En “El
Tanque, Laboratorio de Ideas” del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo MADC, muestra
curada por Daniel Soto, presenta una propuesta más en ese intenso y singular
espacio del museo, en el cual nos sumimos a evidenciar la fuerza de los
sentidos perceptivos: el tacto que además de advertir lo abrupto del paso de un
clima templado hacia el desmedido calor del vientre de aquel enorme contenedor
metálico (tanque de agua de la antigua FANAL -Fábrica Nacional de Licores);
además del visual, el cual contempla el sumergir en las aguas dos materiales
similares pero disímiles, como el lodo o tierra y el lastre o arena, para ser
observados por la artista y por las miradas juiciosas de quienes ingresamos al
sitio instigados por el título del proyecto: “Afectaciones sobre un sujeto
matérico”. Pero además la acción de entrar al contenedor implica al oído, que
advierte reverberaciones y vibraciones sónicas del líquido excitado por una
proyección sobre las paredes curvas de hierro negro, y las sinestesias que
también se hacen sentir en el paladar, con un sabor herrumbroso, ante la
(in)consciencia del sondeo llevado al grado de afectación, prueba del pathos vivenciado
al sumirnos de nuevo en lo profundo, como si bajásemos al centro terrestre
conducidos por un único rayo de luz solar, cuando tal y como ocurre en aquel
poema del hermetista italiano Salvatore Quiasimodo: “de repente se hace noche”;
al igual que sucede en la vida, cuando desaparece el objeto que nos contrista,
y mantiene en purga, no sabemos de qué manera actuar o asumir esas nuevas
contingencias, nos perdemos en tal grado de libertad.
Espacio El Tanque del MADC. Foto LFQ.
Espacio exterior del Tanque. Foto LFQ
Dos contenedores con materias. Foto A. Artavia cortesía del MADC.
Laboratorio
de ideas
Desde
su posición de creadora contemporánea, Barquero Pérez, como si fuese una
aplicada científica de lo actual, observa al sujeto de sus investigaciones
ahora expuesto al público, y nos interroga implicándose también a sí misma ¿cómo
puede ser afectado un objeto artístico desde sus condiciones materiales,
ambientales, físicas, químicas?, y quizás el centro de su cuestionamiento sería
advertir ¿cuándo, cómo, o en qué grado nosotros los espectadores de su obra
emergimos emocionalmente afectados por la dimensión de su propuesta? Tremenda
la percepción de esta joven mujer de las artes costarricenses, quien desde hace
tiempos viene cuajando en sus búsquedas, el significado de esas
transformaciones de los materiales ante lo atmosférico, lo telúrico, o el humo
benzínico que sube a la estratosfera ocasionado por el tránsito vehicular,
también desmedido, así mismo por los gases industriales provocadores de la
sensación asfixiante, pero ahora, al sumirnos en el vientre de “El Tanque”, del
“Laboratorio de Ideas”, nos sume a nosotros en esa experiencia emocional de
entrar, como se dijo, quizás al útero del mundo, para advertir desde esa cálida
oscuridad el fluir de los líquidos, y el batir del gran corazón de la Tierra, o
ese lodo que se aísla en dos territorios insulares dispuestos diagonalmente
opuestos dentro de una caja de acrílico, para esperar qué sucede, cuáles
mutaciones de sus orígenes experimentará, o qué nuevas lecturas provocará en el
espectador. Esta parte me interesa mucho observar, y como visité esta propuesta
acompañado por el sabio Moyo Coyatzin, su primera reacción fue nombrar
L’atlÁntis’, aquella metáfora sobre el continente perdido, el cual Platón
enunció desde sus diálogos, y cuya (in)existencia aún es ente de confrontación
en los estratos intelectuales y académicos de la contemporaneidad, donde
engulle el filoso antagonismo de la incertidumbre, de una memoria borrosa o (des)memoria,
como tanto ocurre en esta sociedad actual.
Espacio exterior del Tanque. Foto LFQ
Espacio exterior del Tanque. Foto LFQ
Espacio exterior del Tanque. Foto LFQ
Espacio interior de El Tanque. Foto A. Artavia cortesía del MADC.
Preámbulo
de Afectación
Quisiera
decir además que en el preámbulo de esta instalación, en la acción cotidiana de
abrir el portón de acceso, encender el aparato proyector del video, y las luces
esas que iluminan el texto del curador, por lo tanto acción de entrar y salir
de esta muestra, cuyo rótulo de pared se dispuso y luce yuxtapuesto a un
mecanismo que medía la nivelación de los líquidos en lo que fuera un día ya
lejano el tanque de la FANAL, es un sitio también para contemplar, no solo esos
dos contenedores con materias orgánicas dispuestas bajo las fuertes condiciones
ambientales: rayos de luz solar, viento, lluvia, contaminación urbana, y dije
“contemplación” en tanto intervienen otros signos de deterioro, como los hongos
de las paredes cuyas texturas parecen cartografías, y donde se aprecian
residuos de una instalación de Otto Apuy en la Pila de la Melaza para la
muestra Instalomesótica 1998, unos troncos quemados renegridos suman al
carácter de la propuesta, como si fueran mapas de navegación de la barca de
nuestra imaginación para buscar el sueño de la Atlántida, el árbol del Dorado,
la ilusión del Aztlán, sin que quiera referenciar los enigmas del ayer que
pueblan nuestros territorios del istmo, lo que un día Virginia Pérez-Ratton
llamó además “Estrecho Dudoso” 2006. Por ello es que me atrevo a afirmar las
fortalezas de la muestra, cuando motiva a otras lecturas, dispone a ampliar el
radio de la subjetividad para emerger muy complacidos por la experiencia de
estar en la propuesta de Diana Barquero en el MADC.
Espacio interior de El Tanque. Foto A. Artavia cortesía del MADC.
Espacio interior de El Tanque. Foto A. Artavia cortesía del MADC.
Espacio interior de El Tanque. Foto A. Artavia cortesía del MADC.
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