Los artistas visuales en tanto eternos
migrantes en búsqueda de lenguajes, encuadres, materiales, técnicas, modos de
expresión y comunicación con los demás, y lo que constituye propiedad,
añoranza, extrañamiento, territorio buscado, tierra prometida y custodiada por
tremendos gigantes, para apropiarse de esos límites deben vencerlos con actitud
titánica: la de hacer arte y producción cultural en tiempos de crisis. A veces los
artistas parecen hallar lo buscado, atravesar la frontera, sin embargo de
pronto todo se pone de nuevo cuesta arriba y deben abandonar lo conquistado,
pues se vuelve contra sí. Aquello que hacemos a la vez nos hace. Mucha de mi
reflexión la estimuló la lectura del texto de Zigmunt Bauman que pegó Rafael Ottón
Solís en el muro de entrada a su instalación, muestra “Bocaracá, La Serpiente
Dorada”, Galería Nacional, abierta hasta el 18 de mayo 2017, y por otro la
lectura del manifiesto crítico de Florencia Urbina, el cual discurre mediado
por la tecnología LED.
Rafael Ottón Solís, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Rafael Ottón Solís, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Cuando ingresé la primera vez a esa sala -la
noche de la inauguración-, hallé unas velas encendidas cuyos residuos cuajaban como
sabia del árbol de la sangre (el Crecenthia
cujete o el Crecenthia alata
conocido en el país como el jícaro), desperdigado en la cuadrícula del
pavimento, y una hermosísima fotografía de dicho territorio buscado y marcado
por el calzado de quien la engatilló; eran los suyos, los zapatos de Rafael
Otton, el artista y miembro de Bocaracá. La segunda vez que entré, en vez de
velas encendidas encontré a un grupo de estudiantes de la escuela de Artes de
la Universidad Nacional, pero con una llamarada sobre sus cabezas (como los
discípulos del taumaturgo galileo en Pentecostés), eran sus pensamientos
encendidos “a fuego cruzado”, en tanto que cada uno ahí sentado tenían la tarea
de construir su propia interpretación de esos rastros del migrante en la penumbra
bajo la sombra de los árboles en la montaña o entre las aguas, como la profundidad
de aquella fotografía y la pluralidad de matices de las tantas flamas consumidas
en el entramado del sitio.
Florencia Urbina, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Esta fue la segunda ocasión que visité la
muestra, la primera y como suele suceder, no vi mucho al caminar entre tanta
gente que, como expresa Urbina “llegan a lucirse, a comer o a beber vino”;
aspecto que me recordó la práctica de sentir el arte, de conectarse a esas
vibraciones puesta por el artista en sus pensamientos, en esos silbidos, abucheos
o aplausos que cuajaron en la piel de la obra y por ende en nuestra propia piel
de espectadores al estar a solas y en silencio, sentados meditando -como a unos
pasos de ahí lo hacían aquellos chicos intentando entablar o descifrar la
comunicación, si se puede llamar así a esa experiencia cuando el observador y
la obra se entienden, y cuaja algo entre sí, en ese ir y venir de la mirada y
la lectura de las aguas del río del arte.
Precisamente ingresé a sentir la propuesta de Florencia Urbina “Whistle Blower”, constituida por una pintura de personajes a
su estilo de trazo, encuadre y tratamiento, tanto como el manejo simbólico del color,
pero lo que más me provocó, en lo que clavé la mirada fue al darme vuelta y estar
delante de aquellas frases en el pasamensajes LED, que corrían como el
segundero del reloj, frases que buscaban golpear a contrapelo de la provocación,
del cuestionamiento, obligándome a preguntarme en cuál calzábamos como
espectadores, o en mi caso como comentarista de la muestra, indagando cuál daba
en el punto certero, y comprendí esa fogosidad de la artista desde su práctica
artística, desde su posición como creadora y mujer, a quien consideré como andar
con una “piedrita en el zapato”; ella cuestiona y esta vez la percibí con mayor
fuerza, con mucho más insistencia de confrontarnos a esas situaciones de la
vida diaria -política, sociedad, educación, cultura, creencias-, posicionamientos
y reveses de nuestra manera de ser e idiosincrasia, y mucho más que eso en
tanto atañen a la comprensión personal del fenómeno artístico contemporáneo el
cual se nutre de todos esos discursos.
Mario Maffioli. muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
De inmediato entré en la sala de fondo donde
exhibe Mario Maffioli un conjunto de pinturas de esos pájaros negros que
llamamos “sanates”, y que sin serlo, parecen “buitres” (como los agresores que
se comen las semillas en los sembradíos, como los usureros que inflan sus arcas
a costa del humilde, entre otros matices de interpretación). Y recordé el film
de suspenso dirigido por Alfred Hitchcock, “Los pájaros”, 1963, que me alejó
del sueño la noche que lo vi en tanto que mis emociones se vieron encabritadas
por el terror, cuando la naturaleza se vuelve contra nosotros, y nos parece
estar delante de aquellas pinturas orientales donde ésta es enorme y los
humanos diminutos; precisamente recordé una de las charlas de don Paco
Amighetti hablando de la pintura china y japonesa, perpetuando a dicha
naturaleza que evoca y respeta. De manera que al apreciar toda aquella
cromática de los acrílicos multicolores y bulliciosos, de las texturas y gestos
gelatinosos pintados por Maffioli, yo en cambio elegí una pieza, la mas sobria,
titulada “Asecho”, de arenosos grises y renegridos gestos desdibujados por
aquella tensión y la violencia con que suele agredirnos la madre de todos ante nuestros
propios ensañamientos contra ella, y de nuevo me senté en silencio a “meterme”
con aquel cuadro, solo así podía captar sus vibraciones y sentido profundo, sentir
el no-tiempo o noción atemporal o sin métrica, ni mayor prisa que presenciar
los pájaros y el rumor del miedo.
Miguel Hernández, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Por ahí ingresé también a apreciar aquellos
signos humeantes de Miguel Hernández, de otras aves, de otras contingencias y otros
trazos hechos en este caso con el carbón del humo, con la destreza del maestro dentro
de un sentido compositivo intensificado en el punto ampliado al máximo, o de la
oquedad reducida al mínimo atravesando la dimensión del negro y el blanco. Otra
poesía, otra luz, otra vibración emanada del silencio. La visita a esta sala me
sumió en otra reflexión acerca del significado de un relato de un granjero que
perdió el reloj el cual guardaba gran valor sentimental; luego de revolcar el
heno buscándolo sin encontrarlo, llamó a unos chiquillos que corrían por el
campo, y al ofrecerles la recompensa con algarabía entraron revolcando hasta el
mínimo centímetro cuadrado del lugar, pero sin éxito. Finalmente se percató que
uno de los chicos se había quedado afuera, y lo invitó a buscar su reloj.
Pasados algunos minutos vio salir al muchacho con la preciado prenda, increpándolo
para que le dijera cómo la había hallado; el chico relató entonces que se sentó
a solas en medio del granero, y al estar en silencio fue que escuchó a unos
pasos las pulsaciones de aquel tic tac.
Pedro Arrieta, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Leonel Hernández, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Al subir a las salas del segundo nivel me
encontré con las pinturas de dos miembros ya fallecidos del grupo, Pedro
Arrieta y Leonel Hernández. Del primero aprecié los paisajes simbólico de
tectónicas, atmósferas cromáticas y composiciones elaboradas por capas
superpuestas como en la deriva. Por otro aprecié los personajes del segundo, en
síntesis donde en espacios neutros pervive el gesto humano, la fuerza de una
raza que este artista catapultó a los escenarios del arte, como aquel dibujo de
la señora Robinson sentada quizás en el corredor de su casa con la mirada
puesta en el pasar el tiempo, con todo y sus contradicciones y contingencias
intrínsecas.
Roberto Lizano, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Siguiendo mi andanza por las salas de la
Galería Nacional hallé el arte de Roberto Lizano, siempre vivaz, creativo,
imaginativo, jocoso, juguetón, buscando en cosas sencillas grandes
oportunidades para expresar lo que emprende cada día de su búsqueda, como los
papeles cortados cuyas estructuras multiplican y se convierten en nuevos muros
para la expresión y deleitar al visitante al museo con sus sugerencias con un
punto, una línea y/o un plano, activando en nuestra memoria al arte de los maestros
del inicios del siglo anterior, o los retratos de personajes que quizás en
algún momento del día él se topó en las vías de la urbe, esos espacios del
anonimato o no lugares tal y como apreciara Marc Augé, por las cuales merodea Lizano
captando imágenes, rasgos y miradas.
Luis Chacón, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
De Luis Chacón me encontré con dos salas
afinadas por los lenguajes del tiempo, pero no del reloj sino el atmosférico,
el de todos los días: el cálido de la luces amarillo-naranjas, ocres, dorados y
rojos bermellones pintados en unos papeles tratados con sus técnicas
acostumbradas de pringados y chorretes, y el otro hacia los fríos azules y
grises violáceos encausados e intensificados por los Leds con que se permitió
afectar el espacio expositivo, con transparencias, sombras y reflejos que
proyectaban además la geometría de esos formatos. He referido en este texto al
reloj y su métrica o no-métrica temporal, al designio insospechado de la
muerte, al sentido del silencio, al escuchar y reflexionar, a la provocación y
al desahogo ante las contingencias del vivir actual. Estas dos instalaciones de
Chacón afectan nuestras percepciones en tanto que estimulan el espacio, la
sensorialidad, las rugosidades donde se graba la memoria, las transparencias,
el uso del color para estimular las sinestesias y clavar la espinita de la duda
de si en arte se puede dar aún un algo más.
Ana Isabel Martén, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Los “Ecosistemas de Cristal” de Ana Isabel
Martén son dos videos elaborados a partir de construcciones virtuales y
animaciones de sólidos geométricos básicos, con sus procesos obtenidos por
cortes e intersecciones rotatorias en el espacio, con otras nociones temporales
o atemporales pero que filtran hacia connotaciones como lo ecológico y la vida
de los sistemas simbólicos.
Fabio Herrera, muestra Bocaracá: La Serpiente Dorada.
Al fondo en esa gran sala del segundo piso,
Fabio Herrera demuestra sus tantos talentos de pintor de grandes y anchos trazos
y planos de color en grandes formatos, de sensibles timbres y contrastes. En
particular me ancló su pieza “La muerte es la única socialista que tenemos. Una
para cada uno”. Se trata de una pieza y planteamiento cargado de enigmas, de
suspenso y quizás hasta terror -como el recordado filme de Hitchcock o como la muerte de Pedro y
Leonel que aún extrañamos-, ahí divagan esas muecas de trazo negro, me recuerdan
el festín de la santa muerte de Posada, los trazos de un Basquiat, de Penck, y
de ese Herrera que no acaba nunca de sorprender.
Ya para terminar con mi comentario diría que
ese cruce de miradas entre las salas atrajo a mis evocaciones al grupo entero
de Bocaracá años atrás, quizás el mismo reunido en torno a la muestra en los Museos
del Banco Central curado por Ileana Alvarado (1988-2003), o aquel que años
antes impulsó el crítico y poeta norteamericano Ricardo Pau-Llosa. Volví a
lanzar mi mirada hacia ese espacio a oscuras, como forzando a mis ideas a
comprender al artista, al eterno refugiado y al desplazado por el azar de la
deriva en su búsqueda por las aguas del río que lo llevan hacia donde él no
sabe, pero que tampoco nadie lo sabe, pues si supiéramos a dónde nos conduce,
por lo menos en mi caso personal yo doblaría en la primera esquina para
consumirme de nuevo en las aguas de la incertidumbre de tal deriva del arte. Por
lo general afirmo que no confío en lo que se, en tanto es cambiante, y cuando
advierto certeza de algo se envuelve en otro desafío que termina por
desestabilizarme, así es la vida del migrante, quien va sin reloj, sin brújula,
sin mapa del camino para así descubrir y aprender siempre.
Tal y como aprecié en un anterior comentario
que publiqué en mi blog Árbol de Miradas, es importante que los museos se den
la mano entre sí, y que muestras como esta circulen, lleguen a más espacios que
los usuales, como el Museo Municipal de Cartago, el Museo de San Ramón y en otras
provincias fuera de los circuitos capitalcentristas, para aumentar las miradas,
las voces, las visiones y lo que se devuelve venga nutrido por la experiencia
de visitar un museo e intentar comprender los contenidos de las muestras. Quizás
para concluir con este comentario, el cual me tomó tiempo en decidirme a
escribirlo, delante de la presiones de la actualidad, pero llegué de nuevo a la
Galería Nacional a recorrer sus salas y a sentarme en silencio, sin reloj, sin
celular, sin insistencias, y creo que aprecié la muestra de manera diferente. Me
puse en modo de auto-reclamo y retorné, como vuelve el día después de la noche,
de la cavilación en la fría madrugada cuando apenas asoma el sol y enciende los
motores de quien migra. La serpiente, amarilla, ocre, dorada, a pesar de las
críticas, a pesar de las bajas o de miembros que se fueron y la muerte, como se
afirma en los decires populares: está vivita y coleando.
Le invito a visitar mi exposición en en el Centro de Patrimonio Cultural en Avenida Central frente a la Librería Lehman. Es un espacio fuera de lo usual, accesible a todo el público del país y perfecto para cuadros de grande formato como los que expongo ahí durante todo el mes de mayo. Me encantaría oir sus comentarios al respeto.
ResponderEliminarDeirdre Hyde