viernes, 31 de mayo de 2019

Campo de batalla

Comentario del Segundo Salón Nacional de Artes Visuales 2019, convocado cada dos años por el Museo de Arte Costarricense; edición abierta del 16 de mayo al 30 de agosto del año en curso.

(Primero que todo explico que vuelvo a retomar el espacio de Árbol de Miradas, blog personal de comentarios de arte, caracterizado por textos en proceso, revisados y sintetizados para publicar en Wall Street International Magazine, u otros sitios de discusión del pensamiento y crítica).

Vaya sorpresa nos llevamos al ingresar a la sala principal del Museo de Arte Costarricense (MAC), para apreciar lo expuesto producto de la convocatoria al Salón Nacional de Artes Visuales 2019. Un evento de muy amplia participación, cuando trasciende que acudieron más de trescientas veinte piezas, y fueron seleccionadas 41 obras, de 32 artistas connacionales provenientes de los cuatro puntos cardinales del país, propuestas validadas por un jurado internacional conformado por Caroll Yasky de Chile, Choghakate Kazarian de Francia, y Juliana Gontijo de Brasil.
Y digo sorpresa, en tanto al examinar el contenido de los galardonados, y en particular en medios bidimensionales, que fue premiado un retrato al óleo, un género casi desaparecido del medio visual costarricense muchos años atrás, y que impulsaron pintores como Enrique Echandi, Luisa González de Sáenz, Gonzalo Morales (padre e hijo), entre otros. Entonces, uno se pregunta, qué nos quieren dar a entender el jurado con esta designación, cuando en esta edición abunda la pintura, e incluso fueron escogidas dos acuarelas de paisaje de Adrián Valenciano, una técnica que aunque en el medio local posee protagonismo, no alcanza a ser punta de lanza dentro de los discursos de lo contemporáneo.
Esa singularidad me motivó a devolverme a releer las bases del certamen, en el párrafo en el cualrefiere a la convergencia de lenguajes: “El Salón, se planteó como un espacio de visibilización y valorización de las prácticas artísticas actuales en nuestro país. Permite a la vez tener una visión global de la producción nacional en el campo de las artes visuales, en un momento de convergencia de fórmulas tradicionales, modernas, contemporáneas e híbridas en la creación y conceptualización de las artes visuales”. (MAC. Bases del Salón 2019).
Ruth Bonilla, “Retrato del Padre”, óleo, 2018

¿Un giro del MAC? 
Importa afirmar, que, el evento representa un punto de inflexión en el derrotero marcado por el arte costarricense actual, pues, si bien recuerdo en los Salones de los años setenta, cuando se realizaban en el Museo Nacional, los premios ya apuntaban hacia resonancias referenciales de las vanguardias, principalmente de los sesenta. 
El de 1974, fue premiada una mixta de Gerardo González, “No hay pescado”, 1974, que aludía a la crisis climática que ya afectaba en esas décadas a los pescadores del golfo de Nicoya. El premio 1977, otorgado a Rafael Ottón Solís, “Al Norte con Nicaragua”, fue aun más provocativo al abastecer una vertiente de las manifestaciones del arte político, que no tenía precedentes en el medio local, y utilizaba materiales muy disímiles dentro de las facturas artísticas, cuando las técnicas premiadas eran el óleo, la acuarela, la escultura, y el grabado. La fotografía apareció en la edición de 1993, en el Salón Nacional de Fotografía Gómez Miralles, 1993, ganado por Giorgio Timms con “Alajuela 1986”; y el Premio Nacional del Salón de Dibujo Dinorah Bolandi, galardonó al artista cartaginés Jorge Koky Valverde (QEPD).
Que el Salón 2019, premie un retrato tan singular, nos lleva a revisar los planteamientos y misión del museo actual, como un tablero del ahedrez donde intrincan las tácticas de la batalla, terreno para regenerar lenguajes y discursos, que concurra a sus espacios la confrontación, el debate y valorización de las prácticas artísticas. Ese mapeo engloba desde los pilares que sostienen nuestra cultura, tan matizada por la diversidad, hasta las más resientes manifestaciones, y repito lo establecido por la convocatoria: “En un momento de convergencia de fórmulas tradicionales, modernas, contemporáneas e híbridas en la creación y conceptualización de las artes visuales”. 
Ana Victoria Murillo, “Ofrenda a la feminidad I y Ofrenda a la feminidad II”, cerámica, 2019.

Wilson Ilama “Campo de entrenamiento para soles fracasados”, 2019,

Desasociego y gozo
Aunque en mi caso personal, esa pintura premiada no es el carácter del arte de mi predilección, y me provoca sentimientos encontrados, se trata de un personaje muy sombrío pintado por Ruth Bonilla, “Retrato del Padre”, óleo, 2018, poseedor de una mirada que engulle a meditar acerca de la realidad de muchos individuos afectados por el pathosde la urbe contemporánea, los migrantes, los vendedores ambulantes, los alcohólicos y drogadictos, realidad que detenta con sus monstruos, e impactados por las contingencias: Argumenta la deshumanización que implica el poder, (el marketing), que desplaza a otros estados a las personas que no aparecen en la categoría de consumidores en los monitores del comercio, ya no solo nacional, si no internacional.
Estos y otros pensamientos surcaron mi conciencia crítica, sumado a que dentro de los seleccionados se exhibe mucha pintura de las cuales algunas podríamos calificar de “costumbristas”, y me pregunto ¿sí esa tendencia del “populismo político”, podrían tocar también los terrenos ya escabrosos del arte costarricense?
Examinando lo ocurrido en el pasado Salón de 2017, la designación en la categoría bidimensional distinguió a Sara Mata, por su importante fotografía digital “Trópico para llevar”, 2017. Se premió a Luciano Goizueta por su trabajo “The American Home”, 2017. Javier Calvo obtuvo el Premio Tridimensional por “Águila”, 2017, reinterpretación de un monumento nazi construído en la cuesta del fierro de Tres Ríos en 1939; propuesta álgida en tanto despertó sentimientos antinazis y acaloradas propuestas en redes. Evoco también latela de Fabrizio Arrieta, “Paisaje Costarricense”, 2017, entre otras obras que calaban el conceptualismo y expresiones de punta. Se premio además, en ese Salón 2017, a José Sancho con una Mención Honoríca por sus esculturas “Tecolote blanco y Sotemeyes”.
Stefanny Carvajal, “Confesión IV”, 2019.

Marcela Araya. Paisajes itinerantes”, “quiltings” de plásticos, 2019.

Ahora, para la edición 2019, ese carácter del arte contemporáneo es el menos, dentro de tanta pintura, tampoco se aprecia la fotografía, y hay poca instalación, tan solo evoco a dos poéticos e intimistas cuadernos, testimonios escritos y cosidos a mano por Stefanny Carvajal, “Confesión IV”, que abordan las posiciones beligerantes de las artistas, y “Leyéndome”, de Irene Calderón Fernández con dos pinturas muy contemporáneas por su tratamiento del color y el plano, dando una mirada cuestionantes a las situaciones actuales de género.
En la sala adjunta al salón prinicipal se aprecia “Paisajes itinerantes”, “quiltings” de plásticos, 2019, de Marcela Araya, montaje que requería un mayor espacio para ese globo tan cargado de provocación y emocionalidad. La propuesta de Alessandro Valerio connota un discurso cecano a lo “Povera”: “Maíz pujagua”, montaje en pared, 2019, que propone observar el material natural ensortijado con el paso del tiempo. También en la zona del conceptualismo duro, se aprecia una única instalación, la de Oscar Figueroa y Jeffry Ulate, “Avistamientos”, 2019. 
Caminando entre las salas y deteniéndome a observar lo que era más acorde con mis deseos de apreciar diversidad, y asintiendo en mi percepción de que el arte actual nos sume como en una reyerta, me intrigó profundamente aquel monstruo de vaca, no de dos cabezas pero sí de dos rabos, pintada por Andrés Murillo Morales, “Obit anus, abit onu”, 2019, óleo sobre tela, 250 x 188 cms, abominable contradicción transitando por una de las avenidas más congestionadas de la capital, aseveración de que el tránsito vehicular es eso, una bestia que defeca donde menos se espera; pero, y sin embargo, en el cristal de mi percepción vuelve a avistarse a otra “bestia”, la del mercado.
Alessandro Valerio “Maíz pujagua”, montaje en pared, 2019. Foto cortesía del artista.

En otrra de las salas adyacentes, se exhibe una pieza torneada en cacao puro, que me detuvo a examinar su gracia, “Forma oral”, 2019, de Juan José Alfaro, y “Augusto”, de Susan Rojas Corrales, una deconstrucción diédrica del cubo o exaedro platónico, en concreto armado con molde de madera, 2019. Esta escultura de Rojas evoca el poder hegemónico de los césares romanos, que hoy se traduce al lenguaje moderno, pero siempre es un trono y aunque en alto grado de abstracción geométrica tridimensional, atiza el fuego que afecta a nuestras tan escuálida economía nacional, ante el despliegue publicitario de las grandes cadenas comerciales que extienden sus tiendas en los mega-malls, lo cual, tal y como los llamaría Mark Auge, “son no lugares o sitios del anonimato”, y territorialidades cargadas de complejas nociones neohegemónicas y de la precariedad de lo actual.
Susan Rojas Corrales. Augusto”, 2019. escultura.

Juan José Alfaro. Forma oral”, 2019.

En la categoría Tridimensional fue premiada Ana Victoria Murillo, por “Ofrenda a la feminidad I y Ofrenda a la feminidad II”, cerámica, 2019. Tal y como señalan las jurados en el acta de premiación, “evocan una corporalidad ancestral y terrenal”. Comento que me gusta eso de “ancestral”, pues en tanto son arcilla, tierra y agua, un cariz de nuestras culturas originarias, puede que graviten en un discurso de descolonización, son visiones rebeldes, juguetonas y hasta sensuales. Cito de nuevo el acta de premiación respecto a las piezas de esta ceramista:
La calidez nutritivade las mamas es combinada con el salvajismo amenazante de su multiplicación. Unaambigüedad inquietante se presenta entre lo animal y lo humano, a lo cual se suma laimprecisión de la funcionalidad de las obras. Tanto la materialidad y la técnica empleada como la iconografía, transmiten con gran fuerza una dimensión atemporal significativa”.(MAC. Acta del Jurados Salón 2019)
La propuesta ganadora de Medios Múltiples, el videoarte de Wilson Ilama “Campo de entrenamiento para soles fracasados”, 2019, utilizo sus propias palabras escritas en el statement presentado al jurado: “pertenece a una investigación que reflexiona sobre la articulación del paisaje como fenómeno sensorial, y las problemáticas existencial e introspectivo que siempre busco en el estudio de mi entorno".
Ese giro circular o contínuumen el video de Ilama, del eterno retorno, sugiere la vida, el cotidiano, el enfrentamiento de tensiones vivenciales donde cada quien pone una huella, y que son avistadas por el pensamiento crítico del artista. Suma a los medios audiovisuales la pieza de Johan Phillips, “Ruta 32”, 2018-2019, la cual revisa la construcción de nuestra nacionalidad en una perspectiva de imáginas fijas con un desfile de frases que fijan nuestra historia. También se expone a Luciano Goizueta, con “Colección de ahoras”, 2019.
Andrés Murillo Morales, “Obit anus, abit onu”, 2019, óleo sobre tela, 250 x 188 cms.

Examinar reacciones
Quizás que mi reacción inmediata y que manifesté en un posteo en mi muro de FB, es que, aunque salí tan confundido de como entré, afectado por el signo fiero de la incertidumbre -aunque a menudo lo acoto como positivo que exista como antagonista-, es que en lo expuesto hay gran variedad, contrasta y sacude lo que estamos acostumbrados a ver en estos eventos. No es quizás lo que yo quería ver, ni cuadra con mis saberes, y eso me remueve el piso. Transparentándolo con lo que exhiben otros museos como contemporáneo, cuando mucho de ese arte ha caído en el facilismo y fórmula degradadas en lo banal, o la alocada referencialidad para agradar a los jueces o curadores, estas propuestas montadas en el MAC abren un signo de interrogación, que no es para menos, pues pudiera ocurrir mucho más, y esa esperanza pre-cognitiva, hace girar y dirigir las antenas del presente hacia el futuro.
Qué bueno que nos cuestionemos el quehacer de nuestras prácticas, ante una noción de la realidad tan afectada por la crisis, y de que mucho del público cercano a las artes, quien adquiría obra para sus colecciones privadas, hoy nos dan la espalda, y el enemigo (el marketing y el filibusterismo moderno), es un monstruo de dos cabezas o dos rabos, que nos ningunea y pretende hacernos creer que no somos nada, como dije, si nuestras cuentas no aparecen en sus numerales del consumismo acelerado. 
Que importante es reflexionar sobre estas problemáticas y que el MAC de crédito a las tantas preocupaciones de los artistas locales, que muchos la estamos pasando mal, y muchos nos sentimos borrados del mapa.
Illama, nuevamente nos trae luz al respecto: “Más allá del paisaje como un género artístico, la reflexión de este trabajo coloca en un solo plano un abordaje lúdico e irónico de la realidad costarricense, utilizando un actor -como el paisaje- que pasa desapercibido por sus máscaras bellas y sublimes, pero que, resulta un vehículo viable para entablar discursos con nuestro entorno -no topográfico-“.
Fueron seleccionados los artistas:
 Adrián Valenciano, Marina #53, y Paisaje Rural y Paisaje Rural #432019. José Alejandro Robles, El conejo que siguen los perros no es conejo, 2019. Pía Jimena Chavarría, Usted y yo, 2018. Arturo Sánchez, Vuelo Gandoca, 2018. Susan Rojas, Augusto, 2019. Irene Calderón, Todo sobre la mesa, y Leyéndome, 2018. Juan Carlos Ruiz, Descansa sobre la floresta, y, A lo lejos, 2018. Héctor Esteban Granados, Homenaje, 2019. Valeria Fioroni, Interestelar, 2018. Felipe Martínez, Ideario II, 2019.Juan Carlos Herrera, Estudio de autorretrato 1.1 y 1.2 Yo (no) soy Batman, 2018, Karen Olsen, Autorretrato, 2018. Jonathan Rodríguez, En construcción (Josué Delgado), y, Ojos de vidrio (Raúl Abarca), 2018. Allen Rojas, Mirada y expectativa, 2019, y, El relato de Cuasrán, 2019. Alessandro Valerio, Maíz Pujagua, 2019. Johan Phillips, Ruta 32, 2018-2019 y Luciano Goizueta. Jeffry Ulate y Oscar Figueroa, Avivamientos, 2019. Eduardo Rojas Lizano, América – Colonos / África – Coltán, 2019. Ruth Bonilla, Retrato de padre, 2018. Ana Victoria Murillo, Ofrenda a la feminidad I, y, Ofrenda a la feminidad II, 2019. Luciano Goizueta, Colección de ahoras, 2019. Estefanny Carvajal, Confesión de una hermana mayor, y, Confesión IV, 2019. Marcela Araya, Paisaje I, y, Paisaje II, 2019. José Miguel Rosales, Pornodiario, Objeto, 2019. Gabriel Riggioni, Libélula y viejillos con anteojos, 2019. Andrés Murillo, Obit anus, abit onu, 2019. Wilson Ilama, Campo de entrenamiento para soles fracasados, 2018. Daniela Acuña, Estudios de Gesto, 2017. Alonso Umaña, 72 ensayos de la memoria espacial, 2017. Juan José Alfaro, Forma Oral, 2019. Ivanna Yujimets, Qué calor hará sin vos en verano, 2019.
 Irene Calderón. Leyéndome, pintura, 2018.

Reflexión final
En los años noventa del siglo anterior, se hablaba de que, para alcanzar armonía en la estructura social era importante considerar todos los componentes, que, si uno solo faltara o se discriminara, lo resentiría todo el sistema (una visión de la TGS). Hoy, me parece que se cumple esa expectativa, fueron consideradas como dije, no solo géneros como el paisaje, sino tendencias, como el exotismo, el costumbrismo, el surrealismo, el naif, y cada pieza expuesta posee una voz, que será escuchada en la medida de silenciar el rumor de fondo, el de la sociedad: La ciudad, con detonantes como la economía, la política, las tensiones sociales en el área tales como la migración y los conflictos en Nicaragua y Venezuela, la discriminación de género, raza, preferencias sexuales, entre otros. 
Si logramos mantener una conexión con esos actores sociales, escucharemos las palabras de cada artista puestas o escritas en sus creaciones, leeremos y sentiremos sus “vibraciones profundas”, recordando “El Artista y la Ciudad”, 1998, del filósofo español Eugenio Trías cuando introduce su concepción de los textos. 
Qué importante que ahora se nos ponga tan cuesta arriba la lectura del arte en el Salón Nacional, 2019, esperando que concurra el que celebre los Doscientos Años de la Independencia Patria, en 2021, y el museo nos vuelva a remover el piso y sacudir lo que sabemos de ese “campo de batalla”: el arte.

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jueves, 13 de diciembre de 2018

Chimbombazo: Actos de reparación

El espacio C.R.A.C.Art, en barrio Aranjuéz, San José, auspició un singular evento organizado por el Centro Cultural de España en Costa Rica, frutos del programa “Residencia de Artistas en Tránsito”, que durante estas semanas removió la adormecida cultura tica, con el grupo conformado por Federico Alvarado, Fredman Barahona, Paulette Franceríes, Ricardo Huezo, Alessadro Valerio y Darling López.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.


Chimbombas amarillas
En torno a un símbolo hecho de globos inflados (Chimbombas, en la jerga nicaragüense), acolochados, a punto de soltarse, con antelación –tal y como actúan los signos en la comunicación-, nos puso en aviso de que ahí sucedería un algo más que apreciar el trabajo del grupo, reunido para la investigación y manifestación de los lenguajes del arte contemporáneo. Ése -el referido árbol de la vida que el colectivo ensambló en forma de árbol-, es un símbolo más de aquellos terribles mamarrachos que la vicepredidente de Nicaragua Rosario Murrillo, colocó por toda Managua, como si con se rito propiciatorio paliara los males que aqueja a nuestra vecina república, y que con los primeros actos de protesta de los auto convocados, en abril 2018, fueron depuestos, demostrando el odio que el pueblo nica resiente, a la cúpula dictatorial que los gobierna.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Y eso es precisamente lo que me encanta del arte de los jóvenes emergentes, en ese caso de artistas que han crecido en torno a Espira Espora,y la acción de Patricia Belli. Cuando uno entra a la sala, es incapaz de saborear siquiera algo de la sopa del arte que ahí se cocina, pero en la medida de confrontarse a cada pieza expuesta, fluyen los aromas de los ingredientes y empieza a ceder la interrogante., la sustancia.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

De entrada, un corte transversal de tronco -al cual se trazó la temible silueta de los árboles de la Rosario, volcada-, me brinda un hilo que debí tejer en la medida de situarme en la propuesta, como una brecha desde la cual advertir la escaramuza del arte. En frente a la “chuleta” del tronco, dos pinturas de pequeño formato -y que no doy nombres pues, al parecer, la firma es del conjunto de residentes a esa resistencia pacífica al conflicto ante las prácticas de poder. La primera erige la memoria de Sandino alardeado por trazos pastosos y color, como pasando por el crisol de la creatividad la insigne memoria del caudillo; y la otra, vuelve a acentuar la presencia de los hierros tirados por la sublevación pacífica de los estudiantes universitarios, las madres, los intelectuales y el pueblo que demuestra rechazo ante la patraña de los Ortega-Murillo.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Memoria de gestas heroicas
La muestra se compone además de varios videos, videoperformances, pinturas, dibujos, y registros o archivo constituido por fotos, aparataje tecnológico donde corren esas mismas evocaciones a las gestas actuales que nos empujan a reflexionar no solo en el presente conflicto, sinotambién en el pasado del istmo, temple de la conciencia delante de las tensiones hegemónicas y del filibusterismo moderno que pretende administrar las vidas de la población, resueltas a su manera, acto que nos recuerda el “Destino Manifiesto”, de Walker, por lo cual guerrearon los antepasados para evitar la esclavitud de potencias, que hoy en día, nos llegan con otros ardides, y nuevos mecanismos de poder.

Pero el suspenso de lo esperado hervía la conciencia de los asistentes a la sala, lo prometido era “CHIMBOMBAZO”, un performance, que en mi caso pensé que serían liberados los globos, como en una de las pinturas expuestas, para que surcaran los aires y frías ventiscas de este diciembre; pero nos fue repartido un alfiler y ahí fraguó el entendimiento, todos seríamos parte del remover los símbolos por los cuales aún se protesta. De pronto los espectadores se lanzaron con odio hacia el árbol de globos para pincharlos, estallarlos, engalillando el grito de “Chim-Bom-Bazo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Urdimbre de una historia que se repite
Intentando enlazar el significado, y sobre todo la moraleja que se deduce de esos “Actos de reparación”, es que el pueblo nicaragüense, representado por el arte de sus jóvenes artistas, está herido. Pero he aquí lo que dedusco, y que me parece pernicioso de que permanesca en la conciencia de la juventud: que en el fondo prevalesca un odio, no por el metal con que construyeron esos símbolos, sino por la madera, por el árbol, que cada día es devastado para comerciar el divino fruto de la tierra. Sobre todo y cuando se critica a nuestro hemano país de talar sus bosques naturales, para comerciar indiscriminadamente. Trasciende que los artesanos nacionales, que elaboran sus productos con ese preciado recurso material, van a Nicaragua a comprar la materia prima, pues acá en el país se tiene rigurosas prohibiciones a la deforestación, e incluso, son inventarios por EPS para controlar cualquier intento de explotación. Lo que me preocupa es que nuestros vecinos del norte se ensañen aún más ante esos signos feacientes de la testarudez de sus gobernantes, y en vez de sembrar árboles, destruyan el remamente.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

Aquí aparece de nuevo la manifestación del arte político, cuando su mensaje es incómodo hacia ambos lados del borde fronterizo, donde se gestan problemáticas como el poligallerismo en Crucitas, empujado por la fiebre del oro, o los accesos de la rebelde policía sandinista a las fronteras nacionales, en tanto que aquella cúpula de matones anunció una táctica más de penetración disfrazada de preservación ecológica. Cada vez más a esos conflictos los abastece estrategias como las del otrora filibustero, gestando batallas en Santa Rosa y Rivas, con la Campaña Nacional yel heroico enfrentamiento de San Jacinto, un 14 de setiembre de 1856, cuando los patriotas nicas terminaron de clavar la estocada a Walker, finalmente fusilado al pisar Honduras.

La artista disidente Tania Bruguera, en 2015 publicó en el Huffington Post, un texto el cual replicó el blog colombiano “Esfera Pública”, el cual amarra este concepto que tanto nos interesa en la actualidad: “El arte político es incómodo, jurídicamente incómodo, cívicamente incómodo, humanamente incómodo. Nos afecta. El arte político es conocimiento incómodo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

El lenguaje y discursos de punta que nos requieren mayor atención al acto de la mirada crítica, no se trata de llegar a la muestra a ver que nos cuentan, esa narrativa se (de)construye en el mismo sistema de expresión que llamamos arte contemporáneo, es una refriega más de la cual debemos salir siempre airosos. Para cerrar con este pensamiento puesto en la muestra del espacio C.R.A.C. Art, cito una hoja suelta que repartían en la entrada:

“La liberación de globos (chimbombas) azules y blancos, el coloreado de adoquines y barricadas, la suspensión de zapatillas en el cableado eléctrico… pertenecen al repertorio de actos furtivos que evitan exponer el cuerpo de los manifestantes y levanta la moral popular, no por sus formas alegres, sino porque materializan modos creativos de seguir resistiendo”.

Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

También me emocionaron las frases de Paulette Franceríes: Qué se rinda tu madre.., y Es cuando unas hormigas te hacen quedar en ridículo…, del inquieto Darling López, en un performance actuado en Los Ángeles, como para punzar con el alfiler de la eterna discordia o “chimbombazo” a las nocivas nociones de poder.


Chimbombazo: Actos de reparación. C.R.A.C. Art. Fotos cortesía de SAL VAYÁ.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Coqueteo del arte con el arte

Reflexión acerca de las transformaciones del arte costarricense en las últimas tres décadas.

En definitiva, aquella relectura heraclitiana de que “todo se transforma” y al mismo tiempo “permanece”, es la provocación remanente al apreciar la Bienal Tridimensional 2018, en el Museo Municipal de Cartago; como también el Salón de la Asociación Nacional de Escultores Costarricenses (ANESCO) 2018, Centro de Conservación e Investigación en Patrimonio, San José; ambas inauguradas en noviembre del presente año.

Ya lo predecían los teóricos de las manifestaciones creativas, como Gui Bopnsiepe (Escuela de Ulm Alemania), en el último tracto de siglo pasado, que, con el auge de la tecnología, las profesiones que no investigan ni innovan su quehacer, les ocurriría lo mismo que a los copistas “pre-guterbergianos” con la invención de la imprenta de tipos móviles, estarían destinadas a desaparecer. Hoy, valorando lo expuesto en el Museo de Cartago, y lo que me interesó del recién pasado Salón ANESCO, afirmo con certeza que lo persistente en esta revolución es ARTE: el fruto del “eterno entendimiento”, como llamaría Goethe a la primordial acción del individuo creativo de transformar su entorno. 

86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio. 
Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago. Foto LFQ.

El redimensionamiento del “fruto artístico”, empezó hace más de un siglo atrás, 1916, con la actitud del artista DADA de cuestionar las raíces mismas de estas manifestaciones creativas. El POVERA, mediados de los años sesenta, lanzó el llamado a reencontrarnos con la naturaleza, y explorar los cambios progresivos que llevaba al sujeto u objeto a la categoría de lo efímero. El CONCEPTUALISMO de inicios de los setenta, anunció que la idea, el concepto, era superior a la técnica, y que el proceso, en muchos casos, era en sí la obra misma.

Los antecedentes
Decía en otro comentario del Salón que éstas son fracturas, puntos de inflexión imbricados por el Arte Conceptual,para desestabilizar el arraigo de las primeras vanguardias, la Abstracción y el Constuctivismo, ambos originados en Rusia. El arte Concreto, el Minimalismo, tuvieron a grandes provocadores de sentido en escultores como Eduardo Chillida, Arnaldo Pomodoro, Richard Serra, entre otros que hoy llamamos “escultores”. El Informalismo introdujo lo grotesco, la subjetividad, encontrado en el arte de Jean Fautrier, o de Jean Dubufet, de quien son fundamentales aquellas esculturas en movimiento de los años setenta y ochenta, soportando un nuevo lenguaje para el arte tridimensional. 

Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, noviembre 2018. Foto LFQ.

El Arte POP, distinguió un objeto que -a diferencia del ready made duchampiano de hace un siglo-, era abastecido con la tensión de lo mercantil: Andy Warhol, con sus numerales corriendo en el tripero del comercio mundial en Wall Street Center de Nueva York. Se tiene memoria del Poveray la categoría de lo efímero con el arte de Mario Merz, Janis Kounellis, Alberto Burri, Piero Manzoni, Antonio Tapies, sensibilidades de un artista que se auto-cuestiona a sí mismo. Otro ejemplo de estas remezones, la marcó casi cincuenta años atrás el connacional Juan Luis Rodríguez Sibaja, ganador del Gran Premio de la Bienal de París, con El Combate, 1969, instalación para la cual construyó un rign de boxeo con alambre de púa, tablas y tela. Talló en hielo, teñido de rojo, un enorme signo de interrogación, y un pedestal en hielo negro (recuérdese que rojo y negro son simbolismos de lo bélico y revolucionario) materias que, al diluirse, formaba un charco como de sangre vertida en la arena o cuadrilátero del destino de cada quien. Incorporó registros sonoros con el canto “de pie camaradas”, tonada de la resistencia francesa, a lo cual agregó el golpeteo de los pasos de militares invasores llevándose a los judíos a los campos de exterminio. 

Lo contemporáneo es provocador de un discurso aguerrido, como manifestación de lo político, abre un cruce de fuego en la reyerta del arte, que lo vuelve perdurable. En esa década en que Rodríguez Sibaja vivió en Francia, Europa vivía la posguerra e inestabilidad en la estructura social, terreno para las confrontaciones obreras y estudiantiles como las del “Mayo 68”, que son capítulos imborrables para la historia de la humanidad. 

Sin embargo, considero que, tallar materiales duros, catapultó una importante renovación de los discursos creativos. El artista introduce materiales que subvierten la pieza, la desestabilizan, agregando una importante dosis de incertidumbre, de aquello que no se sabe y que, en el arte del pasado, los escultores prevenían a toda costa. Hoy en día, al contrario, es un ingrediente de la sopa del arte que agrega sustancia y sabor. 

Salón ANESCO. Centro de Patrimonio, noviembre 2018. Foto LFQ.

En el país, años ochenta,La Primera Bienal de Pintura L&S, 1984, bajó a ésta del estrado en que había sido elevada desde la creación de los primeros museos de arte, y la obra premiada en esa edición fue un batik de Lil Mena. Ese cisma volvió a dar su remezón con La Primera Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica, 1994, cuando el premio del Salón Abierto lo ganó la instalación: De vidrio la Cabecera, de la desaparecida Virginia Pérez-Ratton. En la segunda fue distinguidaAmor punzante noche tras noche, de Pedro Arrieta, una instalación que al igual que la de Pérez, utilizaba un viejo catre, esos que experimentaron las contingencias de la vida, el cual contenía dos almohadones en forma de corazón, rojo (simbolismo de pasión), pero que tenía espinas. Años después, en el entorno de La Primera Bienarte, le fue concedido a Pedro el premio a la instalación Fútbol con Dengue, 1997, y, con estos ejemplos, rememoro que el espíritu cambiante del eterno entendimiento se mantiene incólume. 

La gran discusión radica en que se pretende valorar el arte contemporáneo, con la visión gastada del ayer, y eso no puede ser. Importa considerar los puntos de quiebre, como los ocurridos en los noventa e inicios del 2000: La Bienal de Arte Experimental Francisco Amighetti (Bienal del Chunche) en el Centro Culturas Costarricense Norteamericano, esta provocó desencuentros cuando se discutía la muerte de la pintura. Incluso tuvo lugar una convocatoria a la Bienal de Escultura auspiciada por la empresa BGT, en la Galería Nacional. También se realizó El artista y los Objetos, en la cual fue ganador Guillermo Tovar con un arte de presencia execrable. Todos estos eventos ocurrieron en la coyuntura de paso de siglo y milenio, cuando todo el mundo ponía sus miradas en los discursos de punta.

86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio. 
Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago. Foto cortesía del autor.

El Gran Premio de la Bienal Tridimensional
A más de veinte años de aquellos socollones, nos sorprende la creatividad de las nuevas generaciones de artistas, al ganar el Gran Premio de la Bienal Tridimensional de Cartago, la pieza 86 Hz, 2018, de Alessandro Valerio, una instalación con piedras, arena, y bichos, incluido el zumbido de las cigarras, grabado en un audio que acompaña la pieza. El arte actual, en gran medida, mira hacia la naturaleza, la afecta: Un puñado de insectos pululan sobre las rocas y aquel paisaje desolado, motiva a reflexionar lo que puede ocurrir al planeta, si no se siembran árboles y continuamos tirando basura a los ríos, además del manejo de los gases del efecto invernadero; la Tierra, la casa de todos, sería una guarida calurosa e insalubre de roedores en sus madrigueras. Y no me refiero solo a ratones, cigarras, abejones, lagartijas, arañas y moscas, simboliza también al “topo” humano, ante las incertidumbres y contingencias mundanas, escuchando el batir de los helicópteros en la guerra contra la violencia y el trasiego de estupefacientes. La práctica artística del joven Valerio es un símil del investigador naturista, biólogo, biónico, quien se mete a la espesa fractura por donde fluye del rio, para escudriñar a sus criaturas.

Marvin Castro. Muro, 2018. Documentación fotográfica y maqueta. Foto cortesía del autor.


Diálogos entre dos eventos
Como se podrá apreciar, persiste esa actitud de desestabilizar lo establecido. Tanto en la Bienal Tridimensional que en el Salón ANESCO. Una de las piezas que más me cuestionó mis propios saberes acerca de la teoría del arte, no fue una escultura, pues estas propuestas por lo general pasan desapercibidas a mi visor crítico; fue una maqueta y documentación del muro de Marvin Castro, por lo cual trasladó una enorme piedra caliza, desde las inmediaciones del Roblar de Nicoya, hasta un parquecito en Zapote, donde la asentó como si fuera muralla derruida por la acción del tiempo, grabada con el cincel y maso de la memoria.

Luis Cahcón 36 esculturas del niño que llevamos dentro, 2018. Foto cortesía del autor.

Luis Cahcón Concierto Campestre, 2018, instalación en homenaje a Giorgione, 2018. 
Foto cortesía del autor.

La otra pieza que me dejó aprendizajes fue la de Luis Chacón, a quien otrora llamáramos pintor, hoy nos concede la duda de sí llamarlo instalador o escultor, pues en sus propuestas prevalece el dominio del proceso y el concepto: En esta bienal expuso mixta, 36 esculturas del niño que llevamos dentro, 2018. Estimula a relacionarlo con su obra en ANESCO: Concierto Campestre, 2018, una instalación en homenaje a Giorgion(pintor del Alto Renacimiento). Chacón instaló un conjunto de figurillas femeninas y angelitos de porcelana, como tomando el sol en un parque, pasando por alto la conmoción del cotidiano. Y digo enseña, en la medida que evade aquellos pesados bloques de materia dura tan propios del arte tradicional, cuando lo que se valora hoy en día es una idea blanda, pero que nos confronte. 

Xinia Benavides. Amor del bueno, 2018. Fotografía LFQ.

Flor de noche, 2018, de Andrés Cañas. Fotografía LFQ.

El Salón ANESCO
Entre algunas lecturas -ya comentadas en un anterior post-, a lo expuesto en este salón, Xinia Benavides presentó Amor del bueno, 2018, afirma que también se puede crear esculturas con una línea, en este caso alambre, con un dibujo de contorno ciego, como ciego es el amor entre el espacio y el vacío, materia e inmateria, en el contorno de una pareja modelada reposando sobre una silla blanca, que abriga la idea de esperanza. Otra pieza con enorme carga poética, con juegos de luz y sombras fue Flor de noche, 2018, de Andrés Cañas; objeto de metal de riguroso corte, interesa en tanto arrojada un dibujo de sombras en el muro, encabritando la sensorialidad del espectador, su ánima o motor interior. 

Roberto Lizano El duelo, 2018, Fotografía LFQ.

Y, Roberto Lizano, propuso dos personajes recortados en cartón: El duelo, 2018, ensamblados en el perímetro de un gran aro de metal, realidad del cotidiano al asumir nuestros retos en la arena y lucha, como gladiadores poniendo en juego la vida ante el inminente asecho de la muerte.

Alexander Chaves Villalobos Semilla, 2018. Foto cortesía del autor.

De vuelta a Cartago 
Además del premio de Valerio y la pieza de Chacón, me motivó el cúmulo de percepciones imbricadas por Semilla, 2018, de Alexander Chaves Villalobos: Una composición de texturas que son como las memorias, llevadas a la piedra, a la materia dura, escarbadas o esgrafiadas, pero que igual regeneran el simbolismo de “La tierra y el Cuerpo”, como entidades significantes en el eterno conflicto del ser y el no ser. Pero que, aborda la idea del cultivo, del volver a sembrar y ésa es la noción más esperanzadora que podríamos percibir en esta muestra.

Gabriela Catarinella Enclave, 2018. Foto cortesía del autor.

Gabriela Catarinella expuso Enclave, 2018, un ensamble con añosos “durmientes” de ferrocarril, y resecos raquis o virotes de guineos, recuerdo de épocas de dominación hegemónica vividas en el Caribe, que describió en Mamita Yunai, el escritor Carlos Luis Fallas. Esta artista referencia además, el trabajo del connacional Óscar Figueroa, al utilizar sus materiales y el juego de aquellas tensiones por la explotación bananera en el país, que tanto escozor reviven aún, como abordajes de lo contemporáneo.

Otra pieza que me ancló a meditar sobre la escultura y las expresiones tridimensionales actuales fue Cielo Abierto, 2017 de Gabriel García, por su sencillez conceptual y material: un corte pintado de rojo sangre en dos trozos de maderas encontradas posiblemente en un río o costa. Empuja a reflexionar sobre las zonas protegidas, y la herida imborrable al bosque, al árbol, y el uso indiscriminado de químicos agresivos que tanto afectan a la preservación del planeta. No deja de evocar el conflicto de Crucitas, la explotación minera y el “coligallerismo” fronterizo que enciende la fiebre del oro, pero que va en detrimento de la naturaleza.

Natalia Phillips. Mujeres de hoy, 2018 Foto cortesía de la artista.

Se exponen otras piezas que me motivan, tales como Mujeres de hoy, 2018 de Natalia Phillips, por el juego que se traslapa al posicionarse ante esos marcos y explorar la transparencia del retrato femenino, ante todos esos matices de violencia que perviven en la actualidad. También me provoca la pieza Vórtice, 2018, de Dennis Palacios, en tanto dos niños juegan, a empujarse hacia la pantalla del celular, con el remolino o espiral y el peligro de dejarnos engullir por las tácticas del nuevo filibustero: el mercado, y la enajenación que provoca dichos aparatos tecnológicos, además de factura que representa esos productos para las escuálidas divisas nacionales. Vistos de la perspectiva sociológica, son hormas que, hechas de materia dura, nos modelan a nosotros mismos.

Vórtice, 2018, de Dennis Palacios. Foto cortesía de la artista.

En conclusión
Diría que emergí conmocionado por la apreciación de la Bienal Tridimensional del Museo Municipal de Cartago. En similar situación del Salón ANESCO, persisten algunas piezas ancladas en los viejos lenguajes, pero no quiero gastar una neurona en comentarlas. Se catan opciones de un arte cambiante, como Estela 2018 de Otto Apuy; La Vieja del carbón de Jorge Benavides; No quiero el pelo largo de Ale Rambar; Adán y Eva de Pablo Romero. Son transformaciones que repercuten e influencian la creatividad artística, sobre manera,  para los más jóvenes. 
Gabriel Gutiérrez Cambio de estado, 2018Foto LFQ.

Ya para cerrar este comentario diría que, no deja de punzar el aguijón que representa la instalación y video de Gabriel Gutiérrez, titulada Cambio de estado, 2018; retrata al presidente anterior, cuyo gobierno se desgastó en habladurías académicas, ineficiencia y ineficacia delante de una función que debería dar frutos y traer progreso para todos los ciudadanos. Es cuando el arte se vuelve político, incómodo, cuestionante, sin dejar de lado el humor negro que levante tanto ostracismo en el espectador, delante de las paradojas de un arte que, también a veces coquetea consigo mismo.