Salón ANESCO: empatía y disensos
El Salón ANESCO 2018, de la Asociación Nacional de Escultores, el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, y la Municipalidad de San José, convocaron a apreciar dos zonas de producción creativa del arte costarricense actual: Aquella en que el observador encuentra empatía, o, por el contrario, le provoca disenso. Se trata de niveles emocionales del carácter humano, por lo cual siempre habrá adeptos ubicados de uno u otro lado de la línea de fuego, o cruce de proyectiles de la mirada crítica. La sala se vuelve un cuadrilátero, y el arte confrontación, para que lo expuesto logre empoderar y edificar la memoria. Si todo fuese igual y no existiese esa diversidad de lenguajes, si todos los discursos y abordajes tendieran a parecerse, perderíamos el tiempo al visitar la sala de exposiciones.
Marvin Castro. "Muro Occidental". 2018. Documentación propuesta de arte urbano para el sureste de la capital San José.
Un tiempo para rememorar
La década de los años ochenta y noventa del siglo anterior, fueron tiempos de transformación para el arte doméstico y el internacional: me refiero a la tradición de la pintura y escultura cuando abandonaron el estrado que ocuparon por siglos en museos e historia del arte. Mucho se habló entre corrillos y calurosos debates, acerca de la muerte de la pintura, mientras que la escultura se mantenía en un trance de producción de estereotipos y lo decorativo, tal que lo tildábamos “arte de lobby de hotel”. El planteamiento de la instalación puso en crisis al artista, en tanto que su elaboración (talla, modelado, fundición) de materiales duros, fue subvertida por la idea blanda la cual cuestiona y antepone un signo de pregunta, apreciando el concepto, más que sacarle brillos a los mármoles y maderas, generando obras carentes de significado.
Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.
En adelante, a la estética no la implicaba la técnica; el concepto era y es el discurso central del cambio. La diversidad de recursos materiales y conceptuales, provocó el cisma que desafió la creatividad y capacidad de innovación; rubro necesario para la validación y circulación de la obra de arte. En 1984, la Bienal de Pintura de L&S premió un batik de Lil Mena, no una pintura. La Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica constituida en 1994, premió instalaciones y no esculturas, excepto las tallas en madera de José Sancho, las cuales se salían de los cánones para implicar el conjunto, el sentido del lugar en convivencia con el material natural que siempre es precioso. En aquel contexto de ruptura, se recuerda “De vidrio La Cabecera”, 1994, de Virginia Pérez-Ratton, Premio del Salón Abierto; no era una escultura sino un catre viejo con una lámina de vidrio encima, pero abordaba un discurso de mucha actualidad: La fragilidad en las relaciones intrapersonales, origen de la violencia de género y otras lecturas críticas a la sociedad. Similares valores fueron apreciados en las obras premiadas por jurados, recuérdese “La transformación del Rostro” de Otto Apuy; “Fútbol con dengue”, de Pedro Arrieta, entre otras premiaciones que encendieron chispas de discordia.
Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.
Ruptura de la tradición
Se trata de fracturas, puntos de inflexión imbricados por el conceptualismo, cuestionando el arraigo de las primeras vanguardias, y la abstracción. El arte concreto, el minimalismo, tuvieron a grandes provocadores de sentido en Eduardo Chillida, Arnaldo Pomodoro, Richard Serra, entre otros. El informalismo introdujo lo grotesco, la subjetividad, encontrado en el arte de Willen De Kooning, Jean Fautrier, Jean Dubufet, de quien son fundamentales sus esculturas en movimiento y materiales blandos de los años setenta y ochenta, soportando un nuevo lenguaje para el arte tridimensional. El pop distinguió un objeto que -a diferencia del ready made duchampiano-, lo abastece la tensión de lo mercantil, Warhol, con sus numerales corriendo en el tripero del comercio mundial: Wall Street Center. El povera, de los sesenta, exaltó un producto cuya estética se valora en la transformación que sufren los materiales mientras conforman la obra de arte, en su mayoría ubicados en la categoría de lo efímero: Mario Merz, Janis Kounellis, Alberto Burri, Piero Manzoni, Antonio Tapies, y un si número de artistas por todo el orbe. Son sensibilidades que se auto-cuestionan a sí mismas, como ocurrió con el Dadaísmoo el llamado anti-arte de hace un siglo atrás, que consolidaron las bases del movimiento moderno el cual llamamos Arte Conceptual nacido a inicios de los setenta.
Nuestro connacional Juan Luis Rodríguez Sibaja, quien residió en Francia desde inicios de los sesenta, ganó la Medalla de Orode la Bienal de París, con una instalación (aunque en aquellos años no se la llamaba así): construyó un rign de boxeo con cuerdas, tablas y tela negra. Talló en hielo teñido de rojo un enorme signo de interrogación, y un pedestal en hielo negro (recuérdese que rojo y negro son simbolismos de lo bélico, confrontativo y revolucionario) que, al diluirse, formó un charco como de sangre vertida en la arena de la vida: El Combate, 1969. Incorporó al montaje un registro sonoro con el canto “de pie camaradas”, tonada de la época, a lo cual agregó el golpeteo de los pasos de militares invasores al llevarse a los judíos a campos de exterminio. Un discurso aguerrido de lo político que provoca un cruce de fuego en la reyerta del arte, para hacerlo perdurable. Recuérdese que, en esa década, Europa, vivía la posguerra e inestabilidad en la estructura social, terreno para las confrontaciones obreras y estudiantiles como el “Mayo 68”; repercutían en las prácticas artísticas en tanto estas cimientan una construcción social, que llamamos arte.
Algunas lecturas y anclajes
Sin embargo, considero que, tallar materiales duros, catapultó una importante renovación de los discursos creativos. El artista introduce materiales que subvierten la pieza, la desestabilizan, agregando una importante dosis de incertidumbre, de aquello que no se sabe y que, en el arte del pasado, los escultores prevenían a toda costa. Hoy en día, al contrario, es un ingrediente de la sopa de la cultura que agrega sabor, sustancia, y catapulta lo contemporáneo.
Imposible comentar en este acercamiento al Salón ANESCO todas las piezas expuestas, por lo que selecciono las que en particular se aproximan a mi zona de interés, por ser un arte juguetón e irónico, sin abandonar lo que carga de sentido crítico al discurso visual. En mi criterio esa componente es un noventa y cinco por ciento de la obra, el cinco faltante lo abastece la técnica.
Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre.
La pieza de Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre, afirma que también se puede crear esculturas con una línea, en este caso de alambre, para realizar un dibujo de contorno ciego, como ciego es el amor entre el espacio y el vacío, la materia y la inmateria, en un contorno modelado sobre la silla blanca que abriga una esperanza, una ilusión.
Una de las piezas exhibidas que impresiona, es la documentación de Marvin Castro acerca de un muro que él introdujo a un parquecito en las inmediaciones de la Clínica Carlos Durán. Una enorme piedra caliza trasladada desde la península de Nicoya, interviniéndola para asemejar un monumento al pasado: como los muros de la Roma Imperial, o la Villa Adriana; donde el Opus reticularon sostiene los remesones del presente cargando de sentido al futuro de la cultura, presenciando nuestro paso por la historia, como lo hicieron también las grandes civilizaciones de nuestro continente: Mesoamérica y el gran Imperio Inca.
Andrés Cañas. “Flor de noche”, 2018. Metal.
Otra pieza con carga poética con juegos de luz y sombras es “Flor de noche”, 2018, de Andrés Cañas. Se trata de un objeto de metal de riguroso corte, de sumo interés, en tanto su sombra arrojada en el muro de la sala encabrita la dosis de sensorialidad que admite el espectador, activando su ánima interior.
Luis Chacón “Concierto Campestre”, 2018, instalación homenaje a Giorgione.
Luis Chacón ensaya y enseña otro discurso de lo actual con “Concierto Campestre”, 2018, una instalación en homenaje a Giorgione. Utiliza figurillas femeninas y angelitos de porcelana o cerámica dispuestos como tomando el sol en la playa o el campo, pasando por alto la conmoción del cotidiano. Y digo enseña, en la medida que evade la escultura tradicional de aquellos pesados bloques de materia, cuando lo que se valora hoy en día es la idea. También expone otra pieza-collage que imbrica el discurso de la sexualidad y el simbolismo de un pato al pie de la pieza y el pato en el sexo del personaje, una composición confrontación relativa, pero también lúdica que agrega humor al discurso.
Ana Lucía Crespo. Renacer de un corazón fuerte. 2018.
Ana Lucía Crespo, digamos que no rompe el paradigma de la escultura del ayer, sin embargo, posee un interesante ensamble entre la piedra tallada y otros materiales. Nos devela el “corazón de piedra” o el corazón abierto, posiciones que suelen asumir las personas al actuar en una sociedad como la actual, delante de las vicisitudes que afectan al seno familiar, los negocios, el desarrollo y productividad que requieren nuestras sociedades para su subsistencia.
Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, collage.
Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, con un abordaje al pop, connota el disenso sobre la sociedad consumista, es algo así como ponerse la soga al cuello; colecta el mundo de las marcas y subproductos del mercado que embadurnan el ambiente, y ella, con esta crítica, les da una segunda vida para que no lleguen a sumarse a esa montaña de basura que a veces perfila el paisaje urbano.
Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, talla en mármol blanco.
Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, ratifica la de-construcción de la forma del bloque de mármol blanco, configurando tetraedros regulares e irregulares que intrincan con el discurso de la geometría, el abordaje de las estructuras primarias, pero a su vez con una poética “cascada” de luz.
Roberto Lizano. “El duelo”, 2018, instalación.
Roberto Lizano se nos puso juguetón, como es su costumbre, con dos personajes recortados en cartón corrugado: “El duelo”, 2018, lo ensambla en el perímetro de un gran aro de metal, lo hace para representar la realidad de la vida diaria de muchos, al asumir nuestros retos. Recurre a la idea de la arena del gladiador donde se juega con la vida pero también con la muerte. Expone, además, “El botiquín de Mercurio”, 2018, idea del camarín donde dos hormas de calzado con alas, implica lo mitológico que guarda para sí la memoria.
Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.
Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018, implica una visión algo hiriente acerca del descarte y la exclusión, como medir la inteligencia de los individuos para tener acceso a los estudios superiores, a las molestas notas de admisión que resultan siempre ofensivas y discriminatorias.
Edgar Zúñiga. “Con hidalguía”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.
Se exhiben otras piezas que claman por atención, como un llamado a redescubrir los imaginarios simbólicos “Con hidalguía”, 2018, un enorme retrato en terracota fragmentado de Edgar Zúñiga, ensamblado con soportes de metal. Me evocan la exposición de 2015 del escultor mexicano Javier Marín en BANEX de ciudad de México DF, titulada “Corphus Terra”. Identifica un discurso sobre el ser y el vacío, que resignifica la materia, en este caso arcilla y el vaciado, lo cual definitivamente atrapa al espectador quien deambula por la sala buscando un algo que le devuelva las sensaciones que le roba la tensión cotidiana en la urbe.
Payduma Ramírez andaba buscando la relación entre la materia y el vacío, tanto que conformó una estructura de metal que fraguan las formas básicas de la geometría, y en particular la esfera, cual cuelga evidenciando el centro de interés y la esfera tan representativa en las culturas originarias en el Delta del Diquís. Reta a ponernos en tensión, a nosotros mismos los espectadores, interrogándonos acerca de los significados del arte de estos tiempos. Yo diría que la propuesta como tal no me gusta, pero tampoco deja de anclarme, tiene algo de lo áspero del discurso actual de las paradojas que, incomodan, pero nos mantienen en vilo.
El ensamble “Semilla”, 2018, de Domingo Ramos, ensambla con maestría la piedra con la madera de pochote, dos materias de suma tolerancia; la piedra escarbada para regenerar marcas de nuestras culturas originarias prehispánicas, trazos sacados con soltura implicando esos ricos imaginarios simbólicos del ayer, y, en especial, el fundamental legado lítico prehispánico.
Luis Alonso Ramírez. Pensamientos, 2018. Concreto y cadenas.
Se exhibe la silueta de un personaje construido con concreto, áspero como la vida misma, enredado en cadenas. Un discurso, como se dijo, que asimila la realidad cotidiana donde nos encadena la política, la economía, la soledad, la crítica, las contingencias e incertidumbres, pero que todo sumado hacen memorables el día a día, y el vivir nadando a contracorriente. Se trata de una de las esculturas expuestas por Luis Alonso Ramírez, la cual me empuja a referenciar al también “áspero” escultor nicaragüense Aparicio Artola y el arte bruto con un dejo de naife.
Mi crítica al salón
Diría que hay mucho más que ver y comentar, por supuesto, fluye mi posición crítica al comentar únicamente lo que me ancla de la muestra, obviando aquello que es relativa estética (elaboración de las apariencias de la materia). En lo personal me interesa lo que cohesiona el disenso sobre las problemáticas que aquejan a la sociedad de hoy, los discursos de la política, las tensiones sociales tales como la inclusividad, el equilibrio de género, el tratamiento de las posiciones de minorías, y otras vicisitudes del tiempo que no se agota al anteponernos piedras en el camino, las contingencias para sentirnos vivos.
También aprecié “meras apariencias”, lo cual me recordó aquella canción del género romántico del italiano Ricardo Cocciante: “Cuerpo sin alma”, que no pasan de gustar, pero no atrapan los discursos de punta en el arte contemporáneo, los cuales flotan como los holones, pero hay que saberlos relacionar para que se conviertan en materia viva, piedra viva, madera fibrosa pero que ya domada alcanza interés y prueba la gracia escultórica.
Pienso además que la muestra es copiosa y fluyen demasiados discursos dentro de la cuadratura curatorial: Premios en diferentes categorías rememorando a ilustres escultores costarricenses; alusiones y distinciones a las muestras destacadas del año, y el homenaje incluido, en este caso a Luis Alonso Ramírez. Todo eso exacerba y exaspera al espectador quien no acaba de comprender ese campo de batalla, y de dónde vendrán los disparos de un “rifle chocho” que no se sabe hacia dónde dirigirá la bala. Sin embargo, y a eso me referí, que el Salón ANESCO va abriéndose paso en el terreno escabroso de la cultura nacional.
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