domingo, 16 de septiembre de 2018

“NO TIENE NOMBRE” de Raúl Quintanilla (Reflexión Primera: Sala 1)

El artista nicaragüense Raúl Quintanilla Armijo, exhibe “NO TIENE NOMBRE”, en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), curada por Adriana Collado, abierta del 12 de setiembre al 16 de noviembre 2018. Comentario a profundizar en las páginas de la revista L’ FATAL (La fatalísima) on line, No. 17, correspondiente a setiembre-octubre del presente año.

Raúl Quintanilla. Canda para perros. Instalación, 2018. Foto cortesía del MADC.

Crítica subyacente 
Tras el título de “innombrable”, lo expuesto no entraña solo con los conflictos de dominación y hegemonías históricas, dictaduras, guerras y reveses sufridos por el pueblo nicaragüense aludidos en el texto de la curadora; nos confronta a adversidades y fracturas latentes entre ambos países: ¿Será que no tiene nombre que Costa Rica demandara a Nicaragua ante la Corte Internacional de La Haya, por lo ocurrido en el San Juan en 2010, y que nos refiere a la primera pieza expuesta? Tampoco tiene nombre el asesinato de la activista de izquierda, la compatriota Viviana Gallardo, con un arma empuñada por uno de los policías de la Primera Comisaría de San José, donde fue recluida a inicios de la década de los ochenta del siglo pasada acusada de robo simple, ella y dos muchachas más. No tiene nombre la muerte de Natividad Canda Mairena, en la Lima de Cartago, 2005, cuando las autoridades pudieron intervenir antes que los perros guardianes lo devoraran. Y, como en la vida todo tiene su lado amable, un martillo puede convertirse en pincel o brocha para pintar, pero también volverse arma y contra ataque. 

Raúl Quintanilla. Río San Juan es.... Collage, 2018. Foto cortesía del MADC.

Estas paradojas del arte, encienden la visita al MADC, y sobre manera a la Sala 1, donde se exhibe un repositorio de resistencia, disidencia, confrontación, reclamos a los valores sociales y civiles de dos pueblos que, aunque se den la mano ante las agudas contingencias como las actuales, subsiste un rencor irreflexivo (que otros llaman xenofobia), el cual desestabiliza cada tanto las relaciones entre sus habitantes y los respectivos gobiernos. Para el chamán centroamericano, Moyo Coyatzín, la amistad no existe, lo que existe es una conveniencia recíproca que acerca a las personas. 

Para esta exposición en particular, Quintanilla Armijo, en plena madurez de su productiva carrera artística, se puso más provocativo que nunca. Dicho de otro modo, acá no cabe la metáfora del arte que medie o suavice lo anguloso de sus discursos, más bien y como expresé, son espadas de doble filo.

Raúl Quintanilla. Fotografía, 2018. Foto cortesía del MADC.

A la defensiva
Conociendo a tan importante gestor cultural y del arte contemporáneo nicaragüense -desde que fue seleccionado para “MESóTica II: Centroamérica re/generación”, 1996 (ahí mismo en el MADC y en la misma sala 1), proyecto co-curado por Virginia Pérez-Ratton y Rolando Castellón, la cual fue y vino rompiendo estereotipos en cuando a circulación y legitimación del arte regional-, entré entonces a la sala con una mano por delante, a la defensiva, como para prevenir el fogonazo, ante el asombro, y el pulso alterado por la inminente mirada de la discordia. “El Río San Juan es…”, 2000, collage, pintura enmarcada con moldura dorada, y un brochazo rojo que destaca del fondo del panel negro. Recuérdese que el rojo y negro comunican sensibilidades revolucionarias, intelecto y/o elevada pasión. En las culturas originarias mesoamericanas, eran los colores de las investiduras nobles y sacras.

En tanto observador y caminante entre los espacios del museo, en ese momento me engulló el tiempo y la memoria. Por un lado, la ya mencionada pieza de la entrada de la sala es una de esas pinturitas tipo “souvernir” que los vendedores informales (algunos son nicaragüenses) comercian en pueblos, autopistas y lugares de recreo. Propuesta qué, en alguna oportunidad, también aprecié en la página de Facebook de Quintanilla, o de la Galería MÁCULA, dejando expreso que el arte al otro lado del río era tibio y complaciente. Pero en el estado actual, cambió el discurso, pintó de un lado del San Juan la bandera de Nicaragua, y del otro el pabellón tricolor costarricense. La idea en tensión implica al paisaje, el mismo de uno y otro lado de márgenes retocados con azul, para definir el sentido de propiedad nicaragüense, con ello cuestiona el por qué de tanta tensión, si en el fondo pertenecemos a un mismo entorno. Quizás, y para no disociar la provocación inicial publicada en FB, puso del lado costarricense una de esas figurillas japonesas, “Pucca”, que tanto alarde hace en televisión y en tanto es estrategia que intrinca con el mediático comercio global. Como expresé, debajo de la sombra que arroja el marco dorado, baja el brochazo rojo, subvirtiendo la escena, aunque sencilla en apariencia, carga gritos y alardes de confrontación.

Raúl Quintanilla. Instalación, 2018. Foto cortesía del MADC.

Hacia atrás en el tiempo
Aquella dicotomía del arte de ser tibio o complaciente u opuesto a lo contestatario y revolucionario, me sumió en otra memoria quizás auto-biográfica de la primera parte de la década de los años setenta, precisamente cuando en Cartago, se estableció la escuela de arte Juan Ramón Bonilla. En ese espacio formativo quizás no pintábamos ni dibujamos tanto para ser considerada aquella escuela, hito de la historia del arte local; pero sí debatíamos y enfrentábamos criterios, provocando acaloradas discusiones. Esa fue sede donde emergió el grupo de Trabajadores de la Cultura La Puebla, y uno de los miembros, Koky Valverde (1949-2016), refería a la realidad del istmo centroamericano entrecruzado por el rifle y el cañón. Se recuerdan los conflictos bélicos en las demás naciones -que el arte resentía o aventajaba-, fundamento o carácter que caló más en la escena mundial, que las “acuarelitas” de casas campesinas, bodegones y esculturas de mujeres exhibiendo su pieles y belleza, típico del arte local de aquellos y estos tiempos. Valverde ponía en la mira la Primera Bienal Centroamericana (1971), recién ocurrida en el país en esos años a que me refiero, donde el Gran Premio correspondió al ensamble “Guatebala” del guatemalteco Luis Díaz; y las Menciones de Honor por país, distinguió solo a Nicaragua, por la pieza “Danza Aleatoria” de Rolando Castellón, mientras que a la distinción de Costa Rica se le declaró desierta.

De manera que, al encontrarme ante ese collage de Quintanilla, y cuestionarme, nadando a contracorriente que el paisaje es el mismo, que son las diferencias las que nos unen y no las adversidades -proclama del paradigma de la “Otredad” de los noventa-, el conflicto me desestabilizó, y el aguijón de la duda punzó una vez más mi ya encabritada emocionalidad. 

Existe una historia de por medio, que se exhibe como si camináramos en un museo arqueológico o antropológico. En el espacio de esas enormes vitrinas, dispuestas en ángulo o flecha, con instalaciones y ensambles de este artista, algunos conocidos, otros por conocer; persiste aquel disenso de los abordajes descolonizadores, cuando la espada atravesó un cúmulo de vasijas precolombinas -recordando la MESóTica II-, símbolos de penetración hegemónica. Traen al pensamiento vicisitudes de la cultura de aquel país, realidades y contrastes donde asoma la política, la religión, los litigios sociales, pero también asoma la contradicción ante el aire viciado de las puyas y los antagonismos de siempre.

Raúl Quintanilla. Instalación, 2018. Foto cortesía del MADC.

Con la historia a espaldas
Al dorso de esos armarios se gestaba otro discurso no menos candente. Uno, lo abordan dos intensas y dramáticas fotografías b/n de una joven de espaldas desnudas, dispuestas a recibir la estocada, o el fogonazo de un rifle que se colgó a cierta distancia, y que apenas se aprecia entre la penumbra de la sala. Como expresé en el párrafo inicial, evocan la muerte de la joven disidente, que la enciclopedia “Wikipedia” contribuye a sostener su memoria: “Viviana Gallardo fue una activista vinculada a una guerrilla de izquierda de Costa Rica llamada La Familia. Muere a los 18 años, en una celda de la Primera Comisaría de San José, asesinada por uno de los cabos de la policía costarricense”. Aspecto que me dice que Quintanilla Armijo es un investigador, sociólogo, historiador y hábil documentador, que sigue el curso de los acontecimientos registrados en esos papeles, objetos e impresos expuestos en su archivo (como el instalado en la Sala III), y que nos convence que el taller de un artista es aún algo más de lo que parece; es una trinchera que nos posiciona al lanzar nuestros comentarios y construcciones sociales: el arte, pero también y en suma importante, que nos protege de lo que viene de vuelta.

En ese ángulo de tan intensa evocación, del atrás de los escaparates de museo, reclaman detención, unos productos que nos recuerdan los enlatados de tomate de Andy Warhol, y el Pop Americano, pero en aquella referencia, la lata o producto era tan solo un numeral del consumismo reflejado en los monitores de las computadoras, cajas registradoras y vientre tecnológico actual. En esta propuesta, “que no tiene nombre”, al contrario, refleja una polaridad picante: “CANDA para perros”. Tal y como se comentó, nos devuelve en el tiempo, para entresacar del depósito de la memoria la despiadada muerte del indigente nicaragüense Natividad Canda. 

Raúl Quintanilla. Sala 1 del Museo de Arte Contemporáneo, 2018. Foto cortesía del MADC.

Del otro lado de los armarios -de la flecha que enfila la visión hacia el martillo-pincel, punto nudal de las tensiones que enfiló la museografía-, aparecen cuatro retratos de William Walker, con todas las contingencias que aúnan la historia política de ambas naciones vecinas, y que relacionan la muestra tenida en este mismo museo con “Cuadra Cero”, de la connacional Stephanie Williams, 2018, curada por Daniel Soto, en tanto desde ese espacio del Palacio Nacional en 1856 partió la orden de repeler las fuerzas filibusteras firmada por el Presidente Juanito Mora.

Raúl Quintanilla. 2018. Foto cortesía del MADC.

Y volviendo a los retratos, a cierta distancia, se exhibe “Esta piedra tiene nombre”, dispuesta sobre un tapetito blanco, como esos que abundan en viviendas populares. Trasciende que Nicaragua también tuvo lo suyo en la memoria de los intentos de esclavizar el istmo; precisamente aludida en esa piedra rotulada con el apellido de Walker. Son vicisitudes que el pueblo vecino celebra, al confrontar al invasor filibustero, repelido precisamente en la Batalla de San Jacinto, un 14 de setiembre de 1856; finca a 42 kilómetros al Norte de la capital Managua. Ahí los patriotas nicas aniquilaron el residuo del ejercito opresor, dándose la posterior huida a Honduras, donde fueron finalmente fusilados, terminando otra amenaza de dominación para las repúblicas centroamericanas, pero a su vez, abrir la interrogante de cuáles serán las tácticas actuales del filibusterismo moderno.

Raúl Quintanilla. Esta piedra tiene nombre. Instalación, 2018. Foto cortesía del MADC.

Cual Caballo de Troya
Este carácter que subvierte las relaciones de poder entre nuestros países, me sirve de parteaguas o pensamiento conclusivo; carácter asimilado en la pieza del martillo en cuya parte inferior ensambla una brocha o pincel, asimilando la idea de que el arte puede ser herramienta para remachar la conciencia acerca de la realidad. El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, tras la perspectiva de “No tiene nombre”, se vuelve “Caballo de Troya”, que desnuda las apariencias del “Pura Vida”, y nuestras actitudes e idiosincrasia tan acomodadizas y complacientes, pero que en el fondo nos cuesta aceptar esa mismidad y cultura como región.




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