Comentario del Segundo Salón Nacional de Artes Visuales 2019, convocado cada dos años por el Museo de Arte Costarricense; edición abierta del 16 de mayo al 30 de agosto del año en curso.
(Primero que todo explico que vuelvo a retomar el espacio de Árbol de Miradas, blog personal de comentarios de arte, caracterizado por textos en proceso, revisados y sintetizados para publicar en Wall Street International Magazine, u otros sitios de discusión del pensamiento y crítica).
Vaya sorpresa nos llevamos al ingresar a la sala principal del Museo de Arte Costarricense (MAC), para apreciar lo expuesto producto de la convocatoria al Salón Nacional de Artes Visuales 2019. Un evento de muy amplia participación, cuando trasciende que acudieron más de trescientas veinte piezas, y fueron seleccionadas 41 obras, de 32 artistas connacionales provenientes de los cuatro puntos cardinales del país, propuestas validadas por un jurado internacional conformado por Caroll Yasky de Chile, Choghakate Kazarian de Francia, y Juliana Gontijo de Brasil.
Y digo sorpresa, en tanto al examinar el contenido de los galardonados, y en particular en medios bidimensionales, que fue premiado un retrato al óleo, un género casi desaparecido del medio visual costarricense muchos años atrás, y que impulsaron pintores como Enrique Echandi, Luisa González de Sáenz, Gonzalo Morales (padre e hijo), entre otros. Entonces, uno se pregunta, qué nos quieren dar a entender el jurado con esta designación, cuando en esta edición abunda la pintura, e incluso fueron escogidas dos acuarelas de paisaje de Adrián Valenciano, una técnica que aunque en el medio local posee protagonismo, no alcanza a ser punta de lanza dentro de los discursos de lo contemporáneo.
Esa singularidad me motivó a devolverme a releer las bases del certamen, en el párrafo en el cualrefiere a la convergencia de lenguajes: “El Salón, se planteó como un espacio de visibilización y valorización de las prácticas artísticas actuales en nuestro país. Permite a la vez tener una visión global de la producción nacional en el campo de las artes visuales, en un momento de convergencia de fórmulas tradicionales, modernas, contemporáneas e híbridas en la creación y conceptualización de las artes visuales”. (MAC. Bases del Salón 2019).
Ruth Bonilla, “Retrato del Padre”, óleo, 2018
¿Un giro del MAC?
Importa afirmar, que, el evento representa un punto de inflexión en el derrotero marcado por el arte costarricense actual, pues, si bien recuerdo en los Salones de los años setenta, cuando se realizaban en el Museo Nacional, los premios ya apuntaban hacia resonancias referenciales de las vanguardias, principalmente de los sesenta.
El de 1974, fue premiada una mixta de Gerardo González, “No hay pescado”, 1974, que aludía a la crisis climática que ya afectaba en esas décadas a los pescadores del golfo de Nicoya. El premio 1977, otorgado a Rafael Ottón Solís, “Al Norte con Nicaragua”, fue aun más provocativo al abastecer una vertiente de las manifestaciones del arte político, que no tenía precedentes en el medio local, y utilizaba materiales muy disímiles dentro de las facturas artísticas, cuando las técnicas premiadas eran el óleo, la acuarela, la escultura, y el grabado. La fotografía apareció en la edición de 1993, en el Salón Nacional de Fotografía Gómez Miralles, 1993, ganado por Giorgio Timms con “Alajuela 1986”; y el Premio Nacional del Salón de Dibujo Dinorah Bolandi, galardonó al artista cartaginés Jorge Koky Valverde (QEPD).
Que el Salón 2019, premie un retrato tan singular, nos lleva a revisar los planteamientos y misión del museo actual, como un tablero del ahedrez donde intrincan las tácticas de la batalla, terreno para regenerar lenguajes y discursos, que concurra a sus espacios la confrontación, el debate y valorización de las prácticas artísticas. Ese mapeo engloba desde los pilares que sostienen nuestra cultura, tan matizada por la diversidad, hasta las más resientes manifestaciones, y repito lo establecido por la convocatoria: “En un momento de convergencia de fórmulas tradicionales, modernas, contemporáneas e híbridas en la creación y conceptualización de las artes visuales”.
Ana Victoria Murillo, “Ofrenda a la feminidad I y Ofrenda a la feminidad II”, cerámica, 2019.
Wilson Ilama “Campo de entrenamiento para soles fracasados”, 2019,
Desasociego y gozo
Aunque en mi caso personal, esa pintura premiada no es el carácter del arte de mi predilección, y me provoca sentimientos encontrados, se trata de un personaje muy sombrío pintado por Ruth Bonilla, “Retrato del Padre”, óleo, 2018, poseedor de una mirada que engulle a meditar acerca de la realidad de muchos individuos afectados por el pathosde la urbe contemporánea, los migrantes, los vendedores ambulantes, los alcohólicos y drogadictos, realidad que detenta con sus monstruos, e impactados por las contingencias: Argumenta la deshumanización que implica el poder, (el marketing), que desplaza a otros estados a las personas que no aparecen en la categoría de consumidores en los monitores del comercio, ya no solo nacional, si no internacional.
Estos y otros pensamientos surcaron mi conciencia crítica, sumado a que dentro de los seleccionados se exhibe mucha pintura de las cuales algunas podríamos calificar de “costumbristas”, y me pregunto ¿sí esa tendencia del “populismo político”, podrían tocar también los terrenos ya escabrosos del arte costarricense?
Examinando lo ocurrido en el pasado Salón de 2017, la designación en la categoría bidimensional distinguió a Sara Mata, por su importante fotografía digital “Trópico para llevar”, 2017. Se premió a Luciano Goizueta por su trabajo “The American Home”, 2017. Javier Calvo obtuvo el Premio Tridimensional por “Águila”, 2017, reinterpretación de un monumento nazi construído en la cuesta del fierro de Tres Ríos en 1939; propuesta álgida en tanto despertó sentimientos antinazis y acaloradas propuestas en redes. Evoco también latela de Fabrizio Arrieta, “Paisaje Costarricense”, 2017, entre otras obras que calaban el conceptualismo y expresiones de punta. Se premio además, en ese Salón 2017, a José Sancho con una Mención Honoríca por sus esculturas “Tecolote blanco y Sotemeyes”.
Stefanny Carvajal, “Confesión IV”, 2019.
Marcela Araya. “Paisajes itinerantes”, “quiltings” de plásticos, 2019.
Ahora, para la edición 2019, ese carácter del arte contemporáneo es el menos, dentro de tanta pintura, tampoco se aprecia la fotografía, y hay poca instalación, tan solo evoco a dos poéticos e intimistas cuadernos, testimonios escritos y cosidos a mano por Stefanny Carvajal, “Confesión IV”, que abordan las posiciones beligerantes de las artistas, y “Leyéndome”, de Irene Calderón Fernández con dos pinturas muy contemporáneas por su tratamiento del color y el plano, dando una mirada cuestionantes a las situaciones actuales de género.
En la sala adjunta al salón prinicipal se aprecia “Paisajes itinerantes”, “quiltings” de plásticos, 2019, de Marcela Araya, montaje que requería un mayor espacio para ese globo tan cargado de provocación y emocionalidad. La propuesta de Alessandro Valerio connota un discurso cecano a lo “Povera”: “Maíz pujagua”, montaje en pared, 2019, que propone observar el material natural ensortijado con el paso del tiempo. También en la zona del conceptualismo duro, se aprecia una única instalación, la de Oscar Figueroa y Jeffry Ulate, “Avistamientos”, 2019.
Caminando entre las salas y deteniéndome a observar lo que era más acorde con mis deseos de apreciar diversidad, y asintiendo en mi percepción de que el arte actual nos sume como en una reyerta, me intrigó profundamente aquel monstruo de vaca, no de dos cabezas pero sí de dos rabos, pintada por Andrés Murillo Morales, “Obit anus, abit onu”, 2019, óleo sobre tela, 250 x 188 cms, abominable contradicción transitando por una de las avenidas más congestionadas de la capital, aseveración de que el tránsito vehicular es eso, una bestia que defeca donde menos se espera; pero, y sin embargo, en el cristal de mi percepción vuelve a avistarse a otra “bestia”, la del mercado.
Alessandro Valerio “Maíz pujagua”, montaje en pared, 2019. Foto cortesía del artista.
En otrra de las salas adyacentes, se exhibe una pieza torneada en cacao puro, que me detuvo a examinar su gracia, “Forma oral”, 2019, de Juan José Alfaro, y “Augusto”, de Susan Rojas Corrales, una deconstrucción diédrica del cubo o exaedro platónico, en concreto armado con molde de madera, 2019. Esta escultura de Rojas evoca el poder hegemónico de los césares romanos, que hoy se traduce al lenguaje moderno, pero siempre es un trono y aunque en alto grado de abstracción geométrica tridimensional, atiza el fuego que afecta a nuestras tan escuálida economía nacional, ante el despliegue publicitario de las grandes cadenas comerciales que extienden sus tiendas en los mega-malls, lo cual, tal y como los llamaría Mark Auge, “son no lugares o sitios del anonimato”, y territorialidades cargadas de complejas nociones neohegemónicas y de la precariedad de lo actual.
Susan Rojas Corrales. “Augusto”, 2019. escultura.
Juan José Alfaro. “Forma oral”, 2019.
En la categoría Tridimensional fue premiada Ana Victoria Murillo, por “Ofrenda a la feminidad I y Ofrenda a la feminidad II”, cerámica, 2019. Tal y como señalan las jurados en el acta de premiación, “evocan una corporalidad ancestral y terrenal”. Comento que me gusta eso de “ancestral”, pues en tanto son arcilla, tierra y agua, un cariz de nuestras culturas originarias, puede que graviten en un discurso de descolonización, son visiones rebeldes, juguetonas y hasta sensuales. Cito de nuevo el acta de premiación respecto a las piezas de esta ceramista:
“La calidez nutritivade las mamas es combinada con el salvajismo amenazante de su multiplicación. Unaambigüedad inquietante se presenta entre lo animal y lo humano, a lo cual se suma laimprecisión de la funcionalidad de las obras. Tanto la materialidad y la técnica empleada como la iconografía, transmiten con gran fuerza una dimensión atemporal significativa”.(MAC. Acta del Jurados Salón 2019)
La propuesta ganadora de Medios Múltiples, el videoarte de Wilson Ilama “Campo de entrenamiento para soles fracasados”, 2019, utilizo sus propias palabras escritas en el statement presentado al jurado: “pertenece a una investigación que reflexiona sobre la articulación del paisaje como fenómeno sensorial, y las problemáticas existencial e introspectivo que siempre busco en el estudio de mi entorno".
Ese giro circular o contínuumen el video de Ilama, del eterno retorno, sugiere la vida, el cotidiano, el enfrentamiento de tensiones vivenciales donde cada quien pone una huella, y que son avistadas por el pensamiento crítico del artista. Suma a los medios audiovisuales la pieza de Johan Phillips, “Ruta 32”, 2018-2019, la cual revisa la construcción de nuestra nacionalidad en una perspectiva de imáginas fijas con un desfile de frases que fijan nuestra historia. También se expone a Luciano Goizueta, con “Colección de ahoras”, 2019.
Andrés Murillo Morales, “Obit anus, abit onu”, 2019, óleo sobre tela, 250 x 188 cms.
Examinar reacciones
Quizás que mi reacción inmediata y que manifesté en un posteo en mi muro de FB, es que, aunque salí tan confundido de como entré, afectado por el signo fiero de la incertidumbre -aunque a menudo lo acoto como positivo que exista como antagonista-, es que en lo expuesto hay gran variedad, contrasta y sacude lo que estamos acostumbrados a ver en estos eventos. No es quizás lo que yo quería ver, ni cuadra con mis saberes, y eso me remueve el piso. Transparentándolo con lo que exhiben otros museos como contemporáneo, cuando mucho de ese arte ha caído en el facilismo y fórmula degradadas en lo banal, o la alocada referencialidad para agradar a los jueces o curadores, estas propuestas montadas en el MAC abren un signo de interrogación, que no es para menos, pues pudiera ocurrir mucho más, y esa esperanza pre-cognitiva, hace girar y dirigir las antenas del presente hacia el futuro.
Qué bueno que nos cuestionemos el quehacer de nuestras prácticas, ante una noción de la realidad tan afectada por la crisis, y de que mucho del público cercano a las artes, quien adquiría obra para sus colecciones privadas, hoy nos dan la espalda, y el enemigo (el marketing y el filibusterismo moderno), es un monstruo de dos cabezas o dos rabos, que nos ningunea y pretende hacernos creer que no somos nada, como dije, si nuestras cuentas no aparecen en sus numerales del consumismo acelerado.
Que importante es reflexionar sobre estas problemáticas y que el MAC de crédito a las tantas preocupaciones de los artistas locales, que muchos la estamos pasando mal, y muchos nos sentimos borrados del mapa.
Illama, nuevamente nos trae luz al respecto: “Más allá del paisaje como un género artístico, la reflexión de este trabajo coloca en un solo plano un abordaje lúdico e irónico de la realidad costarricense, utilizando un actor -como el paisaje- que pasa desapercibido por sus máscaras bellas y sublimes, pero que, resulta un vehículo viable para entablar discursos con nuestro entorno -no topográfico-“.
Fueron seleccionados los artistas:
Adrián Valenciano, Marina #53, y Paisaje Rural y Paisaje Rural #43, 2019. José Alejandro Robles, El conejo que siguen los perros no es conejo, 2019. Pía Jimena Chavarría, Usted y yo, 2018. Arturo Sánchez, Vuelo Gandoca, 2018. Susan Rojas, Augusto, 2019. Irene Calderón, Todo sobre la mesa, y Leyéndome, 2018. Juan Carlos Ruiz, Descansa sobre la floresta, y, A lo lejos, 2018. Héctor Esteban Granados, Homenaje, 2019. Valeria Fioroni, Interestelar, 2018. Felipe Martínez, Ideario II, 2019.Juan Carlos Herrera, Estudio de autorretrato 1.1 y 1.2 Yo (no) soy Batman, 2018, Karen Olsen, Autorretrato, 2018. Jonathan Rodríguez, En construcción (Josué Delgado), y, Ojos de vidrio (Raúl Abarca), 2018. Allen Rojas, Mirada y expectativa, 2019, y, El relato de Cuasrán, 2019. Alessandro Valerio, Maíz Pujagua, 2019. Johan Phillips, Ruta 32, 2018-2019 y Luciano Goizueta. Jeffry Ulate y Oscar Figueroa, Avivamientos, 2019. Eduardo Rojas Lizano, América – Colonos / África – Coltán, 2019. Ruth Bonilla, Retrato de padre, 2018. Ana Victoria Murillo, Ofrenda a la feminidad I, y, Ofrenda a la feminidad II, 2019. Luciano Goizueta, Colección de ahoras, 2019. Estefanny Carvajal, Confesión de una hermana mayor, y, Confesión IV, 2019. Marcela Araya, Paisaje I, y, Paisaje II, 2019. José Miguel Rosales, Pornodiario, Objeto, 2019. Gabriel Riggioni, Libélula y viejillos con anteojos, 2019. Andrés Murillo, Obit anus, abit onu, 2019. Wilson Ilama, Campo de entrenamiento para soles fracasados, 2018. Daniela Acuña, Estudios de Gesto, 2017. Alonso Umaña, 72 ensayos de la memoria espacial, 2017. Juan José Alfaro, Forma Oral, 2019. Ivanna Yujimets, Qué calor hará sin vos en verano, 2019.
Irene Calderón. Leyéndome, pintura, 2018.
Reflexión final
En los años noventa del siglo anterior, se hablaba de que, para alcanzar armonía en la estructura social era importante considerar todos los componentes, que, si uno solo faltara o se discriminara, lo resentiría todo el sistema (una visión de la TGS). Hoy, me parece que se cumple esa expectativa, fueron consideradas como dije, no solo géneros como el paisaje, sino tendencias, como el exotismo, el costumbrismo, el surrealismo, el naif, y cada pieza expuesta posee una voz, que será escuchada en la medida de silenciar el rumor de fondo, el de la sociedad: La ciudad, con detonantes como la economía, la política, las tensiones sociales en el área tales como la migración y los conflictos en Nicaragua y Venezuela, la discriminación de género, raza, preferencias sexuales, entre otros.
Si logramos mantener una conexión con esos actores sociales, escucharemos las palabras de cada artista puestas o escritas en sus creaciones, leeremos y sentiremos sus “vibraciones profundas”, recordando “El Artista y la Ciudad”, 1998, del filósofo español Eugenio Trías cuando introduce su concepción de los textos.
Qué importante que ahora se nos ponga tan cuesta arriba la lectura del arte en el Salón Nacional, 2019, esperando que concurra el que celebre los Doscientos Años de la Independencia Patria, en 2021, y el museo nos vuelva a remover el piso y sacudir lo que sabemos de ese “campo de batalla”: el arte.
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