viernes, 28 de julio de 2017

La vicisitud del habitáculo

El espacio que nunca existió, propuesta expositiva de Verónica Alfaro Rodríguez, Roger Muñoz Rivas y Miguel Solórzano Quirós, en El Tanque del MADC del 15 de junio al 13 de setiembre 2017, curada por Adriana Collado.

Escenografía o no de la narrativa costarricense de mediados del siglo pasado –tal y como comenta la curadora al referirse a “La Ruta de su Evasión” (1948), una novela de Yolanda Oreamuno referenciada por estos tres artistas-, quienes idearon esos constructos interiores hechos en madera y otros productos actuales quizás (des)articulados según las exigencias y los códigos operativos para la construcción civil, pero que son una realidad para muchas familias del área periférica metropolitana al intentar solucionar sus problemas para tener, no hablo de vivienda, sino un “habitáculo” o lo que puede ser sinónimo de “nido”, levantado por lo general en precario, y que con el paso del tiempo mutan a partir de la energía existencial puesta por, en tanto “moradores, quienes quitan o ponen según las posibilidades de sus “economías”, lo cual es tendencia de la construcción suburbana: crecer de manera informal, como crecen también las carencias de servicios básicos, levantando paredes por donde no corre el aire o la sofocación es un signo que pesa como el acero del tanque, ante la aplastante e inhumana carencia de vivienda: eso sin hablar de las amenazas de terrenos inestables o las crecidas de los caños en una ciudad tan informal como sus soluciones.


El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ

Los usuarios de esta realidad no conocen el vocablo edificar, pues el verbo implica un sistema legal para tener una casa de habitación, ellos simplemente levantan a como les de el bolsillo y la posibilidad de protegerse ante la intemperie. Y repito “economías”, pues para tener esa solución muchos se someten a las economías usureras, a los prestamistas corruptos así como a otras maneras de solventar los recursos prestados, pero cuya amortización no deja de ser aplastante así como la realidad cuando al habitarlos, esas mamparas se resquebrajan y caen; ejemplos que nos informan todos los días los medios de comunicación. La adopción o no de ese modelo de autoconstrucción, en ese caso ideado por estos jóvenes artistas para ilustrar lo circundante en las barriadas periféricas o en las cuarterías de algunas zonas de la capital u otras periferias del casco valle-central, parte de un dibujo incierto en su imaginario simbólico dentro del otrora contenedor de líquidos que hoy, su goteo asimila la creatividad la cual fluye en el laboratorio de las ideas, tal y como prometió ser ese espacio de intención crítica dentro de las expectativas del programa expositivo del Museo.


El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ

La actitud de construir y/o destruir me sugiere la vida de todos y a la medida de todos, la cual atiza el instinto de vivenciar un cotidiano que se asimila con un depósito de materiales y las formas de tratarlos, y de lo cual sin distinción de nivel o calidad nos servimos todos al habitar, son vectores sociales y culturales portadores de sus propias contingencias y que nos afectan, como aquel decir de los sociólogos de que lo actuado tanto como lo hecho dependen de nuestra grandilocuente capacidad de visionar o su contrario, la mediocridad, es portador de mi propia impronta, nos hace y modela nuestra conducta social. ¡Tremenda percepción! Será esa necesidad interior de hacer crecer el cascarón donde anidamos la existencia, pero que llegados a cierta edad, a cierta condición social, ese cascarón nos apertrecha pero no nos deja respirar, nos impide ser, y el constructo, como el de un “transformer”, se abren noventa o ciento ochenta grados, se desdobla y proyecta hacia las distintas direcciones cósmicas, creando ese recorrido inhabitable donde la meta es llegar a detenerse delante del monstruo, el verdugo quien traiciona nuestras aspiraciones de habitantes actuales hiriendo de paso nuestra espiritualidad, vendiéndola una y otra vez a la estructura social (la mejor postor) que ya casi no nos sostiene y se viene abajo.


El espacio que nunca existió en El Tanque MADC. Foto LFQ

El proyecto El Tanque, dedicado a proyectos creativos y a la idea de estar en proceso, posee un doble reto: uno para el o los artistas tanto como otro para los espectadores, quienes debemos hacer una lectura más allá de lo que se anuncia, se cuelga en FB, o publica la curadora en el brochure de la expo. A mi, en particular, el desafío me sume en la evocación de aquellas laberínticas paredes de esas instalaciones de lo que fue la antigua fábrica de licores FANAL hoy MADC, que me transportan a una estación sitiada en la memoria, con el rumor de la máquina de vapor, las tuberías olientes a “guaro”, o como los trazos ferroviarios de una sociedad en expansión en aquella experimentada por la máquina y la industrialización del siglo diecinueve y veinte. Será que penetramos al interior de una pesadilla donde avistamos un territorio inexistente, o que no fue, como la novela o la narrativa que nos hala hacia el vientre o hacia el útero donde encontrar quizás aquello que puede paliar las dolencias que provoca aferrarse a la vida actual con tantas contradicciones y vicisitudes, y que nos devuelven hacia el habitáculo donde mora el ignoto verdugo.


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