miércoles, 21 de junio de 2017

Migrantes de la virtualidad

Sygmunt Bauman, autor del pensamiento sobre el tiempo líquido –fallecido en enero de este mismo año 2017-, decía respecto a los refugiados o los migrantes que estos están en un fuego cruzado, en un callejón sin salida, en un (des)territorio acosados por la política, el hambre, la desocupación y la violencia. Pero hoy, aunque nos encontremos disfrutando del calor de nuestra propio hogar, con el grado de libertad y bienestar que esa condición nos ofrece, somos migrantes del saber, al buscar estar (in)formados, nos desplazamos cada día por toda la Tierra y lo hacemos por redes sociales e internet, a una velocidad inimaginable: encontrando el video de una conferencia acá, un discurso al otro lado del planeta, un poema portador de un extraordinario pensamiento allá; pero lo más tremendo de esta paradoja y condición de migrar por las autopistas de lo virtual, es tener que enfrentarnos tarde o temprano a la realidad -cuando en mi caso personal de habitante de la periferia del Valle Central-, llegar al centro de la capital y aunque la distancia sea corta, perdemos una hora treinta o una hora cuarenta y cinco minutos, y así poder asistir a un evento, ver una exposición o tener una cita personal para tomar un café y conversar; esto porque en el fondo de nuestra realidad, y la de muchas ciudades y culturas del mundo, existe una noción valle-centrada de la cultura, con fuertes zonas de confort pero también de exclusión. Pero el asunto más pétreo, inamovible, o trivial del asunto es que quisiéramos hacer todo a la velocidad de internet, sin embargo al hundirnos en la realidad urbana contemporánea, entramos en crisis, estrés o frustración ante las conductas sociales que nos aíslan y excluyen.

Yo lo veo así, hoy existe una enorme competencia por ejemplo en las esferas del trabajo, y cuando nos jubilamos, como en mi caso, somos marcados por el “ninguneo” de los sectores de poder, que son los que se mantienen en los puestos hace unos años dejamos y que incluso muchos fueron nuestros alumnos en las universidades donde trabajamos. Hoy en día esa compleja noción de “movilidad’ produce e incrementa una “oligarquía planetaria”, como la denomina Marc Augé, y marca una ampliación de la espacialidad virtual, de la movilidad en el tiempo y el territorio que supuestamente se hace con toda libertad, pero no es tal. El antropólogo francés critica quedarse en esa construcción de la vida en la virtualidad, pues sería puerta a otros males humanos tales como la crisis de la psique yo el acomodamiento total; propone salirse y estar en el lugar para que se de la real experiencia del aprendizaje.

Este fenómeno de aprender a través de los espacios de la virtualidad, nos ocurre a nosotros los latinoamericanos cuando estudiamos arte, nos convertimos en consumidores de imágenes y videos, o vistos en páginas de los libros de historia del arte, pero sin conocer los originales que se encuentran en los grandes museos. De alguna manera la experiencia de ver fotos o videos distorsiona la percepción y cuando conocemos la obra original a veces se experimenta sentimientos encontrados. Esta crítica es real, ya lo mencionaba en la década de los años noventas el historiador brasileño Frederico de Morais, en una entrevista que le practiqué para publicar en la revista La FANAL, que publicaba en esos años como parte del equipo de curaduría y documentación del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC); Morais decía que en materia de apreciación “nada sustituye a la obra de arte”.

La crítica de Auge, es evitar ser “alienados por las tendencias de transculturización” al sumergirnos en los diferentes estratos de información acerca de una determinada cultura, objeto, tecnología, o producto. Yo diría que aquel sentido de “calidad” que vislumbráramos a finales del siglo pasado, se disipó, o fue uno de tantos espejismos de la modernidad líquida que hablaba Bauman; hoy no existe tal nivel de vida; sin traer a colación otros males que aquejan la estructura de esta sociedad actual y que tanto nos compungen: la violencia social que se experimenta en el norte de Centro América y México, las remezones políticas como el caso de Venezuela, los conflictos de las minorías y sus expectativas de alcanzar la vida global pero entrando en vicios de exclusión e intolerancia o racismo, xenofobia, e incluso hasta homofobia.

Así que nos es cosa de hablar de desarrollo y logros de los gobiernos de turno, como poner a trabajar el tren para aligerar el transporte público, cuando los trenes se descarrilan por que corren en líneas muy viejas y el poco mantenimiento de las máquinas que fallan por problemas mecánicos, o la extrema lentitud del tránsito vehicular debido a cuellos de botella y la cantidad de vehículos que circulan por nuestras vías. Todos estos males nos empujan hacia “el lugar sin lugar” que habla Sygmund Bauman, o el discurso de Marck Augé de “Los No Lugares / Espacios del Anonimato”, en nuestro afán de ser nómadas buscando estar mejor (in)formados.

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