sábado, 17 de noviembre de 2018

Viernes Negro para una Noche en Blanco

Comentario de la muestra METADATA de Luciano Goizueta, curada por María José Chavarría para el Museo de Arte Costarricense; noviembre de 2018.

Admito que visitar museos y exposiciones se volvió, por lo menos en mi caso personal, un trabajo y no un acto de ocio (tal y como suelen considerar a la acción de apreciar arte en los medios de comunicación). Y afirmo la aseveración en tanto que, tardo en poner un pie en la sala expositiva, para que el cerebro se active y empiece a rastrear datos, e intentar relacionarlos en un encadenamiento simbólico o “continuum” sin igual, sin principio ni fin, lo cual asemeja el comportamiento de la deriva, tampoco nadie tendrá la (in)certidumbre de a dónde llegará o cuáles de sus múltiples capas serán avistadas.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Crónica de una celebración adelantada
El pasado viernes 16 de noviembre de 2018, prometía ser una noche del arte (Art City Tour), cuando ponen a disposición de los usuarios autobuses gratis que llevan de uno a otro museo. Nada más que para mí este fue un viernes negro, no debido al molesto viernes de ofertas -nueva forma de filibusterismo del poder que supedita las tácticas modernas del mercado-, sino por andar subiendo y bajando buses, atravesar vías de alta circulación cuidándome de no ser atropellado ni tampoco asaltado.

Visité el museo Calderón Guardia con la muestra de grabados Fábulas de Esopo, del maestro mexicano Francisco Toledo, pero de tanto observar el arte de los jóvenes -que es en suma aguerrido y nos ponen a los espectadores a caminar por los dobles filos de las espadas-, lo ofrecido no tenía bala ni metralla, no hubo reyerta por lo que la visita me pareció un recreo. Y, aunque valore la rigurosidad técnica y el discurso fabulesco entre el león, la gata, la vida y la muerte, lo exhibido no me retó.

De ahí, Barrio Escalante, atravesé San José para visitar el Museo de Arte Costarricense (MAC), La Sabana, donde el desafío consistía en la muestra Variaciones Linealesde la célebre Lola Fernández, en el arco lateral del museo. Que tampoco quiero comentar pues ya fue harto observado en ArtsKryterion, blogde mi apreciado amigo Juan Carlos Flores.

Otra propuesta expositiva, en el espacio central del MAC, de pinturas, dibujos, diseño de vestuario y escénico del maestro Julio Escámez, artista chileno que llegó al país después del golpe de estado de Pinochet a Salvador Allende, y quien destacó en la práctica docente en la Universidad Nacional. Aunque el suyo y en particular su pintura, no es un arte como el que a mi en particular me interese, sí suscitó gran interés sus planteamientos en lo que llamamos boceto; sus dibujos, cargados de percepciones muy beligerantes.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

 METADATOS
La muestra que sí me ancló, en ese viernes negro anticipado, fue la de Luciano Goizueta. Explico brevemente que la “información” se compone de datos escuetos pero que deben cambiase su condición, al ser reelaborados para que nos enseñen, o sea que nos estimulen a estar en perenne estado de aprendizaje: Estar (in)formados con autonomía en el sistema del saber. Si no ocurre, perdimos el tiempo al visitar el museo. La acción encuentra sentido más allá de la condición de los datos, de la lectura en profundidad de las capas de esa construcción conceptual, como pueden ser los retazos de distintas realidades en un collage, o las fotografías que se recomponen en esas derivas situacionistasdel artista expositor. Digámoslo de otra manera, quizás, son mapas del conocimiento que imbrican el paisaje urbano entre dos entornos yuxtapuestos: el de la naturaleza ontológica del individuo en su medio, y el comportamiento de éste implicado por tal entorno.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Para la curadora: “También se tomó en cuenta la serie Irrealismo, que intenta resaltar la naturaleza de lo “no real” desde la cotidianidad. Aquí la luz es un elemento importante también, ya que permite una especie de efecto intermedio entre lo figurativo y lo abstracto. La serie “Desde dentro” busca desestabilizar y desfragmentar la estructura de la ciudad moderna, una especie de retro-futurismo. La inserción del dibujo y de personajes de la cultura de masas, se mezcla con la exploración de materiales y el procesamiento de imágenes. Para Goizueta, esta apela a la yuxtaposición de elementos y capas de información y así crear realidades nuevas y contradictorias”.(Chavarría, M.J. 2018. Brochure de la muestra).

La dimensión de la memoria
De plano, en la entrada a la muestra, al encontrarme con aquellos modelos miniaturizados de las salas, con escenas que me encendieron ese lado del cerebro que avista hacia el ilusionismo, lo surreal, y hasta tramposo de la mirada, de inmediato evoqué los años noventa cuando visité el Museo Rufino Tamayo en ciudad de México DF. Estaba abierta una exposición que ahora no preciso el autor, quizás de Max Ernst, André Bretón o de Odilón Redón pues refería al Surrealismo. (Explico que antes sucedían esas cosas que se diluyen en el olvido, pues no es como ahora que tenemos un blog o bitácora donde registrar y compartir con los demás, las acciones tenidas durante la visita a una exposición, o un evento singular que se sale de la rutina). 

Del ayer no retengo nombres, ni títulos, pero si la memoria de los acontecimientos en los cuales nos vimos envueltos y que nos impresionaron, acciones o performances, e incluso la fotografía de un cuadro permanece para siempre. Y me refiero a estos rudimentos de la percepción y el sistema cognitivo, pues, METADATA, juega con ello. Es una táctica de la mirada conexa que rastrea constantemente en todas las direcciones del espacio para inyectarlo a las neuronas, activando nuestra capacidad creativa de cargarles los significados. Metafóricamente me refiero al OJO, al Big Brother, que nos avista constantemente revisando en los numerales del comercio nuestra capacidad de consumo.

Pero volviendo a la memoria de mi visita al museo en el Parque Chapultepec en los noventa, lo que sí recuerdo fue que al ingresar a los espacios expositivos, nos reunían en grupos, conduciéndonos en total oscuridad a una sala, y cuando todos habíamos encontrado nuestro nicho de permanencia, poco a poco se encendieron las luces y nos vimos sumidos dentro de un sueño, donde todo estaba de cabeza: Los asientos de una sala de estar, con su mesita de centro, revistas, libros, e incluso un cigarrillo humeaba en el cenicero (esto fue hace más de veinticinco años, hoy sería despreciable y motivo de crítica). Pero todo estaba vuelto patas a arriba: los cuadros, los armarios y libreros, las palabras, los textos, las poesías flotaban como holónes en los diversos grados del claroscuro. Tan solo nosotros los espectadores estábamos sobre el plano-tierra conmovidos por la acción del arte.

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Cámara oscura
Comento estas memorias, pues, al mirar por los boquetes de aquellos modelos de Goizueta, se desencadenaron las imágenes de la urbe y su conmoción, donde algunas figuras estaban de pie y otras de cabeza. Algo así como la percepción que tenemos de la ciudad -del día en negro, y de la noche en blanco-, todo se pone al revés y la gente muestra hasta su lado oscuro. Esta percepción me la reafirmó la “cámara negra”, como si Goizueta hubiera asistido a aquella explicación sobre el surrealismo de que hablé, que publicara el enigmático Francis Picabia en sus revistas de la época.

METADATA de Goizueta es una construcción social, de esas partes de la urbe que se comportan como re-generadores de la memoria, cuando tenemos una leve noción de su procedencia, pero lo realmente importante es cómo se comportan al ser referenciados en el imaginario o ilusión, creada por el artista para comprender la realidad o meta-realidad de cada quién como morador urbano. 

METADATA de Luciano Goizueta, Museo de Arte Costarricense.

Referentes
En principio rememoré las pinturas liminares de Fabrizio Arrieta, cuando él ponía en foco del arte la urbe con sus vibraciones de lo macro o micro, siempre exponenciales de los discursos e implicaciones sociológicas y hasta psicológicas del habitante, de un animal sin piel que presiente, siente y recuerda. Advertí, además, comprender el arte o lenguajes del Pop de los ochenta; o el caos urbano de estructuras, brillos, reflejos y vacíos de la pintura del norteamericano Richard Estes; e incluso, hasta aquellas densas visiones de un pasado ya algo borroso pero persistente de Bretón y Redón, la (i)rrealidad y subjetividad de un tiempo que a veces no sabemos si es pasado, presente, o futuro, pero que nos dejan huellas.

Sobreposición de derivas
Quiero decir, y con esto cierro el círculo de mi aproximación al arte de Luciano Goizueta, expuesto en el Museo de Arte Costarricense, que en la lateralidad del pensamiento crítico figura un puente entre sus percepciones expuestas en el espacio temporal, y las del maestro Escámez, sobre todo con aquellos constructos apocalípticos, e intrincadas perspectivas del aparataje tecnológico que se vuelve amenazante, y que los miro como el tripero digital donde se mueve el comercio en el vientre de Wall Street Center, en Nueva York u otros muros mundiales, cuando ensayan el desesperante Black Friday,síndrome del consumismo y que avistamos como los nuevos filibusteros. Son fuegos cruzados, gestos difusos en los personajes cuya blancura es la de un rostro del habitante actual al movernos entre esa conmoción de la urbe, a veces airosos, incólumes, o afectados, con una herida remanente de la refriega, la del cotidiano, el ser y estar en la contienda de la sociedad contemporánea.






martes, 6 de noviembre de 2018

Salón ANESCO: empatía y disensos

El Salón ANESCO 2018, de la Asociación Nacional de Escultores, el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, y la Municipalidad de San José, convocaron a apreciar dos zonas de producción creativa del arte costarricense actual: Aquella en que el observador encuentra empatía, o, por el contrario, le provoca disenso. Se trata de niveles emocionales del carácter humano, por lo cual siempre habrá adeptos ubicados de uno u otro lado de la línea de fuego, o cruce de proyectiles de la mirada crítica. La sala se vuelve un cuadrilátero, y el arte confrontación, para que lo expuesto logre empoderar y edificar la memoria. Si todo fuese igual y no existiese esa diversidad de lenguajes, si todos los discursos y abordajes tendieran a parecerse, perderíamos el tiempo al visitar la sala de exposiciones.

Marvin Castro. "Muro Occidental". 2018. Documentación propuesta de arte urbano para el sureste de la capital San José.

Un tiempo para rememorar
La década de los años ochenta y noventa del siglo anterior, fueron tiempos de transformación para el arte doméstico y el internacional: me refiero a la tradición de la pintura y escultura cuando abandonaron el estrado que ocuparon por siglos en museos e historia del arte. Mucho se habló entre corrillos y calurosos debates, acerca de la muerte de la pintura, mientras que la escultura se mantenía en un trance de producción de estereotipos y lo decorativo, tal que lo tildábamos “arte de lobby de hotel”. El planteamiento de la instalación puso en crisis al artista, en tanto que su elaboración (talla, modelado, fundición) de materiales duros, fue subvertida por la idea blanda la cual cuestiona y antepone un signo de pregunta, apreciando el concepto, más que sacarle brillos a los mármoles y maderas, generando obras carentes de significado. 

Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.

En adelante, a la estética no la implicaba la técnica; el concepto era y es el discurso central del cambio. La diversidad de recursos materiales y conceptuales, provocó el cisma que desafió la creatividad y capacidad de innovación; rubro necesario para la validación y circulación de la obra de arte. En 1984, la Bienal de Pintura de L&S premió un batik de Lil Mena, no una pintura. La Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica constituida en 1994, premió instalaciones y no esculturas, excepto las tallas en madera de José Sancho, las cuales se salían de los cánones para implicar el conjunto, el sentido del lugar en convivencia con el material natural que siempre es precioso. En aquel contexto de ruptura, se recuerda “De vidrio La Cabecera”, 1994, de Virginia Pérez-Ratton, Premio del Salón Abierto; no era una escultura sino un catre viejo con una lámina de vidrio encima, pero abordaba un discurso de mucha actualidad: La fragilidad en las relaciones intrapersonales, origen de la violencia de género y otras lecturas críticas a la sociedad. Similares valores fueron apreciados en las obras premiadas por jurados, recuérdese “La transformación del Rostro” de Otto Apuy; “Fútbol con dengue”, de Pedro Arrieta, entre otras premiaciones que encendieron chispas de discordia.

Vista de Sala Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, San José.

Ruptura de la tradición
Se trata de fracturas, puntos de inflexión imbricados por el conceptualismo, cuestionando el arraigo de las primeras vanguardias, y la abstracción. El arte concreto, el minimalismo, tuvieron a grandes provocadores de sentido en Eduardo Chillida, Arnaldo Pomodoro, Richard Serra, entre otros. El informalismo introdujo lo grotesco, la subjetividad, encontrado en el arte de Willen De Kooning, Jean Fautrier, Jean Dubufet, de quien son fundamentales sus esculturas en movimiento y materiales blandos de los años setenta y ochenta, soportando un nuevo lenguaje para el arte tridimensional. El pop distinguió un objeto que -a diferencia del ready made duchampiano-, lo abastece la tensión de lo mercantil, Warhol, con sus numerales corriendo en el tripero del comercio mundial: Wall Street Center. El povera, de los sesenta, exaltó un producto cuya estética se valora en la transformación que sufren los materiales mientras conforman la obra de arte, en su mayoría ubicados en la categoría de lo efímero: Mario Merz, Janis Kounellis, Alberto Burri, Piero Manzoni, Antonio Tapies, y un si número de artistas por todo el orbe. Son sensibilidades que se auto-cuestionan a sí mismas, como ocurrió con el Dadaísmoo el llamado anti-arte de hace un siglo atrás, que consolidaron las bases del movimiento moderno el cual llamamos Arte Conceptual nacido a inicios de los setenta.

Nuestro connacional Juan Luis Rodríguez Sibaja, quien residió en Francia desde inicios de los sesenta, ganó la Medalla de Orode la Bienal de París, con una instalación (aunque en aquellos años no se la llamaba así): construyó un rign de boxeo con cuerdas, tablas y tela negra. Talló en hielo teñido de rojo un enorme signo de interrogación, y un pedestal en hielo negro (recuérdese que rojo y negro son simbolismos de lo bélico, confrontativo y revolucionario) que, al diluirse, formó un charco como de sangre vertida en la arena de la vida: El Combate, 1969. Incorporó al montaje un registro sonoro con el canto “de pie camaradas”, tonada de la época, a lo cual agregó el golpeteo de los pasos de militares invasores al llevarse a los judíos a campos de exterminio. Un discurso aguerrido de lo político que provoca un cruce de fuego en la reyerta del arte, para hacerlo perdurable. Recuérdese que, en esa década, Europa, vivía la posguerra e inestabilidad en la estructura social, terreno para las confrontaciones obreras y estudiantiles como el “Mayo 68”; repercutían en las prácticas artísticas en tanto estas cimientan una construcción social, que llamamos arte. 

Algunas lecturas y anclajes
Sin embargo, considero que, tallar materiales duros, catapultó una importante renovación de los discursos creativos. El artista introduce materiales que subvierten la pieza, la desestabilizan, agregando una importante dosis de incertidumbre, de aquello que no se sabe y que, en el arte del pasado, los escultores prevenían a toda costa. Hoy en día, al contrario, es un ingrediente de la sopa de la cultura que agrega sabor, sustancia, y catapulta lo contemporáneo. 

Imposible comentar en este acercamiento al Salón ANESCO todas las piezas expuestas, por lo que selecciono las que en particular se aproximan a mi zona de interés, por ser un arte juguetón e irónico, sin abandonar lo que carga de sentido crítico al discurso visual. En mi criterio esa componente es un noventa y cinco por ciento de la obra, el cinco faltante lo abastece la técnica.

Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre.

La pieza de Xinia Benavides “Amor del bueno” 2018, modelado en alambre, afirma que también se puede crear esculturas con una línea, en este caso de alambre, para realizar un dibujo de contorno ciego, como ciego es el amor entre el espacio y el vacío, la materia y la inmateria, en un contorno modelado sobre la silla blanca que abriga una esperanza, una ilusión.

Una de las piezas exhibidas que impresiona, es la documentación de Marvin Castro acerca de un muro que él introdujo a un parquecito en las inmediaciones de la Clínica Carlos Durán. Una enorme piedra caliza trasladada desde la península de Nicoya, interviniéndola para asemejar un monumento al pasado: como los muros de la Roma Imperial, o la Villa Adriana; donde el Opus reticularon sostiene los remesones del presente cargando de sentido al futuro de la cultura, presenciando nuestro paso por la historia, como lo hicieron también las grandes civilizaciones de nuestro continente: Mesoamérica y el gran Imperio Inca.

Andrés Cañas. “Flor de noche”, 2018. Metal.

Otra pieza con carga poética con juegos de luz y sombras es “Flor de noche”, 2018, de Andrés Cañas. Se trata de un objeto de metal de riguroso corte, de sumo interés, en tanto su sombra arrojada en el muro de la sala encabrita la dosis de sensorialidad que admite el espectador, activando su ánima interior.

Luis Chacón “Concierto Campestre”, 2018, instalación homenaje a Giorgione.

Luis Chacón ensaya y enseña otro discurso de lo actual con “Concierto Campestre”, 2018, una instalación en homenaje a Giorgione. Utiliza figurillas femeninas y angelitos de porcelana o cerámica dispuestos como tomando el sol en la playa o el campo, pasando por alto la conmoción del cotidiano. Y digo enseña, en la medida que evade la escultura tradicional de aquellos pesados bloques de materia, cuando lo que se valora hoy en día es la idea. También expone otra pieza-collage que imbrica el discurso de la sexualidad y el simbolismo de un pato al pie de la pieza y el pato en el sexo del personaje, una composición confrontación relativa, pero también lúdica que agrega humor al discurso.

Ana Lucía Crespo. Renacer de un corazón fuerte. 2018. 

Ana Lucía Crespo, digamos que no rompe el paradigma de la escultura del ayer, sin embargo, posee un interesante ensamble entre la piedra tallada y otros materiales. Nos devela el “corazón de piedra” o el corazón abierto, posiciones que suelen asumir las personas al actuar en una sociedad como la actual, delante de las vicisitudes que afectan al seno familiar, los negocios, el desarrollo y productividad que requieren nuestras sociedades para su subsistencia.

Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, collage.

 Ángela Dacosta con “Autorretrato”, 2018, con un abordaje al pop, connota el disenso sobre la sociedad consumista, es algo así como ponerse la soga al cuello; colecta el mundo de las marcas y subproductos del mercado que embadurnan el ambiente, y ella, con esta crítica, les da una segunda vida para que no lleguen a sumarse a esa montaña de basura que a veces perfila el paisaje urbano.

Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, talla en mármol blanco.

Ingrid Rudelman con “Solar y Lunar”, 2018, ratifica la de-construcción de la forma del bloque de mármol blanco, configurando tetraedros regulares e irregulares que intrincan con el discurso de la geometría, el abordaje de las estructuras primarias, pero a su vez con una poética “cascada” de luz.

Roberto Lizano. “El duelo”, 2018, instalación.

Roberto Lizano se nos puso juguetón, como es su costumbre, con dos personajes recortados en cartón corrugado: “El duelo”, 2018, lo ensambla en el perímetro de un gran aro de metal, lo hace para representar la realidad de la vida diaria de muchos, al asumir nuestros retos. Recurre a la idea de la arena del gladiador donde se juega con la vida pero también con la muerte. Expone, además, “El botiquín de Mercurio”, 2018, idea del camarín donde dos hormas de calzado con alas, implica lo mitológico que guarda para sí la memoria.

Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.

Claudio Vidor con “Craneometría 23.5”, 2018, implica una visión algo hiriente acerca del descarte y la exclusión, como medir la inteligencia de los individuos para tener acceso a los estudios superiores, a las molestas notas de admisión que resultan siempre ofensivas y discriminatorias.

Edgar Zúñiga. “Con hidalguía”, 2018. Foto cortesía de ANESCO.

Se exhiben otras piezas que claman por atención, como un llamado a redescubrir los imaginarios simbólicos “Con hidalguía”, 2018, un enorme retrato en terracota fragmentado de Edgar Zúñiga, ensamblado con soportes de metal. Me evocan la exposición de 2015 del escultor mexicano Javier Marín en BANEX de ciudad de México DF, titulada “Corphus Terra”. Identifica un discurso sobre el ser y el vacío, que resignifica la materia, en este caso arcilla y el vaciado, lo cual definitivamente atrapa al espectador quien deambula por la sala buscando un algo que le devuelva las sensaciones que le roba la tensión cotidiana en la urbe.

Payduma Ramírez andaba buscando la relación entre la materia y el vacío, tanto que conformó una estructura de metal que fraguan las formas básicas de la geometría, y en particular la esfera, cual cuelga evidenciando el centro de interés y la esfera tan representativa en las culturas originarias en el Delta del Diquís. Reta a ponernos en tensión, a nosotros mismos los espectadores, interrogándonos acerca de los significados del arte de estos tiempos. Yo diría que la propuesta como tal no me gusta, pero tampoco deja de anclarme, tiene algo de lo áspero del discurso actual de las paradojas que, incomodan, pero nos mantienen en vilo.

El ensamble “Semilla”, 2018, de Domingo Ramos, ensambla con maestría la piedra con la madera de pochote, dos materias de suma tolerancia; la piedra escarbada para regenerar marcas de nuestras culturas originarias prehispánicas, trazos sacados con soltura implicando esos ricos imaginarios simbólicos del ayer, y, en especial, el fundamental legado lítico prehispánico.

Luis Alonso Ramírez. Pensamientos, 2018. Concreto y cadenas.

Se exhibe la silueta de un personaje construido con concreto, áspero como la vida misma, enredado en cadenas. Un discurso, como se dijo, que asimila la realidad cotidiana donde nos encadena la política, la economía, la soledad, la crítica, las contingencias e incertidumbres, pero que todo sumado hacen memorables el día a día, y el vivir nadando a contracorriente. Se trata de una de las esculturas expuestas por Luis Alonso Ramírez, la cual me empuja a referenciar al también “áspero” escultor nicaragüense Aparicio Artola y el arte bruto con un dejo de naife.

Mi crítica al salón
Diría que hay mucho más que ver y comentar, por supuesto, fluye mi posición crítica al comentar únicamente lo que me ancla de la muestra, obviando aquello que es relativa estética (elaboración de las apariencias de la materia). En lo personal me interesa lo que cohesiona el disenso sobre las problemáticas que aquejan a la sociedad de hoy, los discursos de la política, las tensiones sociales tales como la inclusividad, el equilibrio de género, el tratamiento de las posiciones de minorías, y otras vicisitudes del tiempo que no se agota al anteponernos piedras en el camino, las contingencias para sentirnos vivos. 

También aprecié “meras apariencias”, lo cual me recordó aquella canción del género romántico del italiano Ricardo Cocciante: “Cuerpo sin alma”, que no pasan de gustar, pero no atrapan los discursos de punta en el arte contemporáneo, los cuales flotan como los holones, pero hay que saberlos relacionar para que se conviertan en materia viva, piedra viva, madera fibrosa pero que ya domada alcanza interés y prueba la gracia escultórica.

Pienso además que la muestra es copiosa y fluyen demasiados discursos dentro de la cuadratura curatorial: Premios en diferentes categorías rememorando a ilustres escultores costarricenses; alusiones y distinciones a las muestras destacadas del año, y el homenaje incluido, en este caso a Luis Alonso Ramírez. Todo eso exacerba y exaspera al espectador quien no acaba de comprender ese campo de batalla, y de dónde vendrán los disparos de un “rifle chocho” que no se sabe hacia dónde dirigirá la bala. Sin embargo, y a eso me referí, que el Salón ANESCO va abriéndose paso en el terreno escabroso de la cultura nacional.