Caminar es sinónimo de reflexión, búsqueda, colectar, pero
también de (des)encadenamiento de los deseos de producir para que las huellas
carguen poesía; tal y como expresó Antonio Machado “son tus huellas el camino y nada más”. Caminando, pues,
entorno a la muestra “No a la Realidad” de Margarita Quesada Schmith, en las
salas de exposiciones temporales de los Museos del Banco Central de Costa Rica
(MBCCR), me preguntaba si algún día ella -la artista oriunda de Paraíso-,
surcara en el océano de su imaginación que en el centenario de su nacimiento (17
noviembre 1915 – 2015), -con el nivel de profesionalidad, profundidad y
sensibilidad en la investigación curatorial puesta por María José Monge, la museografía
y publicación del hermoso catálogo, con el apoyo incondicional de la actual Directora
Ejecutiva Virginia Vargas-, se inaugurara esta exquisita muestra.
Margarita Quesada. “Mesita de noche”, 1990. Colección privada. Foto cortesía de MBCCR.
Este proyecto expositivo rompió con la fastidiosa actitud “capital-centrista”,
en tanto Margarita se realizó en su vida de pintora casi sin salir de su
Paraíso, y a los artistas de estas zonas periféricas del país, nos es difícil
trascender las fronteras del “Ochomogo”, para exponer en un museo, y que la
prensa se interese en cubrir el evento. Es inédito que a más de una década de su
deceso y centuria de su natalicio, hoy nos sea posible caminarla intentando
descifrar sus enigmas y bondades; su “Paraíso”, el paisaje de la esquina de su
casa -desde donde pintó la mayoría de su obra-, y el “paraíso interior” que
pobló su creatividad y los intentos de “no ser” para navegar en ese imaginario tan
suyo, con todos aquellos personajes propios de la identidad del lugar y simbolismos
de la factura que hoy valoramos.
Margarita Quesada. “La Camelia”, 1988. Colección Leticia Quirós Quesada. Foto cortesía de MBCCR.
Otra de esas nocivas actitudes que le tocó enfrentar, el
arraigado machismo, en tanto su Paraíso era de una cultura rural, a ella le
tocó romper paradigmas, pues no era esperable que una mujer -en años de su
juventud-, estudiara arte. La costumbre era casarse, procrear hijos y si fuese
soltera -como en su caso-, ayudar en las labores domésticas y atención de los
hermanos varones. No imagino a Margarita con rollos de papel, lienzos y
bastidores, caja de pinturas subir a las viejas “casadoras” o abordar los
carruajes del “pasajeros” para ir a clases. Tal vez -especulo-, esa ventana del
tren o del bus por la cual se observa el paisaje pasar veloz, como en una de
esas viejas cintas cinematográficas, activó su método creativo y significado de
pintar desde la ventana: el espacio exterior, el mundillo rural de su Paraíso
de entonces, o el interior, con tantas contingencias e incertidumbres que
antepone dedicarse al arte.
Margarita Quesada. No a la Realidad. Foto cortesía de MBCCR.
Mi imagen de la pintora
¿Cuánto me empodera evocar la imagen de la pintora
paraiseña, trabajando el solar detrás de su casa, con pala, macana y machete, entre
la empalizada, setos de ortiga y el zacate calinguero, ella se empeñó erradicar
para que florecieran los lirios rojos de su vergel y de sus pinturas, o en los
últimos años de su vida, cuando barría las aceras del frente de su propiedad y el
parque contiguo para que lucieran como su jardin interior. Hoy me percato que
aquél luce de nuevo enmontado y exhibe el rótulo de “se vende”. ¡Nos hace mucha
falta la Nana!
Simbolismo de la ventana
En vida, un día que me acerqué, pintaba esas escenas que eternizó
–vivía en la esquina noroeste del parque-, me comentó: “Quirosito, la gente
dice que yo solo pinto a pintas”, y es que en la esquina diagonal estaban las
antiguas cantinas “Garibaldi”, el pool y “la Rioja” o “cantina de Moncho”,
donde a toda hora habían muchachos en la acera viendo pasar el tremendal del
día a día, y que los paraiseños llamamos “pintas”, “holgazanes” y “fogosos”. Los personajes parecían estar y no estar, eran
como “sombies” o “fantasmas”, pero Margarita los dibujaba y desdibujaba vistos
desde la poesía de su interioridad.
Margarita Quesada. “Árbol rojo”, 1994. Colección privada. Foto cortesía de MBCCR.
Aquí
me detengo para hablar de la narrativa de “la ventana” en su pintura, ella pintó
con abundancia lo ocurrido al otro lado del marco, o en los adentros de su
psique y personalidad, lo cual define la influencia de su maestro don Paco con
su poesía de la ventana y de los fantasmas del cuadro. Hoy me pregunto
respecto a “los pintas”, ¿no fue quizás esa la fogosidad que impregnó a sus
cuadros?, ¿no eran la manifestación de su rebeldía respecto a la técnica y temática,
cuando a veces raspaba lo pintado, metía al cuadro al chorro de agua para cancelar
lo hecho, luego intentaba una y otra vez con fuerza impregnar su actitud
“trasgresora” que tanto valoramos hoy en su pintura?
Margarita Quesada. “Nazareno”, 1994. Colección privada. Foto cortesía de MBCCR.
Visiones y disensos
Al apreciar la muestra, poblada de mensajes, apoyada por el
pensamiento y sensibilidad de su curadora Monge, quien imprimió abundantes
fichas reflexivas, extraídas de escritos de Margarita o de otros pensadores, acerca
del proceso para definir el “No a la realidad”, o para sumirnos en el contenido
de piezas como la ya comentada “Garibaldi” -de la colección de Virginia Pérez
Ratton-; “La cantina de Moncho”, cuyo cielo restregado de azul, nótese que no
digo pintado, y donde se aprecian esos “pintas” en la sombra nocturna haciendo
vida; “El Nazareno”, procesión que quizás ella observó ferviente desde su
ventana, en la noche del Jueves Santo cuando los feligreses acompañan el
silencio de aquel taumaturgo galileo; el “Árbol Rojo” o ¨La Camelia” ambos de exquisita
elaboración, que solo puede emerger de la sensibilidad de esta artista cargados
de intensa tectónica y cromatismos; “La tienda Judía en barrios bajos de Nueva
YorK”, en la cual magistralmente captó el estrés del comercio agrisado por su
percepción de un mundo al filo del abismo, y que pintó durante su viaje a
exponer en la urbe newyorkina junto a su maestro Paco Amighetti y amigos
Roberto Lizano y Mario Castro, invitados por el galerista Julian Pretto; me
preguntaba ensimismado acerca de esas cargas psicológicas que inundan sus
acuarelas, tratando de comprender a referentes tales como Edvar Munch, Emil Nolde,
Ernst
Ludwig Kirchner, Georges Rouault, Henry Matisse, Karl Schmidt-Rottluff, de la camada de los expresionistas
alemanes y franceses. Es cierto que alguna vez los admiró en los museos
europeos, pero mi principal argumento es que los sintió y por su sangre corrían
esos torrentes inspiradores que infundían carácter, disenso e inconformidad al
trabajo, al punto de rasgar el papel, lavarlo hasta desaparecer lo que no cargaba
fuerza –los aguijones de las contingencias del acto creativo-, hasta ver
emerger esa sincera poesía propia de su estilo pictórico.
Margarita moría con cada cuadro y resucitaba con el logro, merced a la
perspicacia certera de su pensamiento crítico; por eso fue grande y hoy
nuestras miradas se posan en una importante cuota de su enorme producción, pero
no el total de su obra. Reciento aún muchos otros cuadros que hay que
perseguir, que están en colecciones privadas y que espero algún día podamos
reunir en otros linderos del arte costarricense cuando llegue a ocupar la
posición merecida.
Margarita Quesada. “Tienda Judía barrios bajos de NY”, cerca de 1995. Colección privada. Foto cortesía de MBCCR.
Intertextualidad
Decía que me conecté con los contenidos de las reflexiones y
citas curatoriales incorporadas al diseño museográfico, en especial a un pensamiento
de Bachelard: “El armario y sus estantes,
el escritorio y sus cajones, el cofre y su doble fondo son órganos de la vida
psicológica secreta. Sin esos “objetos” y otros así valuados, nuestra vida
íntima no tendría modelo de intimidad”. Esta cita en la pared desencadenó
en mi la memoria de mis tiempos escolares en la escuela de Liendo y Goicochea
en Paraíso -durante aquellos años tan importantes para mi propia activación
artística. Yo no conocía a la pintora, quien me brindaba una mano motivadora
era doña Gabina Schmith, su madre, quien me invitaba a escudriñar los secretos del
arte entre cofres, cajones y el viejo armario del taller de su hija: modelados
de desnudos humanos estampados en yeso, rollos de dibujos, retratos, estudios
de morfología humana, esculturas constructivistas hechos con varillas de hierro
que aprecié en tanto develaron esa intimidad de la pintora de la cual aprendí.
Margarita Quesada. “La Garibaldi”, 1986. Colección Virginia Pérez-Ratton. Foto cortesía de MBCCR.
Uno de los detalles de su estudio en su vieja casona de la
esquina del parque de Paraíso, eran sus libros y citas pegadas con cinta a las
paredes, como los escritos de Machado que ella tanto apreció. En eso se parecía
al también fallecido Pedro Arrieta, quien tenía su taller forrado de pensamientos
de grandes escritores. Me preguntaba cuánto aportarían al trabajo de los artistas
en el momento de congeniar con la búsqueda. A propósito es importante comentar
que esta gran pintora fue gran amiga de los jóvenes artistas de los ochentas y
noventas, en especial algunos miembros de Bocaracá, fueron sus asiduos compinches:
Arrieta, Lizano, Chacón, Herrera, Maffioli y otros paraiseños que apenas daban
sus primeros pasos en el arte como Ricardo Ávila, Zoleila Solano, Giacomo
Coghi, Margarita Quesada Coghi, y el mío propio.
Margarita Quesada. "Cantina de Moncho", Sf. Sala Foto cortesía de MBCCR.
Volviendo a caminar por la sala donde se exhibe en MBCCR,
pienso que el abordaje a una muestra, para que sea real, consta de muchos otros
registros de la memoria que no están presentes y que uno como espectador debe
necesariamente reforzar para darle sentido a su “(in)completud”; tampoco la exposición
tiene que darlo todo, es sano dejar que el espectador retorne, investigue,
trascienda las fronteras del “aura” luminosa que instiga a descifrar para conocer
a quien expone, y en ello acrecientan las percepciones del simbolismo de “la
ventana”, pero también del sugestivo y enigmático “No a la realidad” que permanece
incólume en la dimensión del desafío.
Muestra de Margarita Quesada en MBCCR. Vista de Sala Foto cortesía de MBCCR.
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