viernes, 27 de septiembre de 2019

INGESTA La comida en el arte contemporáneo

Mientras esperaba la apertura de INGESTA, en Teorética, curada por Adán Vallecillo y veinte artistas centroamericanos, con un conversatorio en Lado V, me senté en la entrada a recordar experiencias personales donde la comida era significativa, quizás por tener de frente el título de la muestra, y la propuesta de la artista salvadoreña Abigail Reyes, que anuncia: “Aquí No hay dieta mamita”, de la serie Poesía Popular, 2018, adosada a fachada.

Cartel de la muestra INGESTA, en TEORéTica, 
creado por José Alberto Hernández, 2019.
Foto Cortesía de TEORéTica.

Prologo de una narrativa sin epílogo
Recordé -en los minutos que estuve sentado-, estar en la ciudad de Verona en la “Pasquetta” de 1985 (para los italianos el lunes después de Semana Santa se traduce como “pasquita”, pero es más feriado que los demás días; restaurantes y servicios  permanecen cerrados, pues se reúnen en familia a celebrar una cena muy especial). Ahí aprendí el valor y significado de comer para una cultura avanzada en tradiciones gastronómicas, y el simbolismo de sentarse a la mesa, celebración que proviene desde los romanos. Cada posición posee un significado y conlleva una conducta específica en un sistema de comportamientos y distancias que podríamos denominar “prosémica”, o lenguajes no verbales: platos, cubiertos, alimentos e ingesta, son una memoria arraigada a la cultura y a lo ceremonial. 

Al terminar la cena, subí a un tren el cual atravesaba la bota itálica en sentido longitudinal; mi estación de llegada era Pesaro, costa adriática, conexión para otro tren que salía dos horas y media después hacia Urbino. Me encontré solo al llegar esa madrugada, sin embargo, bajó otro personaje conocido, que había visto en la Academia de Bellas Artes de Urbino; nuca lo saludé, quizás por prejuicios, pues me parecía un chico sucio, mal oliente, y cuando lo topaba en la ciudad, yo desviaba la mirada para evitarlo. El muchacho se sentó a mi lado, sin romper el hielo del hermetismo, hasta que nos reconocimos uno al otro. Del asqueroso abrigo, sacó un envoltorio en tela donde traía un “prosciutto crudo” (jamón serrano); con dificultad arrancó un trozo, y lo compartió conmigo. Explicó que era sagrado, bendecido por un anciano hermitaño sabio y santo, y para partirlo, no debía utilizar más que sus manos. ¡Qué ritual! ¡Extrañas son las formas para ingerir alimentos!, pensé en aquel amanecer de un lejano abril de mis tiempos de estudiante de arte.

Benvenuto Chavajay Ixtetelá, presentó “Yooq”, 2019. 
Foto cortesía de TEORéTica.

Inició el conversatorio
Participaron Miguel Ángel López, curador y co-director, Sthepanie William, expositora, y Sofía Villena, curadora independiente y artista, además de Adán Vallecillo, artista hondureño y curador invitado para la celebración del 20 Aniversario de TEORéTica. Al iniciar, presentaron una imagen compuesta por distintos grabados de una serie que versó sobre la mesa, y aquel gesto ceremonial que, su autora, Virginia Pérez Ratton, guardaba con recelo. Para ella la comida no solo era nutrir el cuerpo, sino el espíritu. Durante su gestión en el MADC, se realizaban cenas de gala para recaudar fondos, con exigencias y altos rigores del arte culinario, de manera que INGESTA, era otro homenaje a su memoria.

El alimento como insumo cultural, social, e incluso religioso, posee historias que nos marcan. Los pueblos originarios prehispánicos se alimentaban con ingredientes que nos dicen mucho de sus costumbres y tradiciones, así como la importancia que tenían en los entierros para acompañar al muerto, al cruzar hacia el otro lado del río donde reposan las almas, aunando música y objetos del entorno cotidiano. En Mesoamérica, el maíz era central a la dieta alimenticia y costumbres; se recuerda en el Popol Vuh, cuando los gemelos intentaron crear seres humanos con distintos materiales, los hacían pero carecían de alma, fue hasta usar el maíz que la creación alcanzó perfección dentro de su manera cosmogónica y cosmológica.

Raúl Quintanilla Armijo, Mastique la Mística 1996/2019”, 
performance. Foto cortesía de TEORéTica,

Algunas lecturas de lo expuesto
A propósito del maiz, Benvenuto Chavajay Ixtetelá, presentó “Yooq”, 2019. Tortilla de barro bañada en oro. “Apretar con la mano una tortilla de maíz recién hecha para alimentar a las crías -comenta el artista en su estado-, es un gesto que madres y abuelas, tanto indígenas como mestizas, han venido transmitiendo a su descendencia”.   

Sandra Monterroso, expone “Tus tortillas mi amor / Lix cua rahro”, 2005, video performance de una acción en el ámbito familiar, donde la mujer prepara tortillas para su marido. La artista guatemalteca comenta: “Las escenas muestran un estado obsesivo, como a través de los fluidos (la mujer muele el maiz mascándolo y agregando saliva) se construye una metáfora, una posibilidad de encantamiento. Las palabras en Q’ekchi’ son poesía que intentan darle un sentido de imperfección y desequilibrio, en lo cual las relaciones de género se ven impuestas”.


Caroline Lacey y NadiA, “Sin título, de la serie Reina del país 
más violento del mundo”, 2018, Foto cortesía de TEORéTica.

De Beatriz Cortez se mexhibe “Generosity I”, 2019, acero, plástico, y semillas de maíz, frijol, amaranto, quinoa, y sorgo. Comenta que ella imaginaba una especie de cápsula espacial para preservar semillas antiguas y naturales del planeta Tierra, en un lugar que no estuviera al alcance de la industria de las semillas genéticamente modificadas: para ponerlo en órbita. Agrega: “Después de la destrucción del medio y el planeta, cuando lleguen otras eras, existan otros mundos donde pueda reproducirse la vida, en esta o en otras galaxias, esta cápsula preservará lo que fue posible hacerlo en la Tierra gracias a los avances tecnológicos, conocimientos, espiritualidad y valentía de los pueblos indígenas de las Américas ante el colonialismo, la explotación del medio, el capitalismo salvaje, la contaminación, y el sobrecalentamiento”.

El fogoso y polifacético artista, investigador y curador nicaragüense Raúl Quintanilla Armijo, expuso un performance titulado “Mastique la Mística 1996/2019”. Cuestiona la decadencia del sandinismo que se aprecia en facetas del cotidiano del vecino país. Con agudeza y sentido de humor crítico, comenta: “En esta ocasión nos invita a engullir galletas en forma de sombreros. La obra abre interrogantes alrededor de la vigencia que puede tener en el presente la asimilación de una ideología que perdió sus ideales originales. El molde de la imagen comestible reproduce la forma del mítico sombrero usado por el revolucionario César Augusto Sandino”.

Stephanie Williams, “La sal de los otros”, 2019. 
Foto cortesía de TEORéTica.

La nacional Stephanie Williams, con la pieza “La sal de los otros”, 2019, nos acerca a su actual elaboración de la idea de resiliencia y desplazamientos. Comenta: “Hago una constante observación de espacios / naturaleza, como punto en común de ser sitios que reúnen historias al parecer desvinculadas por sus distancias temporales, pero que existen como una suerte de sedimento; o bien, como historias estratificadas. 
Reviso las salinas o salares, desde su relación con lo ancestral y la manera de habitar dichos lugares, y una especie de peregrinación hacia los territorios de sal: ésta lo hace como viajera, en algunos territorios (el desierto, por ejemplo), la sal viaja a través del aire y se asienta modificando los terrenos. 
Las cinco fotografías de mi propuesta, remiten a una especie de lenguaje con las manos (kinésica), como signo de historias o relatos posibles (trazos, líneas, huellas, rastros y recorridos), adquiriendo la forma como de una especie de paisajes sobre la piel, donde los cristales de sal y pigmento que acompañan las manos, modifican y vinculan las historias como estratos porosos”.

Christian Salablanca, expone la instalación “Manta del cielo”, 2019, y “Medir el pellejo”, 2019, Comenta: “La materia para las fotografías son desperdicios de carnicería en los que tracé una línea de medición, sin números, a partir del tatuaje. Y, en “Manta del cielo”, utilicé una tela para colador para sacar el agua. Para esta propuesta los coladores filtran grasa, una práctica económica en los estratos populares donde reciclan los aceites de las fritangas, para reutilizarlo”. El sistema es representativo del estómago y su función de convertir en sustancias los alimentos ingeridos.

Naufus Ramírez-Figueroa, “3 fantasmas”, 2014. 
Foto cortesía de TEORéTica.

El video performance presentado por Naufus Ramírez-Figueroa, “3 fantasmas”, 2014, explora la conducta de un personaje que, con toda parsimonia y carácter lúdico, talla con machete unas sandías. Y lo hace sin ninguna tensión exterior, sin dar crédito a lo que pudiera ocurrir en el entorno durante la acción, el se sienta y comienza a sacar la forma a los fantasmas, como los de la noche de Hallowing, provoca a las actuales tensiones del mercado y el marketing convertidos en nuevos filibusteros desplazando nuestras narrativas y costumbres.

Caroline Lacey y NadiA, “Sin título, de la serie Reina del país más violento del mundo”, 2018, aprecian aspectos indígenas de la herencia cultural, como aprender a cocinar platos tradicionales como el tamal de elote, identificándose con la población originaria de El Salvador, quienes sufren discriminación. Comenta: “Han pasado casi 100 años desde la masacre perpetrada por el estado donde murieron cerca de 30,000 indígenas en Izalco. En esa época, ser indio era sinónimo de ser comunista y enemigo del estado”.
En otras de las imágenes disfruta de un combo infantil de $2.99 de “Pollo Campero” en el centro comercial Galerías. En El Salvador, los centros comerciales representan el tipo de espacios públicos seguros, que no existen en el país. Desde ahí, en la pudiente Colonia Escalón, NadiA puede ver el centro de llamadas que atiende a los Estados Unidos donde ella trabajó, antes de sufrir una crisis nerviosa, debido a las prácticas explotación. Los trabajadores de “call centers” ganan entre $2 o $3 la hora, se descuenta de sus salarios, si toman tiempo para ir al baño o beber agua. Mirando hacia su ciudad, NadiA dijo: “las opciones que una tuvo eran las maras, los evangélicos y la “Picsa Hut””.

Christian Salablanca, Medir el pellejo”, 2019. 
Foto cortesía de TEORéTica.

Carlos Fernández, con “Un error del sistema”, 2019, acrílico sobre lienzo, repasa la historia de la agricultura urbana. Comenta: “Nos topamos con que la crisis del movimiento agro-urbano se incrementa durante la segunda guerra mundial. Un dato histórico y bello de este momento fueron las propagandas gráficas del gobierno de Estados Unidos que invitaban a formar parte de los huertos urbanos "Victory Gardens". Se necesitaba producir una gran cantidad de alimentos y la mayor parte de la mano de obra estaba en la guerra, entonces, la estrategia fue movilizar a las mujeres de hogar a agruparse en los huertos para alimentar a una nación entera”.  

Paul Ramírez-Jonas, con Scale Model, 2000, escultura o maqueta funcional del sistema solar, usa el diagrama ubicado en la base de la maqueta, las frutas se pueden organizar para representar cualquier mes del año 1968. Explica Paul: “Cada una de las posibles configuraciones remite a momentos políticos cruciales en donde Estados Unidos tiene un protagonismo particular, algunos de estos eventos son: 4 de abril, asesinato de Martin Luther King Jr; 3 de mayo conocido como el “Lunes Sangriento”, marcó uno de los momentos más violentos para el movimiento estudiantil de París; 6 de junio asesinan a Robert Kennedy; Estados Unidos continúa su guerra contra Vietnam del Norte y el movimiento hippie cobra fuerza; 2 de Octubre, la masacre de Tlatelolco en la Ciudad de México y 21 de diciembre, la nave espacial Apolo 8 es lanzada a la luna”. Para el artista el sol es una vela en una lámpara a prueba de fuego. Las frutas están destinadas a descomponerse. La vela se debe reponer diariamente y se quema durante 6 horas.

La instalación de Sergio Rojas Chaves, Breadhomes, 2018, bollos de pan y madera, parte de la serie Tools for Bird Hospitality, es realizada a partir de pan descartado de panaderías, que se transforma en hogares para aves. Comenta: “Toman en consideración las necesidades de las aves al presentarles la opción de comerse la casa o utilizarla para anidar. El proyecto surge de una investigación en torno a las prácticas y rituales de cuidado de aves silvestres en el día a día, que, sobretodo, se enfocan en la alimentación y refugio”.

Algunas otras propuestas que componen INGESTA, son de Lía Vallejo, Los nutridos, 2019, dibujo en tinta sobre papel. Elyla Sinvergüenza, San Pedro-Carrera de Patos, 2019, registro de performance. Milena García, La cena, 2019, óleo sobre papel. Gabriel Rodríguez, Frijol estomacal, 2019, lápices de color sobre papel. Christian Pérez-Vega, Placeres ordinarios que fácilmente se convierten en dolor I y II, 2019, lápiz sobre papel. Libertad Rojo, Bodegón XXI, I y II, 2019, inyección de tinta sobre papel. Fernando Cortés, Hambre, 2019, registro de performance.

Beatriz Cortez se mexhibe “Generosity I”, 2019. 
Foto cortesía de TEORética

En conclusión
El tema de la comida en el arte posee distintos referentes en el tiempo y espacio, así como aproximaciones técnicas y conceptuales. En el conversatorio introductorio se comentó que, Virginia Pérez-Ratton, realizó a inicios de los noventa, varias muestras con sus grabados producidos en Francia y/o en su taller La Tebaida, en Concepción de Tres Ríos. Se recuerda además los caramelos de Priscilla Monge, en cuyo interior dispuso dientes humanos, provocando asco al lamer el fondo de la golosina. En 2009, Guillermo Vargas-Habacuc, en Via Ventura 6, Milán, Italia, invitó al público a inaugurar su propuesta, que consistía en un video proyectado en las paredes de la sala. En las fotografías de la acción se aprecia al público ingiriendo los bocadillos, pero no se percataban que la gastronomía, era parte de la discordia o jugada del arte. Habacuc comentó: Se recolecto el sudor de personas inmigrantes: un cocinero egipciano, una trabajadora del sexo nigeriana, un constructor marroquí, un albañil rumano, un vendedor ambulante senegalés, y un conserje peruano. Posteriormente, con el sudor, se prepararon varios alimentos, los cuales fueron servidos y consumidos por los asistentes ese día del agasajo. Después, fue proyectado el vídeo de la preparación de los alimentos. (Vargas, G. Habacuc. Documentación del evento 2009).

El tema del comer en el arte contemporáneo, posee dramáticas percepciones, cuando conduce altos índices de obesidad, con consabidas afectaciones a la salud, una de las problemáticas más angustiantes, cuando la publicidad y el marketing impelen a consumir, y se vuelven tácticas de dominación y hegemonía. 

Curador: Adán Vallecillo (Honduras). Artistas participantes: Benvenuto Chavajay Ixtetelá (Guatemala), Fernando Cortés (Honduras), Beatriz Cortez (El Salvador/EEUU), Carlos Fernández (Costa Rica), Milena García (Nicaragua), Sandra Monterroso (Guatemala), Christian Pérez-Vega (Panamá), Raúl Quintanilla (Nicaragua), Caroline Lacey (EEUU) y NadiA (El Salvador), Naufus Ramírez-Figueroa (Guatemala), Paul Ramírez-Jonas (EEUU/Honduras), Abigail Reyes (El Salvador), Gabriel Rodríguez (Guatemala), Sergio Rojas Chaves (Costa Rica), Libertad Rojo (Panamá), Christian Salablanca (Costa Rica), Elyla Sinvergüenza (Nicaragua), Lía Vallejo (Honduras), Stephanie Williams (Costa Rica). Abierta hasta el 15 de Febrero 2020.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Jorge Bonilla: “Los Olvidados” Los que quedaron atrás, y no tienen marcha en reversa

El abordaje central a esta nueva propuesta artística de Jorge Bonilla, implica lo que él llama “Los Olvidados”; personajes que deambulan por todas las ciudades del mundo y los hacen como el ciclón, sin rumbo cierto. Estos dibujos son como un espejo rotante en todas las dimensiones del espectro visual, devuelven las miradas al transeúnte citadino, quien camina cabizbajo, mirando de reojo ese signo de adversidad, hoy vivenciado por esta sociedad actual tan enfilada hacia la degradación. 


Jorge Bonilla: “Los Olvidados”. 2019. 
Dibujo pincel seco sobre tela. Foto cortesía del artista.
Esos personajes puede que representen al pordiosero o marginado, al oprimido por la droga que lo esclaviza y la deshumanización social que no deja de ser una constante desfavorable y alarmante. Retrata a los oprimidos, quienes, sin techo, vestimenta, ni alimento, intimidan con la desesperanza y el desamor, tan propios de un tiempo de incertidumbre y de no saber hacia dónde ir; la única certeza tenida en esta condición de fatalidad es la cripta, la cual, tal y como expresó el poeta nicaragüense Rubén Darío: “nos espera con sus fúnebres ramos”.

Al borde del abismo
De inmediato, al apreciar esos dibujos de gran formato (140 x 140 cms, acrílico negro sobre tela), que expone a partir del 26 de setiembre 2019, en Casa de la Ciudad de Cartago, Costa Rica, suscita, provoca, engancha, y tal como es común en mi al abordar la tarea del palimpsesto: quien escarba en la realidad del arte para sacar a flote los significados, no puede faltar un nuevo acercamiento a las páginas de la literatura, evocando, esta vez, al controversial Víctor Hugo, con “Los Miserables”, 1862. La novela entraña sus reflexiones sobre el bien y el mal, para fustigar a la ley, a la justicia; sin titubear un instante en su posición respecto a la ética, la religión y la política. Escribir estas notas me motiva a recordar décadas atrás, cuando al bautizar a un recién nacido en la iglesia católica, le era vedado llevar el nombre de aquel escritor francés, y eso declara la tensión entre el literato y la Iglesia.

Jorge Bonilla: “Los Olvidados”. 2019. 
Dibujo pincel seco sobre tela, 140 x 140 cms. Foto cortesía del artista.

Jorge Bonilla, es otro artista de la camada de dibujantes que aporta la provincia de Cartago al arte costarricense actual. En su trabajo se aprecia la influencia del maestro Fernando Carballo, por la creación de grandes retratos en blanco/negro, y una depurada técnica del pincel seco sobre tela. Para manifestar las inquietudes existenciales de esta serie, Bonilla se apropia del más fiero contraste, signo de dramatismo y oposición al poder, a aquel ojo que mueve la mira 24/7 hacia las masas urbanas para detectar, no la contrariedad natural, sino la disidencia al engendro del mercado: Cuando no damos la talla como consumidores, somos y seremos ninguneados como esos ciudadanos que ya perdieron hasta la etiqueta de pobres, considerados como topos que reptan entre el hollín y el barro de las zonas inferiores a la piel de la ciudad, en los estratos insondables de la nada y la descarnada desesperanza.


Jorge Bonilla: “Los Olvidados”. 2019. 
Dibujo pincel seco sobre tela, 140 x 140 cms. Foto cortesía del artista.

Las motivaciones del artista
Él comenta que durante un viaje que hiciera Nueva York, abocetó retratos de aquellos miserables ante las inclemencias del clima y las miradas crudas de los cientos de miles de caminantes que atraviesan las vías y trazos inciertos de la gran mega urbe identificada con el símbolo de la manzana. Agrega que, a su regreso, dejó los dibujos en un anaquel en el estudio, y permanecieron olvidados por el tiempo, pero de pronto despertaron su sensibilidad, recordando aquellos gestos de desesperación, que critican a los políticos y sociólogos, estudiosos de las calamidades urbanas, pero que no arreglan nada: Escriben miles de páginas en discursos y libros, aunque en realidad las cosas se hunden cada día más.

Fue entonces que descubrió a los oprimidos, a los santos cristianos que no ven hacia un horizonte por estar clavados a la gran cruz de esta sociedad, cobijados entre cartones, y latas vacías extraídas de los botaderos de inmundicia, subproductos de una sociedad capitalista cuya miopía no ha sido capaz de acertar con el control de la crisis, donde hoy todo es pobreza, contingencia, vicisitud, espasmo por el hambre. Un trago amargo para la historia de la humanidad.

Jorge Bonilla: “Los Olvidados”. 2019. 
Dibujo pincel seco sobre tela. Foto cortesía del artista.

Felicidad comprada
Uno de los personajes dibujados por Bonilla, y de cuerpo entero pues los demás son retratos, trae entre manos un muñeco, de esos con que el “marketing” engatusa a la niñez, y por contraste utiliza el color en la figura, para hablar de la “cajita feliz”, que impele a comprar, y que -si no lo hacemos, sino se compra y consume-, advertiremos el aletazo del monstruo del desasosiego, la tristeza del mundo reflejada en las miradas y el gesto rabioso de la globalización. Esa es una conducta propia de la bestia agazapada detrás de la tecnología, de las grandes redes controlando los cuadros de venta y elevación de riquezas, mientras que al desvalido solo le queda apretar esa caricatura de juguete entre sus manos, fetiche urbano qué, al apoderarse de nuestra capacidad de raciocinio, impele a gastar o a morirse de rabia ante la incapacidad.

Me recuerda el pensamiento del filósofo polaco-británico Sigmund Bauman, cuando sentencia: “Lo primero, he de admitir que hay muchas formas de ser feliz. Y hay algunas que ni siquiera probaré. Pero sí que sé que, sea cual sea tu rol en la sociedad actual, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda.”(Bauman, entrevista por Gonzalo Suárez, 2016)

Jorge Bonilla: “Los Olvidados”. 2019. 
Dibujo pincel seco sobre tela. Foto cortesía del artista.

Esa idea de precariedad y desesperación, que abriga Jorge Bonilla y que transmite a sus retratos y personajes, en aquel muñeco a color ante la gran pantalla del claroscuro y del dramático blanco y negro, testimonia nuestra realidad ante los nuevos filibusteros que se ensañan con armas psicológicas para defender sus líneas de penetración: Hoy los nuevos campos de batalla no son fusiles ni las teas incendiarias, hoy son las tiendas, los malls, las cadenas alimenticias, y el arma apunta al estómago, o a la fantasía de la infancia, y en tanto los padres no poseen estrategias para educar, y la educación renquea y es símbolo de domesticación.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

Inés Verdugo: Bajo sospecha Vulnerabilidad y desasosiego en el arte contemporáneo

Ante todo, y para iniciar el abordaje, apreciemos el escenario de signos expuestos en “Bajo sospecha”, en tanto son rudimentos a indagar en la Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), de setiembre a noviembre 2019, con esta propuesta de la guatemalteca Inés Verdugo, curada por Daniel Soto. Es una muestra donde advertir el pulso de la ansiedad y el suspenso en el arte actual, expresados con pocos indicios y una noción de vacío como entorno. 

Bajo sospecha de Inés Verdugo. Sala 1.1. Foto cortesía del MADC.

De inmediato al ingresar al espacio expositivo, el observador advierte que no está presenciando una exposición más de lo acostumbrado en arte contemporáneo. Se halla ante una trama quizás detectivesca, concebida en instalación, articulada por estratos, de manera que la lectura va a darse hacia lo profundo, cavando entre señalamientos y causales, dispuestas en las capas de hiriente realidad.  En tanto son registros de la memoria, provoca escozor y reflexión, acerca de las conductas humanas y la creciente deshumanización.

Bajo sospecha de Inés Verdugo. Sala 1.1. 
Foto de A. Artavia cortesía del MADC.

Registro del proceso
El impulso percibido ante tan singular estímulo de visitar la muestra, es respirar profundo, para sentirse afianzado sobre el pavimento del museo, así iniciar a colectar anclajes y rastros: El primer estrato es un conjunto de relieves en papel de grabado, representan numeraciones de placas o matrículas de automotores, todas en blanco, dispuestas a distintos niveles, con textos escritos a mano y a lápiz de grafito, complejos de leer por la altura y el carácter caligráfico diminuto. 

Apunta al minimalismo, sensible y cuyos registros aparecen a veces imperceptibles, pero provocan tensiones de significado, que se aluden mutuamente; en este caso se da entre los grabados, números y textos entre los cuales ocurre la sinergia. Habrá otros actores materiales que van apareciendo movidos por la incertidumbre y que en ese momento, uno, como espectador, siente que le mueven el piso y se declara no saber nada del arte.

Bajo sospecha de Inés Verdugo. Sala 1.1. 
Foto de A. Artavia cortesía del MADC.

Pero llegamos al MADC revestidos por el ojo del investigador, lupa en mano y adiestrados en leer signos, y, por supuesto, la misión de sacar a flote la interpretación. Se expone un cuaderno de apuntes con ventanillas agujereadas que atraviesan todas las páginas, bajando hasta el estrato de la tapa, donde fueron pegadas pequeñas fotografías de personas, y anotaciones en las distintas páginas que son protocolo del investigador, para cotejar datos y elaborarlos como información del caso. También se exhibe una falda colgada de lo alto, que tiene el curioso detalle de estar cosida a cierta altura, para repeler cualquier intento morboso.      

Como en muchas de las investigaciones delictivas, los indicios son pocos, requiere especular directrices, intuir rutas para salir a flote de esas aguas turbulentas, como las de la sociedad actual que enmarca esta artista: la ciudad de Guatemala lugar de residencia y donde ocurrió el acto de estudio. El caso proviene de una experiencia de la vida diaria y que ocurrió a la artista, cuando fue abordada dentro de su propia casa por maleantes que la despojaron de valores familiares, e intentaron violarla. Emocionalmente el caso dispara grandes detonantes, sociales, culturales y humanos, pues deja secuelas e imbrican los distintos estratos de lo expuesto. 

Bajo sospecha de Inés Verdugo. Sala 1.1. 
Foto de A. Artavia cortesía del MADC.

Entrar al espacio del museo, y asumir el desafío de interpretar a la artista, y a su obra, implica ir hacia el corazón mismo de la naturaleza humana, donde se gestan los conflictos, y detonan ecos de las calamidades sociales que nos mantienen en vilo, apantallando una realidad que no existe, pues la verdad es cruda. De ahí esa visión de registros de investigación: números de placas, direcciones, teléfonos, marcas, apodos, huellas, cicatrices, vestimentas, indumentos y nombres que van a ser revisados y anotados en las actas de reconocimiento y comprobación.

Inmediatamente, y como suele ocurrirme, todo eso me conectó con dos libros detectivescos muy representativos en la cultura literaria guatemalteca: “El hombre de Montserrat” de Dante Liano, y “Ningun lugar sagrado” de Rodrigo Rey Rosa. Se vivencia angustia y perplejos estados del alma, de cuando la rueda de la fortuna marca el punto más bajo y álgido, pero es cuando comienza a resarcir fuerzas para empujar y llegar de nuevo a la cúspide. No se escapa de mis evocaciones alguna trama novelesca de la Susanna Tamaro quien trata estas provocaciones a la discordia, y al dolor que se esconde.

Bajo sospecha de Inés Verdugo. Sala 1.1. 
Foto de A. Artavia cortesía del MADC.

Delante de tanta perplejidad, era necesario buscar algún sostén con palabras de la misma artista, quien aduce: “En forma de novela policial se narra una historia y cómo esta, repercute en la psique humana entre la obsesión y la neurosis, entre lo real y lo imaginario”.

Quizás el sino más complejo de interpretar, es qué hace aquella falda cosida y colgada en el espacio de la sala, presencia femenina, arremete con furia en la conciencia colectiva, que no tiene tácticas eficaces para combatir esos grados delictivos y acecho contra la mujer. Al respecto, y con esto termino mi interpretación de “Bajo sospecha”, con las palabras de la artista en el texto que acompaña la muestra, quien aclara la persistencia del enigma, y declaración de agredida: “El día del asalto en mi casa yo llevaba una falda morada, y sabe qué pasa cuando una mujer usa una falda, que ésta se puede levantar muy fácilmente”. El curador infiere una frase cuya interpretación cierra el caso: “Esta fue la última ocasión en la que ella usó una falda. Por que cosió todas las faldas para proteger su vulnerabilidad”.