y la otra, vuelve a acentuar la presencia de los hierros tirados por la sublevación pacífica de los estudiantes universitarios, las madres, los intelectuales y el pueblo que demuestra rechazo ante la patraña de los Ortega-Murillo.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Memoria de gestas heroicas
La muestra se compone además de varios videos, videoperformances, pinturas, dibujos, y registros o archivo constituido por fotos, aparataje tecnológico donde corren esas mismas evocaciones a las gestas actuales que nos empujan a reflexionar no solo en el presente conflicto, sinotambién en el pasado del istmo, temple de la conciencia delante de las tensiones hegemónicas y del filibusterismo moderno que pretende administrar las vidas de la población, resueltas a su manera, acto que nos recuerda el “Destino Manifiesto”, de Walker, por lo cual guerrearon los antepasados para evitar la esclavitud de potencias, que hoy en día, nos llegan con otros ardides, y nuevos mecanismos de poder.

Pero el suspenso de lo esperado hervía la conciencia de los asistentes a la sala, lo prometido era “CHIMBOMBAZO”, un performance, que en mi caso pensé que serían liberados los globos, como en una de las pinturas expuestas, para que surcaran los aires y frías ventiscas de este diciembre; pero nos fue repartido un alfiler y ahí fraguó el entendimiento, todos seríamos parte del remover los símbolos por los cuales aún se protesta. De pronto los espectadores se lanzaron con odio hacia el árbol de globos para pincharlos, estallarlos, engalillando el grito de “Chim-Bom-Bazo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Urdimbre de una historia que se repite
Intentando enlazar el significado, y sobre todo la moraleja que se deduce de esos “Actos de reparación”, es que el pueblo nicaragüense, representado por el arte de sus jóvenes artistas, está herido. Pero he aquí lo que dedusco, y que me parece pernicioso de que permanesca en la conciencia de la juventud: que en el fondo prevalesca un odio, no por el metal con que construyeron esos símbolos, sino por la madera, por el árbol, que cada día es devastado para comerciar el divino fruto de la tierra. Sobre todo y cuando se critica a nuestro hemano país de talar sus bosques naturales, para comerciar indiscriminadamente. Trasciende que los artesanos nacionales, que elaboran sus productos con ese preciado recurso material, van a Nicaragua a comprar la materia prima, pues acá en el país se tiene rigurosas prohibiciones a la deforestación, e incluso, son inventarios por EPS para controlar cualquier intento de explotación. Lo que me preocupa es que nuestros vecinos del norte se ensañen aún más ante esos signos feacientes de la testarudez de sus gobernantes, y en vez de sembrar árboles, destruyan el remamente.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Aquí aparece de nuevo la manifestación del arte político, cuando su mensaje es incómodo hacia ambos lados del borde fronterizo, donde se gestan problemáticas como el poligallerismo en Crucitas, empujado por la fiebre del oro, o los accesos de la rebelde policía sandinista a las fronteras nacionales, en tanto que aquella cúpula de matones anunció una táctica más de penetración disfrazada de preservación ecológica. Cada vez más a esos conflictos los abastece estrategias como las del otrora filibustero, gestando batallas en Santa Rosa y Rivas, con la Campaña Nacional yel heroico enfrentamiento de San Jacinto, un 14 de setiembre de 1856, cuando los patriotas nicas terminaron de clavar la estocada a Walker, finalmente fusilado al pisar Honduras.

La artista disidente Tania Bruguera, en 2015 publicó en el Huffington Post, un texto el cual replicó el blog colombiano “Esfera Pública”, el cual amarra este concepto que tanto nos interesa en la actualidad: “El arte político es incómodo, jurídicamente incómodo, cívicamente incómodo, humanamente incómodo. Nos afecta. El arte político es conocimiento incómodo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

El lenguaje y discursos de punta que nos requieren mayor atención al acto de la mirada crítica, no se trata de llegar a la muestra a ver que nos cuentan, esa narrativa se (de)construye en el mismo sistema de expresión que llamamos arte contemporáneo, es una refriega más de la cual debemos salir siempre airosos. Para cerrar con este pensamiento puesto en la muestra del espacio C.R.A.C. Art, cito una hoja suelta que repartían en la entrada:

“La liberación de globos (chimbombas) azules y blancos, el coloreado de adoquines y barricadas, la suspensión de zapatillas en el cableado eléctrico… pertenecen al repertorio de actos furtivos que evitan exponer el cuerpo de los manifestantes y levanta la moral popular, no por sus formas alegres, sino porque materializan modos creativos de seguir resistiendo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

También me emocionaron las frases de Paulette Franceríes: Qué se rinda tu madre.., y Es cuando unas hormigas te hacen quedar en ridículo…, del inquieto Darling López, en un performance actuado en Los Ángeles, como para punzar con el alfiler de la eterna discordia o “chimbombazo” a las nocivas nociones de poder.


Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Coqueteo del arte con el arte

Reflexión acerca de las transformaciones del arte costarricense en las últimas tres décadas.

En definitiva, aquella relectura heraclitiana de que “todo se transforma” y al mismo tiempo “permanece”, es la provocación remanente al apreciar la Bienal Tridimensional 2018, en el Museo Municipal de Cartago; como también el Salón de la Asociación Nacional de Escultores Costarricenses (ANESCO) 2018, Centro de Conservación e Investigación en Patrimonio, San José; ambas inauguradas en noviembre del presente año.

Ya lo predecían los teóricos de las manifestaciones creativas, como Gui Bopnsiepe (Escuela de Ulm Alemania), en el último tracto de siglo pasado, que, con el auge de la tecnología, las profesiones que no investigan ni innovan su quehacer, les ocurriría lo mismo que a los copistas “pre-guterbergianos” con la invención de la imprenta de tipos móviles, estarían destinadas a desaparecer. Hoy, valorando lo expuesto en el Museo de Cartago, y lo que me interesó del recién pasado Salón ANESCO, afirmo con certeza que lo persistente en esta revolución es ARTE: el fruto del “eterno entendimiento”, como llamaría Goethe a la primordial acción del individuo creativo de transformar su entorno. 

86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio. 
Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago. Foto LFQ.

El redimensionamiento del “fruto artístico”, empezó hace más de un siglo atrás, 1916, con la actitud del artista DADA de cuestionar las raíces mismas de estas manifestaciones creativas. El POVERA, mediados de los años sesenta, lanzó el llamado a reencontrarnos con la naturaleza, y explorar los cambios progresivos que llevaba al sujeto u objeto a la categoría de lo efímero. El CONCEPTUALISMO de inicios de los setenta, anunció que la idea, el concepto, era superior a la técnica, y que el proceso, en muchos casos, era en sí la obra misma.

Los antecedentes
Decía en otro comentario del Salón que éstas son fracturas, puntos de inflexión imbricados por el Arte Conceptual,para desestabilizar el arraigo de las primeras vanguardias, la Abstracción y el Constuctivismo, ambos originados en Rusia. El arte Concreto, el Minimalismo, tuvieron a grandes provocadores de sentido en escultores como Eduardo Chillida, Arnaldo Pomodoro, Richard Serra, entre otros que hoy llamamos “escultores”. El Informalismo introdujo lo grotesco, la subjetividad, encontrado en el arte de Jean Fautrier, o de Jean Dubufet, de quien son fundamentales aquellas esculturas en movimiento de los años setenta y ochenta, soportando un nuevo lenguaje para el arte tridimensional. 

Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, noviembre 2018. Foto LFQ.

El Arte POP, distinguió un objeto que -a diferencia del ready made duchampiano de hace un siglo-, era abastecido con la tensión de lo mercantil: Andy Warhol, con sus numerales corriendo en el tripero del comercio mundial en Wall Street Center de Nueva York. Se tiene memoria del Poveray la categoría de lo efímero con el arte de Mario Merz, Janis Kounellis, Alberto Burri, Piero Manzoni, Antonio Tapies, sensibilidades de un artista que se auto-cuestiona a sí mismo. Otro ejemplo de estas remezones, la marcó casi cincuenta años atrás el connacional Juan Luis Rodríguez Sibaja, ganador del Gran Premio de la Bienal de París, con El Combate, 1969, instalación para la cual construyó un rign de boxeo con alambre de púa, tablas y tela. Talló en hielo, teñido de rojo, un enorme signo de interrogación, y un pedestal en hielo negro (recuérdese que rojo y negro son simbolismos de lo bélico y revolucionario) materias que, al diluirse, formaba un charco como de sangre vertida en la arena o cuadrilátero del destino de cada quien. Incorporó registros sonoros con el canto “de pie camaradas”, tonada de la resistencia francesa, a lo cual agregó el golpeteo de los pasos de militares invasores llevándose a los judíos a los campos de exterminio. 

Lo contemporáneo es provocador de un discurso aguerrido, como manifestación de lo político, abre un cruce de fuego en la reyerta del arte, que lo vuelve perdurable. En esa década en que Rodríguez Sibaja vivió en Francia, Europa vivía la posguerra e inestabilidad en la estructura social, terreno para las confrontaciones obreras y estudiantiles como las del “Mayo 68”, que son capítulos imborrables para la historia de la humanidad. 

Sin embargo, considero que, tallar materiales duros, catapultó una importante renovación de los discursos creativos. El artista introduce materiales que subvierten la pieza, la desestabilizan, agregando una importante dosis de incertidumbre, de aquello que no se sabe y que, en el arte del pasado, los escultores prevenían a toda costa. Hoy en día, al contrario, es un ingrediente de la sopa del arte que agrega sustancia y sabor. 

Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, noviembre 2018. Foto LFQ.

En el país, años ochenta,La Primera Bienal de Pintura L&S, 1984, bajó a ésta del estrado en que había sido elevada desde la creación de los primeros museos de arte, y la obra premiada en esa edición fue un batik de Lil Mena. Ese cisma volvió a dar su remezón con La Primera Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica, 1994, cuando el premio del Salón Abierto lo ganó la instalación: De vidrio la Cabecera, de la desaparecida Virginia Pérez-Ratton. En la segunda fue distinguidaAmor punzante noche tras noche, de Pedro Arrieta, una instalación que al igual que la de Pérez, utilizaba un viejo catre, esos que experimentaron las contingencias de la vida, el cual contenía dos almohadones en forma de corazón, rojo (simbolismo de pasión), pero que tenía espinas. Años después, en el entorno de La Primera Bienarte, le fue concedido a Pedro el premio a la instalación Fútbol con Dengue, 1997, y, con estos ejemplos, rememoro que el espíritu cambiante del eterno entendimiento se mantiene incólume. 

La gran discusión radica en que se pretende valorar el arte contemporáneo, con la visión gastada del ayer, y eso no puede ser. Importa considerar los puntos de quiebre, como los ocurridos en los noventa e inicios del 2000: La Bienal de Arte Experimental Francisco Amighetti (Bienal del Chunche) en el Centro Culturas Costarricense Norteamericano, esta provocó desencuentros cuando se discutía la muerte de la pintura. Incluso tuvo lugar una convocatoria a la Bienal de Escultura auspiciada por la empresa BGT, en la Galería Nacional. También se realizó El artista y los Objetos, en la cual fue ganador Guillermo Tovar con un arte de presencia execrable. Todos estos eventos ocurrieron en la coyuntura de paso de siglo y milenio, cuando todo el mundo ponía sus miradas en los discursos de punta.

86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio. 
Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago. Foto cortesía del autor.

El Gran Premio de la Bienal Tridimensional
A más de veinte años de aquellos socollones, nos sorprende la creatividad de las nuevas generaciones de artistas, al ganar el Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago, la pieza 86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio, una instalación con piedras, arena, y bichos, incluido el zumbido de las cigarras, grabado en un audio que acompaña la pieza. El arte actual, en gran medida, mira hacia la naturaleza, la afecta: Un puñado de insectos pululan sobre las rocas y aquel paisaje desolado, motiva a reflexionar lo que puede ocurrir al planeta, si no se siembran árboles y continuamos tirando basura a los ríos, además del manejo de los gases del efecto invernadero; la Tierra, la casa de todos, sería una guarida calurosa e insalubre de roedores en sus madrigueras. Y no me refiero solo a ratones, cigarras, abejones, lagartijas, arañas y moscas, simboliza también al “topo” humano, ante las incertidumbres y contingencias mundanas, escuchando el batir de los helicópteros en la guerra contra la violencia y el trasiego de estupefacientes. La práctica artística del joven Valerio es un símil del investigador naturista, biólogo, biónico, quien se mete a la espesa fractura por donde fluye del rio, para escudriñar a sus criaturas.

Marvin Castro. Muro, 2018. Documentación fotográfica y maqueta. Foto cortesía del autor.


Diálogos entre dos eventos
Como se podrá apreciar, persiste esa actitud de desestabilizar lo establecido. Tanto en la Bienal Tridimensional que en el Salón ANESCO. Una de las piezas que más me cuestionó mis propios saberes acerca de la teoría del arte, no fue una escultura, pues estas propuestas por lo general pasan desapercibidas a mi visor crítico; fue una maqueta y documentación del muro de Marvin Castro, por lo cual trasladó una enorme piedra caliza, desde las inmediaciones del Roblar de Nicoya, hasta un parquecito en Zapote, donde la asentó como si fuera muralla derruida por la acción del tiempo, grabada con el cincel y maso de la memoria.

Luis Cahcón 36 esculturas del niño que llevamos dentro, 2018. Foto cortesía del autor.

Luis Cahcón Concierto Campestre, 2018, instalación en homenaje a Giorgione, 2018. 
Foto cortesía del autor.

La otra pieza que me dejó aprendizajes fue la de Luis Chacón, a quien otrora llamáramos pintor, hoy nos concede la duda de sí llamarlo instalador o escultor, pues en sus propuestas prevalece el dominio del proceso y el concepto: En esta bienal expuso mixta, 36 esculturas del niño que llevamos dentro, 2018. Estimula a relacionarlo con su obra en ANESCO: Concierto Campestre, 2018, una instalación en homenaje a Giorgion(pintor del Alto Renacimiento). Chacón instaló un conjunto de figurillas femeninas y angelitos de porcelana, como tomando el sol en un parque, pasando por alto la conmoción del cotidiano. Y digo enseña, en la medida que evade aquellos pesados bloques de materia dura tan propios del arte tradicional, cuando lo que se valora hoy en día es una idea blanda, pero que nos confronte. 

Xinia Benavides. Amor del bueno, 2018. Fotografía LFQ.

Flor de noche, 2018, de Andrés Cañas. Fotografía LFQ.

El Salón ANESCO
Entre algunas lecturas -ya comentadas en un anterior post-, a lo expuesto en este salón, Xinia Benavides presentó Amor del bueno, 2018, afirma que también se puede crear esculturas con una línea, en este caso alambre, con un dibujo de contorno ciego, como ciego es el amor entre el espacio y el vacío, materia e inmateria, en el contorno de una pareja modelada reposando sobre una silla blanca, que abriga la idea de esperanza. Otra pieza con enorme carga poética, con juegos de luz y sombras fue Flor de noche, 2018, de Andrés Cañas; objeto de metal de riguroso corte, interesa en tanto arrojada un dibujo de sombras en el muro, encabritando la sensorialidad del espectador, su ánima o motor interior. 

Roberto Lizano El duelo, 2018, Fotografía LFQ.

Y, Roberto Lizano, propuso dos personajes recortados en cartón: El duelo, 2018, ensamblados en el perímetro de un gran aro de metal, realidad del cotidiano al asumir nuestros retos en la arena y lucha, como gladiadores poniendo en juego la vida ante el inminente asecho de la muerte.

Alexander Chaves Villalobos Semilla, 2018. Foto cortesía del autor.

De vuelta a Cartago 
Además del premio de Valerio y la pieza de Chacón, me motivó el cúmulo de percepciones imbricadas por Semilla, 2018, de Alexander Chaves Villalobos: Una composición de texturas que son como las memorias, llevadas a la piedra, a la materia dura, escarbadas o esgrafiadas, pero que igual regeneran el simbolismo de “La tierra y el Cuerpo”, como entidades significantes en el eterno conflicto del ser y el no ser. Pero que, aborda la idea del cultivo, del volver a sembrar y ésa es la noción más esperanzadora que podríamos percibir en esta muestra.

Gabriela Catarinella Enclave, 2018. Foto cortesía del autor.

Gabriela Catarinella expuso Enclave, 2018, un ensamble con añosos “durmientes” de ferrocarril, y resecos raquis o virotes de guineos, recuerdo de épocas de dominación hegemónica vividas en el Caribe, que describió en Mamita Yunai, el escritor Carlos Luis Fallas. Esta artista referencia además, el trabajo del connacional Óscar Figueroa, al utilizar sus materiales y el juego de aquellas tensiones por la explotación bananera en el país, que tanto escozor reviven aún, como abordajes de lo contemporáneo.

Otra pieza que me ancló a meditar sobre la escultura y las expresiones tridimensionales actuales fue Cielo Abierto, 2017 de Gabriel García, por su sencillez conceptual y material: un corte pintado de rojo sangre en dos trozos de maderas encontradas posiblemente en un río o costa. Empuja a reflexionar sobre las zonas protegidas, y la herida imborrable al bosque, al árbol, y el uso indiscriminado de químicos agresivos que tanto afectan a la preservación del planeta. No deja de evocar el conflicto de Crucitas, la explotación minera y el “coligallerismo” fronterizo que enciende la fiebre del oro, pero que va en detrimento de la naturaleza.

Natalia Phillips. Mujeres de hoy, 2018 Foto cortesía de la artista.

Se exponen otras piezas que me motivan, tales como Mujeres de hoy, 2018 de Natalia Phillips, por el juego que se traslapa al posicionarse ante esos marcos y explorar la transparencia del retrato femenino, ante todos esos matices de violencia que perviven en la actualidad. También me provoca la pieza Vórtice, 2018, de Dennis Palacios, en tanto dos niños juegan, a empujarse hacia la pantalla del celular, con el remolino o espiral y el peligro de dejarnos engullir por las tácticas del nuevo filibustero: el mercado, y la enajenación que provoca dichos aparatos tecnológicos, además de factura que representa esos productos para las escuálidas divisas nacionales. Vistos de la perspectiva sociológica, son hormas que, hechas de materia dura, nos modelan a nosotros mismos.

Vórtice, 2018, de Dennis Palacios. Foto cortesía de la artista.

En conclusión
Diría que emergí conmocionado por la apreciación de la Bienal Tridimensional del Museo Municipal de Cartago. En similar situación del Salón ANESCO, persisten algunas piezas ancladas en los viejos lenguajes, pero no quiero gastar una neurona en comentarlas. Se catan opciones de un arte cambiante, como Estela 2018 de Otto Apuy; La Vieja del carbón de Jorge Benavides; No quiero el pelo largo de Ale Rambar; Adán y Eva de Pablo Romero. Son transformaciones que repercuten e influencian la creatividad artística, sobre manera,  para los más jóvenes. 
Gabriel Gutiérrez Cambio de estado, 2018Foto LFQ.

Ya para cerrar este comentario diría que, no deja de punzar el aguijón que representa la instalación y video de Gabriel Gutiérrez, titulada Cambio de estado, 2018; retrata al presidente anterior, cuyo gobierno se desgastó en habladurías académicas, ineficiencia y ineficacia delante de una función que debería dar frutos y traer progreso para todos los ciudadanos. Es cuando el arte se vuelve político, incómodo, cuestionante, sin dejar de lado el humor negro que levante tanto ostracismo en el espectador, delante de las paradojas de un arte que, también a veces coquetea consigo mismo.





sábado, 17 de noviembre de 2018

Viernes Negro para una Noche en Blanco

Comentario de la muestra METADATA de Luciano Goizueta, curada por María José Chavarría para el Museo de Arte Costarricense; noviembre de 2018.

Admito que visitar museos y exposiciones se volvió, por lo menos en mi caso personal, un trabajo y no un acto de ocio (tal y como suelen considerar a la acción de apreciar arte en los medios de comunicación). Y afirmo la aseveración en tanto que, tardo en poner un pie en la sala expositiva, para que el cerebro se active y empiece a rastrear datos, e intentar relacionarlos en un encadenamiento simbólico o “continuum” sin igual, sin principio ni fin, lo cual asemeja el comportamiento de la deriva, tampoco nadie tendrá la (in)certidumbre de a dónde llegará o cuáles de sus múltiples capas serán avistadas.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Crónica de una celebración adelantada
El pasado viernes 16 de noviembre de 2018, prometía ser una noche del arte (Art City Tour), cuando ponen a disposición de los usuarios autobuses gratis que llevan de uno a otro museo. Nada más que para mí este fue un viernes negro, no debido al molesto viernes de ofertas -nueva forma de filibusterismo del poder que supedita las tácticas modernas del mercado-, sino por andar subiendo y bajando buses, atravesar vías de alta circulación cuidándome de no ser atropellado ni tampoco asaltado.

Visité el museo Calderón Guardia con la muestra de grabados Fábulas de Esopo, del maestro mexicano Francisco Toledo, pero de tanto observar el arte de los jóvenes -que es en suma aguerrido y nos ponen a los espectadores a caminar por los dobles filos de las espadas-, lo ofrecido no tenía bala ni metralla, no hubo reyerta por lo que la visita me pareció un recreo. Y, aunque valore la rigurosidad técnica y el discurso fabulesco entre el león, la gata, la vida y la muerte, lo exhibido no me retó.

De ahí, Barrio Escalante, atravesé San José para visitar el Museo de Arte Costarricense (MAC), La Sabana, donde el desafío consistía en la muestra Variaciones Linealesde la célebre Lola Fernández, en el arco lateral del museo. Que tampoco quiero comentar pues ya fue harto observado en ArtsKryterion, blogde mi apreciado amigo Juan Carlos Flores.

Otra propuesta expositiva, en el espacio central del MAC, de pinturas, dibujos, diseño de vestuario y escénico del maestro Julio Escámez, artista chileno que llegó al país después del golpe de estado de Pinochet a Salvador Allende, y quien destacó en la práctica docente en la Universidad Nacional. Aunque el suyo y en particular su pintura, no es un arte como el que a mi en particular me interese, sí suscitó gran interés sus planteamientos en lo que llamamos boceto; sus dibujos, cargados de percepciones muy beligerantes.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

 METADATOS
La muestra que sí me ancló, en ese viernes negro anticipado, fue la de Luciano Goizueta. Explico brevemente que la “información” se compone de datos escuetos pero que deben cambiase su condición, al ser reelaborados para que nos enseñen, o sea que nos estimulen a estar en perenne estado de aprendizaje: Estar (in)formados con autonomía en el sistema del saber. Si no ocurre, perdimos el tiempo al visitar el museo. La acción encuentra sentido más allá de la condición de los datos, de la lectura en profundidad de las capas de esa construcción conceptual, como pueden ser los retazos de distintas realidades en un collage, o las fotografías que se recomponen en esas derivas situacionistasdel artista expositor. Digámoslo de otra manera, quizás, son mapas del conocimiento que imbrican el paisaje urbano entre dos entornos yuxtapuestos: el de la naturaleza ontológica del individuo en su medio, y el comportamiento de éste implicado por tal entorno.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Para la curadora: “También se tomó en cuenta la serie Irrealismo, que intenta resaltar la naturaleza de lo “no real” desde la cotidianidad. Aquí la luz es un elemento importante también, ya que permite una especie de efecto intermedio entre lo figurativo y lo abstracto. La serie “Desde dentro” busca desestabilizar y desfragmentar la estructura de la ciudad moderna, una especie de retro-futurismo. La inserción del dibujo y de personajes de la cultura de masas, se mezcla con la exploración de materiales y el procesamiento de imágenes. Para Goizueta, esta apela a la yuxtaposición de elementos y capas de información y así crear realidades nuevas y contradictorias”.(Chavarría, M.J. 2018. Brochure de la muestra).

La dimensión de la memoria
De plano, en la entrada a la muestra, al encontrarme con aquellos modelos miniaturizados de las salas, con escenas que me encendieron ese lado del cerebro que avista hacia el ilusionismo, lo surreal, y hasta tramposo de la mirada, de inmediato evoqué los años noventa cuando visité el Museo Rufino Tamayo en ciudad de México DF. Estaba abierta una exposición que ahora no preciso el autor, quizás de Max Ernst, André Bretón o de Odilón Redón pues refería al Surrealismo. (Explico que antes sucedían esas cosas que se diluyen en el olvido, pues no es como ahora que tenemos un blog o bitácora donde registrar y compartir con los demás, las acciones tenidas durante la visita a una exposición, o un evento singular que se sale de la rutina). 

Del ayer no retengo nombres, ni títulos, pero si la memoria de los acontecimientos en los cuales nos vimos envueltos y que nos impresionaron, acciones o performances, e incluso la fotografía de un cuadro permanece para siempre. Y me refiero a estos rudimentos de la percepción y el sistema cognitivo, pues, METADATA, juega con ello. Es una táctica de la mirada conexa que rastrea constantemente en todas las direcciones del espacio para inyectarlo a las neuronas, activando nuestra capacidad creativa de cargarles los significados. Metafóricamente me refiero al OJO, al Big Brother, que nos avista constantemente revisando en los numerales del comercio nuestra capacidad de consumo.

Pero volviendo a la memoria de mi visita al museo en el Parque Chapultepec en los noventa, lo que sí recuerdo fue que al ingresar a los espacios expositivos, nos reunían en grupos, conduciéndonos en total oscuridad a una sala, y cuando todos habíamos encontrado nuestro nicho de permanencia, poco a poco se encendieron las luces y nos vimos sumidos dentro de un sueño, donde todo estaba de cabeza: Los asientos de una sala de estar, con su mesita de centro, revistas, libros, e incluso un cigarrillo humeaba en el cenicero (esto fue hace más de veinticinco años, hoy sería despreciable y motivo de crítica). Pero todo estaba vuelto patas a arriba: los cuadros, los armarios y libreros, las palabras, los textos, las poesías flotaban como holónes en los diversos grados del claroscuro. Tan solo nosotros los espectadores estábamos sobre el plano-tierra conmovidos por la acción del arte.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Cámara oscura
Comento estas memorias, pues, al mirar por los boquetes de aquellos modelos de Goizueta, se desencadenaron las imágenes de la urbe y su conmoción, donde algunas figuras estaban de pie y otras de cabeza. Algo así como la percepción que tenemos de la ciudad -del día en negro, y de la noche en blanco-, todo se pone al revés y la gente muestra hasta su lado oscuro. Esta percepción me la reafirmó la “cámara negra”, como si Goizueta hubiera asistido a aquella explicación sobre el surrealismo de que hablé, que publicara el enigmático Francis Picabia en sus revistas de la época.

METADATA de Goizueta es una construcción social, de esas partes de la urbe que se comportan como re-generadores de la memoria, cuando tenemos una leve noción de su procedencia, pero lo realmente importante es cómo se comportan al ser referenciados en el imaginario o ilusión, creada por el artista para comprender la realidad o meta-realidad de cada quién como morador urbano. 

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Referentes
En principio rememoré las pinturas liminares de Fabrizio Arrieta, cuando él ponía en foco del arte la urbe con sus vibraciones de lo macro o micro, siempre exponenciales de los discursos e implicaciones sociológicas y hasta psicológicas del habitante, de un animal sin piel que presiente, siente y recuerda. Advertí, además, comprender el arte o lenguajes del Pop de los ochenta; o el caos urbano de estructuras, brillos, reflejos y vacíos de la pintura del norteamericano Richard Estes; e incluso, hasta aquellas densas visiones de un pasado ya algo borroso pero persistente de Bretón y Redón, la (i)rrealidad y subjetividad de un tiempo que a veces no sabemos si es pasado, presente, o futuro, pero que nos dejan huellas.

Sobreposición de derivas
Quiero decir, y con esto cierro el círculo de mi aproximación al arte de Luciano Goizueta, expuesto en el Museo de Arte Costarricense, que en la lateralidad del pensamiento crítico figura un puente entre sus percepciones expuestas en el espacio temporal, y las del maestro Escámez, sobre todo con aquellos constructos apocalípticos, e intrincadas perspectivas del aparataje tecnológico que se vuelve amenazante, y que los miro como el tripero digital donde se mueve el comercio en el vientre de Wall Street Center, en Nueva York u otros muros mundiales, cuando ensayan el desesperante Black Friday,síndrome del consumismo y que avistamos como los nuevos filibusteros. Son fuegos cruzados, gestos difusos en los personajes cuya blancura es la de un rostro del habitante actual al movernos entre esa conmoción de la urbe, a veces airosos, incólumes, o afectados, con una herida remanente de la refriega, la del cotidiano, el ser y estar en la contienda de la sociedad contemporánea.






martes, 6 de noviembre de 2018

Salón ANESCO: empatía y disensos

El Salón ANESCO 2018, de la Asociación Nacional de Escultores, el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, y la Municipalidad de San José, convocaron a apreciar dos zonas de producción creativa del arte costarricense actual: Aquella en que el observador encuentra empatía, o, por el contrario, le provoca disenso. Se trata de niveles emocionales del carácter humano, por lo cual siempre habrá adeptos ubicados de uno u otro lado de la línea de fuego, o cruce de proyectiles de la mirada crítica. La sala se vuelve un cuadrilátero, y el arte confrontación, para que lo expuesto logre empoderar y edificar la memoria. Si todo fuese igual y no existiese esa diversidad de lenguajes, si todos los discursos y abordajes tendieran a parecerse, perderíamos el tiempo al visitar la sala de exposiciones.

Marvin Castro. "Muro Occidental". 2018. Documentación propuesta de arte urbano para el sureste de la capital San José.

Un tiempo para rememorar
La década de los años ochenta y noventa del siglo anterior, fueron tiempos de transformación para el arte doméstico y el internacional: me refiero a la tradición de la pintura y escultura cuando abandonaron el estrado que ocuparon por siglos en museos e historia del arte. Mucho se habló entre corrillos y calurosos debates, acerca de la muerte de la pintura, mientras que la escultura se mantenía en un trance de producción de estereotipos y lo decorativo, tal que lo tildábamos “arte de lobby de hotel”. El planteamiento de la instalación puso en crisis al artista, en tanto que su elaboración (talla, modelado, fundición) de materiales duros, fue subvertida por la idea blanda la cual cuestiona y antepone un signo de pregunta, apreciando el concepto, más que sacarle brillos a los mármoles y maderas, generando obras carentes de significado. 

Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.

En adelante, a la estética no la implicaba la técnica; el concepto era y es el discurso central del cambio. La diversidad de recursos materiales y conceptuales, provocó el cisma que desafió la creatividad y capacidad de innovación; rubro necesario para la validación y circulación de la obra de arte. En 1984, la Bienal de Pintura de L&S premió un batik de Lil Mena, no una pintura. La Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica constituida en 1994, premió instalaciones y no esculturas, excepto las tallas en madera de José Sancho, las cuales se salían de los cánones para implicar el conjunto, el sentido del lugar en convivencia con el material natural que siempre es precioso. En aquel contexto de ruptura, se recuerda “De vidrio La Cabecera”, 1994, de Virginia Pérez-Ratton, Premio del Salón Abierto; no era una escultura sino un catre viejo con una lámina de vidrio encima, pero abordaba un discurso de mucha actualidad: La fragilidad en las relaciones intrapersonales, origen de la violencia de género y otras lecturas críticas a la sociedad. Similares valores fueron apreciados en las obras premiadas por jurados, recuérdese “La transformación del Rostro” de Otto Apuy; “Fútbol con dengue”, de Pedro Arrieta, entre otras premiaciones que encendieron chispas de discordia.

Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.

Ruptura de la tradición
Se trata de fracturas, puntos de inflexión imbricados por el conceptualismo, cuestionando el arraigo de las primeras vanguardias, y la abstracción. El arte concreto, el minimalismo, tuvieron a grandes provocadores de sentido en Eduardo Chillida, Arnaldo Pomodoro, Richard Serra, entre otros. El informalismo introdujo lo grotesco, la subjetividad, encontrado en el arte de Willen De Kooning, Jean Fautrier, Jean Dubufet, de quien son fundamentales sus esculturas en movimiento y materiales blandos de los años setenta y ochenta, soportando un nuevo lenguaje para el arte tridimensional. El pop distinguió un objeto que -a diferencia del ready made duchampiano-, lo abastece la tensión de lo mercantil, Warhol, con sus numerales corriendo en el tripero del comercio mundial: Wall Street Center. El povera, de los sesenta, exaltó un producto cuya estética se valora en la transformación que sufren los materiales mientras conforman la obra de arte, en su mayoría ubicados en la categoría de lo efímero: Mario Merz, Janis Kounellis, Alberto Burri, Piero Manzoni, Antonio Tapies, y un si número de artistas por todo el orbe. Son sensibilidades que se auto-cuestionan a sí mismas, como ocurrió con el Dadaísmoo el llamado anti-arte de hace un siglo atrás, que consolidaron las bases del movimiento moderno el cual llamamos Arte Conceptual nacido a inicios de los setenta.

Nuestro connacional Juan Luis Rodríguez Sibaja, quien residió en Francia desde inicios de los sesenta, ganó la Medalla de Orode la Bienal de París, con una instalación (aunque en aquellos años no se la llamaba así): construyó un rign de boxeo con cuerdas, tablas y tela negra. Talló en hielo teñido de rojo un enorme signo de interrogación, y un pedestal en hielo negro (recuérdese que rojo y negro son simbolismos de lo bélico, confrontativo y revolucionario) que, al diluirse, formó un charco como de sangre vertida en la arena de la vida: El Combate, 1969. Incorporó al montaje un registro sonoro con el canto “de pie camaradas”, tonada de la época, a lo cual agregó el golpeteo de los pasos de militares invasores al llevarse a los judíos a campos de exterminio. Un discurso aguerrido de lo político que provoca un cruce de fuego en la reyerta del arte, para hacerlo perdurable. Recuérdese que, en esa década, Europa, vivía la posguerra e inestabilidad en la estructura social, terreno para las confrontaciones obreras y estudiantiles como el “Mayo 68”; repercutían en las prácticas artísticas en tanto estas cimientan una construcción social, que llamamos arte. 

Algunas lecturas y anclajes
Sin embargo, considero que, tallar materiales duros, catapultó una importante renovación de los discursos creativos. El artista introduce materiales que subvierten la pieza, la desestabilizan, agregando una importante dosis de incertidumbre, de aquello que no se sabe y que, en el arte del pasado, los escultores prevenían a toda costa. Hoy en día, al contrario, es un ingrediente de la sopa de la cultura que agrega sabor, sustancia, y catapulta lo contemporáneo. 

Imposible comentar en este acercamiento al Salón ANESCO todas las piezas expuestas, por lo que selecciono las que en particular se aproximan a mi zona de interés, por ser un arte juguetón e irónico, sin abandonar lo que carga de sentido crítico al discurso visual. En mi criterio esa componente es un noventa y cinco por ciento de la obra, el cinco faltante lo abastece la técnica.

Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre.

La pieza de Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre, afirma que también se puede crear esculturas con una línea, en este caso de alambre, para realizar un dibujo de contorno ciego, como ciego es el amor entre el espacio y el vacío, la materia y la inmateria, en un contorno modelado sobre la silla blanca que abriga una esperanza, una ilusión.

Una de las piezas exhibidas que impresiona, es la documentación de Marvin Castro acerca de un muro que él introdujo a un parquecito en las inmediaciones de la Clínica Carlos Durán. Una enorme piedra caliza trasladada desde la península de Nicoya, interviniéndola para asemejar un monumento al pasado: como los muros de la Roma Imperial, o la Villa Adriana; donde el Opus reticularon sostiene los remesones del presente cargando de sentido al futuro de la cultura, presenciando nuestro paso por la historia, como lo hicieron también las grandes civilizaciones de nuestro continente: Mesoamérica y el gran Imperio Inca.

Andrés Cañas. “Flor de noche”, 2018. Metal.

Otra pieza con carga poética con juegos de luz y sombras es “Flor de noche”, 2018, de Andrés Cañas. Se trata de un objeto de metal de riguroso corte, de sumo interés, en tanto su sombra arrojada en el muro de la sala encabrita la dosis de sensorialidad que admite el espectador, activando su ánima interior.

Luis Chacón “Concierto Campestre”, 2018, instalación homenaje a Giorgione.

Luis Chacón ensaya y enseña otro discurso de lo actual con “Concierto Campestre”, 2018, una instalación en homenaje a Giorgione. Utiliza figurillas femeninas y angelitos de porcelana o cerámica dispuestos como tomando el sol en la playa o el campo, pasando por alto la conmoción del cotidiano. Y digo enseña, en la medida que evade la escultura tradicional de aquellos pesados bloques de materia, cuando lo que se valora hoy en día es la idea. También expone otra pieza-collage que imbrica el discurso de la sexualidad y el simbolismo de un pato al pie de la pieza y el pato en el sexo del personaje, una composición confrontación relativa, pero también lúdica que agrega humor al discurso.

Ana Lucía Crespo. Renacer de un corazón fuerte. 2018. 

Ana Lucía Crespo, digamos que no rompe el paradigma de la escultura del ayer, sin embargo, posee un interesante ensamble entre la piedra tallada y otros materiales. Nos devela el “corazón de piedra” o el corazón abierto, posiciones que suelen asumir las personas al actuar en una sociedad como la actual, delante de las vicisitudes que afectan al seno familiar, los negocios, el desarrollo y productividad que requieren nuestras sociedades para su subsistencia.

Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, collage.

 Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, con un abordaje al pop, connota el disenso sobre la sociedad consumista, es algo así como ponerse la soga al cuello; colecta el mundo de las marcas y subproductos del mercado que embadurnan el ambiente, y ella, con esta crítica, les da una segunda vida para que no lleguen a sumarse a esa montaña de basura que a veces perfila el paisaje urbano.

Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, talla en mármol blanco.

Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, ratifica la de-construcción de la forma del bloque de mármol blanco, configurando tetraedros regulares e irregulares que intrincan con el discurso de la geometría, el abordaje de las estructuras primarias, pero a su vez con una poética “cascada” de luz.

Roberto Lizano. “El duelo”, 2018, instalación.

Roberto Lizano se nos puso juguetón, como es su costumbre, con dos personajes recortados en cartón corrugado: “El duelo”, 2018, lo ensambla en el perímetro de un gran aro de metal, lo hace para representar la realidad de la vida diaria de muchos, al asumir nuestros retos. Recurre a la idea de la arena del gladiador donde se juega con la vida pero también con la muerte. Expone, además, “El botiquín de Mercurio”, 2018, idea del camarín donde dos hormas de calzado con alas, implica lo mitológico que guarda para sí la memoria.

Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.

Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018, implica una visión algo hiriente acerca del descarte y la exclusión, como medir la inteligencia de los individuos para tener acceso a los estudios superiores, a las molestas notas de admisión que resultan siempre ofensivas y discriminatorias.

Edgar Zúñiga. “Con hidalguía”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.

Se exhiben otras piezas que claman por atención, como un llamado a redescubrir los imaginarios simbólicos “Con hidalguía”, 2018, un enorme retrato en terracota fragmentado de Edgar Zúñiga, ensamblado con soportes de metal. Me evocan la exposición de 2015 del escultor mexicano Javier Marín en BANEX de ciudad de México DF, titulada “Corphus Terra”. Identifica un discurso sobre el ser y el vacío, que resignifica la materia, en este caso arcilla y el vaciado, lo cual definitivamente atrapa al espectador quien deambula por la sala buscando un algo que le devuelva las sensaciones que le roba la tensión cotidiana en la urbe.

Payduma Ramírez andaba buscando la relación entre la materia y el vacío, tanto que conformó una estructura de metal que fraguan las formas básicas de la geometría, y en particular la esfera, cual cuelga evidenciando el centro de interés y la esfera tan representativa en las culturas originarias en el Delta del Diquís. Reta a ponernos en tensión, a nosotros mismos los espectadores, interrogándonos acerca de los significados del arte de estos tiempos. Yo diría que la propuesta como tal no me gusta, pero tampoco deja de anclarme, tiene algo de lo áspero del discurso actual de las paradojas que, incomodan, pero nos mantienen en vilo.

El ensamble “Semilla”, 2018, de Domingo Ramos, ensambla con maestría la piedra con la madera de pochote, dos materias de suma tolerancia; la piedra escarbada para regenerar marcas de nuestras culturas originarias prehispánicas, trazos sacados con soltura implicando esos ricos imaginarios simbólicos del ayer, y, en especial, el fundamental legado lítico prehispánico.

Luis Alonso Ramírez. Pensamientos, 2018. Concreto y cadenas.

Se exhibe la silueta de un personaje construido con concreto, áspero como la vida misma, enredado en cadenas. Un discurso, como se dijo, que asimila la realidad cotidiana donde nos encadena la política, la economía, la soledad, la crítica, las contingencias e incertidumbres, pero que todo sumado hacen memorables el día a día, y el vivir nadando a contracorriente. Se trata de una de las esculturas expuestas por Luis Alonso Ramírez, la cual me empuja a referenciar al también “áspero” escultor nicaragüense Aparicio Artola y el arte bruto con un dejo de naife.

Mi crítica al salón
Diría que hay mucho más que ver y comentar, por supuesto, fluye mi posición crítica al comentar únicamente lo que me ancla de la muestra, obviando aquello que es relativa estética (elaboración de las apariencias de la materia). En lo personal me interesa lo que cohesiona el disenso sobre las problemáticas que aquejan a la sociedad de hoy, los discursos de la política, las tensiones sociales tales como la inclusividad, el equilibrio de género, el tratamiento de las posiciones de minorías, y otras vicisitudes del tiempo que no se agota al anteponernos piedras en el camino, las contingencias para sentirnos vivos. 

También aprecié “meras apariencias”, lo cual me recordó aquella canción del género romántico del italiano Ricardo Cocciante: “Cuerpo sin alma”, que no pasan de gustar, pero no atrapan los discursos de punta en el arte contemporáneo, los cuales flotan como los holones, pero hay que saberlos relacionar para que se conviertan en materia viva, piedra viva, madera fibrosa pero que ya domada alcanza interés y prueba la gracia escultórica.

Pienso además que la muestra es copiosa y fluyen demasiados discursos dentro de la cuadratura curatorial: Premios en diferentes categorías rememorando a ilustres escultores costarricenses; alusiones y distinciones a las muestras destacadas del año, y el homenaje incluido, en este caso a Luis Alonso Ramírez. Todo eso exacerba y exaspera al espectador quien no acaba de comprender ese campo de batalla, y de dónde vendrán los disparos de un “rifle chocho” que no se sabe hacia dónde dirigirá la bala. Sin embargo, y a eso me referí, que el Salón ANESCO va abriéndose paso en el terreno escabroso de la cultura nacional.