El
espacio que nunca existió, propuesta expositiva de Verónica Alfaro Rodríguez,
Roger Muñoz Rivas y Miguel Solórzano Quirós, en El Tanque del MADC del 15 de
junio al 13 de setiembre 2017, curada por Adriana Collado.
Escenografía
o no de la narrativa costarricense de mediados del siglo pasado –tal y como
comenta la curadora al referirse a “La Ruta de su Evasión” (1948), una novela de
Yolanda Oreamuno referenciada por estos tres artistas-, quienes idearon esos constructos
interiores hechos en madera y otros productos actuales quizás (des)articulados
según las exigencias y los códigos operativos para la construcción civil, pero
que son una realidad para muchas familias del área periférica metropolitana al
intentar solucionar sus problemas para tener, no hablo de vivienda, sino un
“habitáculo” o lo que puede ser sinónimo de “nido”, levantado por lo general en
precario, y que con el paso del tiempo mutan a partir de la energía existencial
puesta por, en tanto “moradores, quienes quitan o ponen según las posibilidades
de sus “economías”, lo cual es tendencia de la construcción suburbana: crecer de
manera informal, como crecen también las carencias de servicios básicos, levantando
paredes por donde no corre el aire o la sofocación es un signo que pesa como el
acero del tanque, ante la aplastante e inhumana carencia de vivienda: eso sin
hablar de las amenazas de terrenos inestables o las crecidas de los caños en
una ciudad tan informal como sus soluciones.
El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ
Los
usuarios de esta realidad no conocen el vocablo edificar, pues el verbo implica
un sistema legal para tener una casa de habitación, ellos simplemente levantan
a como les de el bolsillo y la posibilidad de protegerse ante la intemperie. Y repito
“economías”, pues para tener esa solución muchos se someten a las economías
usureras, a los prestamistas corruptos así como a otras maneras de solventar
los recursos prestados, pero cuya amortización no deja de ser aplastante así
como la realidad cuando al habitarlos, esas mamparas se resquebrajan y caen; ejemplos
que nos informan todos los días los medios de comunicación. La adopción o no de
ese modelo de autoconstrucción, en ese caso ideado por estos jóvenes artistas para
ilustrar lo circundante en las barriadas periféricas o en las cuarterías de
algunas zonas de la capital u otras periferias del casco valle-central, parte
de un dibujo incierto en su imaginario simbólico dentro del otrora contenedor
de líquidos que hoy, su goteo asimila la creatividad la cual fluye en el
laboratorio de las ideas, tal y como prometió ser ese espacio de intención
crítica dentro de las expectativas del programa expositivo del Museo.
El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ
La
actitud de construir y/o destruir me sugiere la vida de todos y a la medida de
todos, la cual atiza el instinto de vivenciar un cotidiano que se asimila con
un depósito de materiales y las formas de tratarlos, y de lo cual sin
distinción de nivel o calidad nos servimos todos al habitar, son vectores
sociales y culturales portadores de sus propias contingencias y que nos afectan,
como aquel decir de los sociólogos de que lo actuado tanto como lo hecho
dependen de nuestra grandilocuente capacidad de visionar o su contrario, la
mediocridad, es portador de mi propia impronta, nos hace y modela nuestra conducta
social. ¡Tremenda percepción! Será esa necesidad interior de hacer crecer el
cascarón donde anidamos la existencia, pero que llegados a cierta edad, a
cierta condición social, ese cascarón nos apertrecha pero no nos deja respirar,
nos impide ser, y el constructo, como el de un “transformer”, se abren noventa
o ciento ochenta grados, se desdobla y proyecta hacia las distintas direcciones
cósmicas, creando ese recorrido inhabitable donde la meta es llegar a detenerse
delante del monstruo, el verdugo quien traiciona nuestras aspiraciones de
habitantes actuales hiriendo de paso nuestra espiritualidad, vendiéndola una y
otra vez a la estructura social (la mejor postor) que ya casi no nos sostiene y
se viene abajo.
El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ
El proyecto
El Tanque, dedicado a proyectos creativos y a la idea de estar en proceso,
posee un doble reto: uno para el o los artistas tanto como otro para los
espectadores, quienes debemos hacer una lectura más allá de lo que se anuncia,
se cuelga en FB, o publica la curadora en el brochure de la expo. A mi, en
particular, el desafío me sume en la evocación de aquellas laberínticas paredes
de esas instalaciones de lo que fue la antigua fábrica de licores FANAL hoy
MADC, que me transportan a una estación sitiada en la memoria, con el rumor de
la máquina de vapor, las tuberías olientes a “guaro”, o como los trazos
ferroviarios de una sociedad en expansión en aquella experimentada por la
máquina y la industrialización del siglo diecinueve y veinte. Será que penetramos
al interior de una pesadilla donde avistamos un territorio inexistente, o que
no fue, como la novela o la narrativa que nos hala hacia el vientre o hacia el
útero donde encontrar quizás aquello que puede paliar las dolencias que provoca
aferrarse a la vida actual con tantas contradicciones y vicisitudes, y que nos
devuelven hacia el habitáculo donde mora el ignoto verdugo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario