martes, 18 de septiembre de 2018

El Performance “No tiene nombre”, (Reflexión Segunda: Sala 2)

Quien contempla la belleza con los ojos, se ha conciliado con la muerte
Rainer María Rilke

Ante todo, advierto al lector que, el presente comentario no es una crítica de arte, intenta reflexionar, a través del análisis, un estado del evento, donde observar los elementos significativos de la acción del grupo que acompañó a Raúl Quintanilla Armijo, la noche de apertura de “No tienen nombre”, en la Sala 2 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, 12 de setiembre de 2018. Insertaron tensión al espacio del museo, subvirtiéndolo, engullidos por la referencialidad y el auto-cuestionamiento del arte mismo. 

Importa afirmar que la tensión, en tanto es un vector que conlleva, fuerza, empuje, choque, se siente y recuerda, abre y cierra el signo de interrogación. Los reunidos en la sala asumieron la alternativa -tal y como ocurrió un siglo atrás en el Cabaret Voltaire de Zurich con el Dada-, de integrar una instancia donde precisa el conflicto y el nadar a contracorriente: Revertir el hilo del tiempo, del ritmo, de la métrica, de la frase y contra-frase, en una concatenación “anti-arte” de los sonidos, la actuación, la danza (lo que me gusta del arte contemporáneo) y el concepto que convocó a los espectadores al museo, quienes, en tanto visores y escuchas, sumaron conmoción al performance, validándolo. 

Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.


La alfombra roja
En sala 2 del MADC se extiende una alfombra roja -parodiando quizás aquel acto de bienvenida a los invitados a la entrega de los Óscares en California. Pero a ésta no la pisaron las luminarias de la cinematografía mundial, fue tan solo un soporte material donde imprimir cientos de nombres de los caídos en el Frente Sur de Nicaragua, durante la Revolución Sandinista de finales de los setenta del siglo anterior, y que el arte la vuelve conmemorativa y empodera al caminante. En dicha inauguración, se escucharon además los nombres de las víctimas de las protestas de 2018. La “Somoto Blues Band” (SBB) constituida por Federico Alvarado, Alejandro de la Guerra, Alfredo Caballero, Sarahi Mendoza y Raúl Quintanilla, dedicaron el performance a los desaparecidos y fallecidos en el conflicto social, para abrigar sus memorias con rastros de sangre, puyas, vítores, o por el contrario, gritos, ¿de terror o espasmo?, que nos recuerdan a la distancia la candente Managua, con el rostro mirando hacia la esperanza. Importa motivar en esta percepción que referencia el pretérito, para que como lo hace el arte (re)ordene el impulso de las acciones en el presente, y, de esa manera, comprender el Caos del mañana.

Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.

Narrativa del conflicto
El performance avanzó en intensidad y percepciones, bajo el fondo de sonidos estridentes, aullidos del absurdo vivenciado en el día a día, y que provoca profundo escozor a la estructura social. Al concluir, la enmascarada se despoja de ésta, retorna y toma el micrófono para hacer sentir a los demás sus jadeos, memoria tal vez de la pulsión pasional que le abultó el vientre, rotando y restregándolo contra los nombres del ayer, como escarbando sus sangrientas memorias. Ella no canta nada reconocible, tampoco pronuncia palabras sino solo pujidos o soplidos, pero sin verba, catando sinestesias o presagios que fenecen al filo del abismo, en la larga noche del místico o del bufón. Rememoran quizás el rock disonante, Woodstock, los lenguajes execrables y abominables en los happenings del austriaco Hermann Nitsch; o “El interior de la Vaca”, o la disección de cadáveres en la morgue judicial, fotografiados por nuestro inquieto José Alberto Hernández.

Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.

La sujeto del arte acción se dispuso de cara a la última instancia, vulnerada, asechada por el controvertir de la alfombra, del polemizar a través del arte mismo, signo que tiene lugar en la acción que “No tiene nombre”. Disocia el acto del morir en Eros y Thánatos, por lo que una vez más referencio a Eugenio Trías al interno de un pensamiento: “Es necesario contactar con la belleza a través del impulso erótico -lo cual implica enajenación, muerte. Pero es precisorebasar ese estadio, dejar morir la misma muerte, enajenar la misma enajenación. Y ello en virtud de un resurgir en el que el alma verdaderamente re-nace, siendo ese re-nacer un descenso del estado contem­plativo al proceso activo”.(Trias, El Artista y la Ciudad, Anagrama, 1997. P45).


Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.

Respecto a la discontinuidad y erotismo del cuerpo en el performance observado, Georges Bataille, en “El Erotismo”, expresa: “El erotismo de los cuerpos tiene de todas maneras algo pesado, algo siniestro. Preserva la discontinuidad individual, y siempre actúa en el sentido de un egoísmo cínico”. (Bataille, TusQuets, 2005. P24).

Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.

La mujer actriz, con máscara inspirada quizás en uno de los grabados del mexicano José Guadalupe Posada, evoca la celebración de los difuntos. Inició sacudiendo el enorme plástico negro, cual manta, cual bandera que perdió su color ante la incertidumbre política, como quitándose los demonios que atizan la violencia, exorcizando el inframundo para provocar un alivio a las purgas de esas almas, sacando fuerzas de flaqueza, en un ritual que también intente sanar la patria añorada. 

Raúl Quintanilla. No tiene nombre. Sala 2 del MADC. Foto cortesía del museo.

Se dejó caer al pavimento, forcejeando como en una especie de danza macabra, reptando con nerviosismo entre el rojo y el negro revolucionario o sacro, adoptando la posición de parturienta, tirada en el espacio sangriento de esa larga línea que atraviesa la sala, en la cual palpar la herida de la estocada final, infringida a aquellos seres cuyos nombres impresos son un intersticio para palpar el olor a sangre, a agridulce saliva, a la sal del sudor, al pedo disonante de los magmas interiores en el vientre del arte y el plástico negro que puede que simbolice incluso la frazada o cobertor de la cultura. 

Nota (Y a manera de cierre, confieso que no estuve presente en la acción, cuya fuerza sentí en el video -y por ello creo en los medios documentales del arte actual-, la escuché en las voces de terceros mientras recordaban e imprimían sus propios acentos chocados contra la alfombra roja).





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