sábado, 29 de septiembre de 2018

“Ejercicios de Autonomía” en TEORéTica

Las artistas costarricenses Priscilla Monge y Victoria Cabezas con “Ejercicios de Autonomía” -del 26 de setiembre al 10 de diciembre, 2018, muestra curada por Miguel Ángel López para TEORéTica-, engatillan una profusa carga de vectores de significado que las confronta sin tregua, en cada pieza, fotografía, instalación, video, pintura, collage; 
pero también pared, sala o espacio de la exposición. 

Dos x dos: mundos
Al ingresar a la serena estancia expositiva, uno no se percata que ahí acreciente una dialógica de revisión que reta a ambas artistas, una frente a la otra -rastreando desde la producción liminar, años ochenta en el caso de Cabezas, y noventa del siglo anterior en Monge, hasta la fecha-, con la inequívoca idea de conducirlas hasta puntos opuestos. Desde esa posición e inminente arena de sus prácticas artísticas, hagan fluir sus relatos hasta alcanzar transparentarse mutuamente, en ese cruce de proyectiles de la mirada, que los espectadores logramos comprender y sentir el fogonazo de su poética y lenguajes. 

Sala de Teorética, con la “Banano Emplumado” de Victoria Cabezas. Foto M.López.

Para anclarme con la propuesta del curador, devienen cuatro puntos a acentuar en lo expuesto: “1 la construcción visual de la masculinidad; 2 la teatralización de la identidad y del amor; 3 la violencia presente en el ámbito doméstico; 4 los ideales normativos de lo femenino modelados por los medios de comunicación” (López, 2018. Brochure de la muestra).

Importa decirlo: es un proyecto muy elaborado, pensado, analizado, refinado, articulado en ambas casas de TEORéTica; donde las asperezas, cuando existen, son tensiones interpretativas que atrapan nuestra mirada de espectador -sujeto central de tal confrontación-, quien deambula por las salas intentando comprender la incógnita de tanta incertidumbre. El espectador pusilánime, colector de lo que no sabe, pero que a su vez le provoca e inquieta, es animado por el arte, o, por el contrario, instigado para consumirlo en la lectura: recoger registros, huellas o rastros de quien, en ese trance de lo exhibido, sabe hacer su trabajo (me refiero tanto a la curaduría -al estratega de la muestra- como también a las artistas Priscilla y Victoria, dispuestas a asumir sus respectivas jugadas en el inminente tablero de la discordia), y, desde esa concatenación simbólica, edificar el contenido e interpretación de lo expuesto.

Sala de Teorética, con piezas de Priscilla Monge. Foto M.López.

Comprender ambas visiones en contienda, admite relaciones que filtran entre sí el discurso de lo femenino en el arte contemporáneo. Algunas adherencias son suscitadas por lo emocional, pulsional, erótico, y hasta irónico; como también por el símbolo que asumen los objetos hoy en día, donde las contingencias cotidianas, como puede ser el vestido, las caretas o máscaras del (des)afecto, o la actitud de disentir, dan temple a la (in)dependencia al crear y buscar formas para comunicarlo. Coinciden en “Ejercicios de Autonomía”, dos personalidades disímiles, reunidas por su pasión, experiencia, paroxismo, engullidas por el laboratorio donde se produce el arte y donde ellas encuentran significado a las tensiones de la cultura contemporánea.

Caminar pensante
Apreciar la mencionada muestra, como cualquier otra, me sume de inmediato en una profunda cavilación en la cual pienso y escribo. Suelo anotar, en los bordes del libro que en ese momento traiga entre manos, o auto-enviarme recordatorios o mensajes por celular, para no dejar de anotar el seguimiento a ese significado perseguido. Interesa el tema del cuerpo en el arte, o a su vez el arte del cuerpo, como uno de los ejercicios sublimes en la visión del arte actual y que caracteriza a ambas artistas. Tiene que ver con equidad y jerarquías de género, pero que, en algunas zonas de enfrentamiento, esos signos se vuelven armas de doble filo. 

Victoria Cabezas. Autorretrato, 1983. Foto cortesía de Teorética.

En ambas artistas clama la necesidad de experimentar los métodos y técnicas de elaboración material, pero más en la situación de Victoria Cabezas como fotógrafa. Ella gesta nuevos visos a su producción, al proceso o fruto de la investigación, donde además de la temática, cuenta la apariencia del signo, la tectónica, la química, el revelado fotográfico, el trabajo de laboratorio; poseen un discurso observado y registrado en la memoria. Ese singular tratamiento y encuadre de la imagen, es ya (in)perfectible, en tanto que ya logró todo lo que ella añoraba -y, para quienes la conocemos desde siempre-, sabemos que ese es su gran desvelo.

Priscilla Monge. Sin Título, 1996. Foto cortesía de Teorética.

En el caso de Priscilla Monje, cuentan sus percepciones de lo popular, las edificaciones de la identidad, idiosincrasia y presiones sociales, pasan por su ojo escudriñador en su taller. Pero también, los conflictos de la vida, sus modos de ser e implicaciones sociales, que tal y como se dijo, son tan copiosas en las relaciones intrapersonales. Busca desmitificar acciones antes consideradas prohibidas o sacrílegas, como grabar con sangre en vez de tinta, y cargar de ADN -por lo cual puede ser rastreable su carga genética e identidad-, a un papel que, luego será investido como atuendo. Refiere a ese traje y atavismos que le “hacen” a sí misma, al presentarse ante la estructura social. 

Se trata de un interaccionismo simbólico similar a aquel grabado de Escher, donde una mano se dibuja a sí misma, en una sociedad que la mira de reojo ante sus cuestionamientos, y no da la cara quizás por desacato, temor, envidia, desasosiego, o porque se identifica con ella. Responde a su mirada crítica que a su vez la pone en la mira. Por este singular ángulo de visión, es que percibo lo expuesto en TEORéTica como un guerreo de vibraciones, luminosidad, y voces encendidas que se entrecruzan aún después de salir del sitio o conflicto, ileso, meditativo, dispuesto a sumirme en el análisis de lo visto, relacionarlo con lo que sé del arte.

Sala de Teorética, Lado V, con piezas de Victoria Cabezas. Foto M.López.

La entrevista de apertura
Victoria Cabezas exhibe el “Banano Emplumado” -controvertido por ser signo erótico, pero que en esta pieza su título refiere a la serpiente o Quetzalcoatl de la mitología maya, un símbolo muy centroamericano. Pero, al escucharla hablar en la entrevista del curador con ambas artistas, conversatorio con que se abrió la muestra, como es costumbre me sumió en mis propias evocaciones. Ella evoca sus tiempos de estudiante de maestría en arte en el Instituto Pratt de Nueva York, cuando sus colegas, al encontrarla, le recordaban su lugar de nacimiento, refiriéndose a “Banana’s Republic”. 

Como dije, esas percepciones motivan la auto-referencia, cuando me tocó asistir a un foro de curadores de colecciones y museos de fotografía en “Kiyosato Museum of Photographi”, Japón, mientras que el huracán “Mitch” (1998) devastaba el istmo. Cada vez que me topaba a algunos de los colegas, como si yo portara en la frente el “estigma de la tormenta”, me indagaban con las incidencias del ciclón, sin saber yo más que ellos. 

Piezas de Priscilla Monge. Foto cortesía de Teorética.

Llevamos en la cara esa “mano de bananos”, contingencias naturales tales como deslaves, volcanes, inundaciones, terremotos; pero también guerras, conflictos sociales y otras recurrencias políticas del istmo. Resuenan e instigan con grandes ecos, como lo hizo “Estrecho Dudoso” 2006, de Virginia Pérez-Ratton, en los abordajes del arte contemporáneo. Como también en nuestro caso, está tan presente, la memoria y existencia de la “United Fruit Company”, que tanto desvelo provoca aún en las nuevas generaciones de artistas.

Encadenamiento para cuestionar 
Otro asunto que tocó mi percepción y memoria mientras escuchaba el conversatorio, fue escuchar a Miguel Ángel referirse a la política de dedicar esos espacios de la programación a artistas mujeres. Rememoró, apenas hace un año atrás, la importante producción creativa de Patricia Belli, “Frágiles. Obras 1986-2015”, expuesta en estas salas. Se trata de abordajes que refieren a la “equidad de género”, pero que como se dijo, transitan una filosa arista en tanto existen discursos de interés, no solo del lado de la mujer observando al varón o a su mismidad sensual y amorosa, sino también del artista varón interpretando sus relaciones de pareja, y que quizás, lo más sugestivo podría ocurrir si se corriera el telón fondo de entre ambas percepciones y avistamientos al arte de nuestros días. 

En el trabajo de ambas artistas coexiste esta percepción. En Cabezas, lo devela la intensidad y secuencia de “El Beso”. O, tal y como ocurre con Priscilla, al abordar asuntos de masculinidad como el fútbol, hacer un balón con toallas femeninas y cuero, o disponer una cancha de fútbol salón de superficie irregular, apelotada, en el jardín de esculturas del Museo de Arte Costarricense, o pintar a los jugadores de este deporte en poses de adversarios de lucha libre. Críticas al consumo, al mercado global que cosifica todo con la única meta de vender, de llenar las arcas del poder, acudiendo a tratamientos como la sexualidad, las condiciones de las minorías, que serán siempre asunciones disonantes o complejas (des)ventajas sociales, lo cual requiere suma contención al estudiarlas.

Sala de Teorética, Lado V, con piezas de Victoria Cabezas. Foto M.López.

Provocación e inter-textos
En esta territorialidad, para Priscilla Monge lo bello puede ser monstruoso, ominoso, me evoca aquellas imágenes de la pintura oriental, donde en un paisaje, la naturaleza se advierte enorme y siniestra ante la pequeñez de la criatura humana; formas de recato que no significan miedo, pero sí contención. Mientras que, para Victoria Cabezas, lo bello es seductor: la aterciopelada banana que se añora, abraza, besa y atrapa contra el pecho en señal de una conjunción que pivotea entre lo erótico y el “pecado” -para no dejar de referirme a lo espiritual, como deleite y distancia añorada, e intimidad entre dos cuerpos que se buscan y encuentran. Georges Bataille, refiriéndose a tal conducta humana, lo ratifica con estas palabras: “Constantemente se da miedo a sí mismo. Sus movimientos eróticos le aterran” (Bataille 2005. P11).

Sin ir más lejos, este autor francés alude en todo ello a la muerte: “… para nosotros es solo un signo horroroso, que sin cesar nos recuerda que la muerte, ruptura de esa discontinuidad individual en la que nos fija la angustia, se nos propone como una verdad más eminente que la vida” (Bataille 2005. P24). 

Para Eugenio Trías:“la tentación del abismo aparece como horizonte último de la experiencia” (Trías, 1997. P48) Ambos autores hablan de muerte como fin último de la dicotomía del amor, de una estética desligada del principio productivo del arte, para conectarlo con lo mundano y hasta romántico, como ese cuerpo reposado entre almohadones consumiendo imágenes de la televisión, y el infaltable gato, en el caso de Cabezas. 

Sala de Teorética, Lado V, con piezas de Victoria Cabezas. Foto M.López.

Quizás aquellas botas negras tras las cortinas, en una de las estancias del Lado V, ligan al macho a las insanas relaciones de poder, violencia y sexo, conductas del pasado que asfixian la memoria con los registros policiales y judiciales. E incluso, la misma Monge está presente con este mismo discurso en aquellas “Sentencias de muerte” (1999), que bordó sobre tela de lino, de lo cual Tamara Díaz-Bringas observó: “Y para que la impresión de “inocencia” fuera aún mayor, Monge sustituyó algunas palabras por dibujos, al modo de los cuadernos escolares que intentan facilitar la lectura mediante el apoyo visual” (Díaz-Bringas. Crítica Próxima, 2017. P67).

Se comprende, en todos estos estamentos del Arte Conceptual y lo que denominamos contemporáneo, el legado: tejido, instalado, pintado, escarbado, referenciado, nos sume en las aguas del río a catar la riqueza de sus fondos. Nos requieren astucia de buscadores, palimpsestos cavando entre las capas grabadas con palabras del tiempo y la memoria histórica.

Con(in)clusión
Dije, y con esta última percepción cierro el comentario a la muestra “Ejercicios de Autonomía” (2018) en TEORéTica arte + pensamiento, que al caminar la muestra me cobijó el encanto de las personalidades creativas de ambas expositoras, Priscilla y Victoria, y mientras otros espectadores se saludaban, tomaban un sorbo de vino tinto o de una cerveza, mirando desapercibidos el guerreo que suscitaba el arte, probé el encanto que deviene de la obra misma, con sus altas dosis de incertidumbre y testarudez, caracteres de esta sociedad instigadora, entre la ciudad y el habitante, entre sus vidas, deleites, sexualidades, controversias e incluso hasta miedos. Me recordó una vez más a Díaz-Bringas en la cita de la página 67 de Crítica Próxima (2016), cuando referenció al sicólogo Sigmund Freud (1919), hablando de lo terrorífico y ominoso que nos resulta familiar. Eso me hizo advertir y seguir el pulso entre ambas artistas, la mirada crítica que escarba, e intenta allanar, equilibrar lo rastreado al otro lado de la pupila, directo a la mácula de la visión donde conecta lo que se ve con lo que se piensa, mente y corazón, ahí donde emergen las respuestas a estas u otras incógnitas y sentidos del arte de estos tiempos en los cuales nos ha tocado externar un pensamiento crítico.


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