Sygmunt Bauman,
autor del pensamiento sobre el tiempo líquido –fallecido en enero de este mismo año
2017-, decía respecto a los refugiados o los migrantes que estos están en un
fuego cruzado, en un callejón sin salida, en un (des)territorio acosados por la
política, el hambre, la desocupación y la violencia. Pero hoy, aunque nos
encontremos disfrutando del calor de nuestra propio hogar, con el grado de
libertad y bienestar que esa condición nos ofrece, somos migrantes del saber, al
buscar estar (in)formados, nos desplazamos cada día por toda la Tierra y lo
hacemos por redes sociales e internet, a una velocidad inimaginable: encontrando
el video de una conferencia acá, un discurso al otro lado del planeta, un poema
portador de un extraordinario pensamiento allá; pero lo más tremendo de esta
paradoja y condición de migrar por las autopistas de lo virtual, es tener que enfrentarnos
tarde o temprano a la realidad -cuando en mi caso personal de habitante de la
periferia del Valle Central-, llegar al centro de la capital y aunque la
distancia sea corta, perdemos una hora treinta o una hora cuarenta y cinco
minutos, y así poder asistir a un evento, ver una exposición o tener una cita
personal para tomar un café y conversar; esto porque en el fondo de nuestra
realidad, y la de muchas ciudades y culturas del mundo, existe una noción
valle-centrada de la cultura, con fuertes zonas de confort pero también de
exclusión. Pero el asunto más pétreo, inamovible, o trivial del asunto es que
quisiéramos hacer todo a la velocidad de internet, sin embargo al hundirnos en la
realidad urbana contemporánea, entramos en crisis, estrés o frustración ante
las conductas sociales que nos aíslan y excluyen.
Yo lo veo así, hoy
existe una enorme competencia por ejemplo en las esferas del trabajo, y cuando nos
jubilamos, como en mi caso, somos marcados por el “ninguneo” de los sectores de
poder, que son los que se mantienen en los puestos hace unos años dejamos y que
incluso muchos fueron nuestros alumnos en las universidades donde trabajamos. Hoy
en día esa compleja noción de “movilidad’ produce e incrementa una “oligarquía
planetaria”, como la denomina Marc Augé, y marca una ampliación de la
espacialidad virtual, de la movilidad en el tiempo y el territorio que
supuestamente se hace con toda libertad, pero no es tal. El antropólogo francés
critica quedarse en esa construcción de la vida en la virtualidad, pues sería
puerta a otros males humanos tales como la crisis de la psique yo el
acomodamiento total; propone salirse y estar en el lugar para que se de la real
experiencia del aprendizaje.
Este fenómeno
de aprender a través de los espacios de la virtualidad, nos ocurre a nosotros
los latinoamericanos cuando estudiamos arte, nos convertimos en consumidores de
imágenes y videos, o vistos en páginas de los libros de historia del arte, pero
sin conocer los originales que se encuentran en los grandes museos. De alguna
manera la experiencia de ver fotos o videos distorsiona la percepción y cuando
conocemos la obra original a veces se experimenta sentimientos encontrados. Esta
crítica es real, ya lo mencionaba en la década de los años noventas el
historiador brasileño Frederico de Morais, en una entrevista que le practiqué
para publicar en la revista La FANAL, que publicaba en esos años como parte del
equipo de curaduría y documentación del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo
(MADC); Morais decía que en materia de apreciación “nada sustituye a la obra de
arte”.
La crítica de
Auge, es evitar ser “alienados por las tendencias de transculturización” al
sumergirnos en los diferentes estratos de información acerca de una determinada
cultura, objeto, tecnología, o producto. Yo diría que aquel sentido de
“calidad” que vislumbráramos a finales del siglo pasado, se disipó, o fue uno
de tantos espejismos de la modernidad líquida que hablaba Bauman; hoy no existe
tal nivel de vida; sin traer a colación otros males que aquejan la estructura
de esta sociedad actual y que tanto nos compungen: la violencia social que se
experimenta en el norte de Centro América y México, las remezones políticas
como el caso de Venezuela, los conflictos de las minorías y sus expectativas de
alcanzar la vida global pero entrando en vicios de exclusión e intolerancia o
racismo, xenofobia, e incluso hasta homofobia.
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